(Ante todo, me excuso por la falta ortográfica ajena en la imagen, que sin embargo me parece precisa para este post).
Me he encontrado un excelente artículo de Steven Weinberg (físico estadounidense, ganador del Premio Nobel en 1979), publicado en la revista El Malpensante y titulado simplemente Sin Dios. En él concluye que "Vivir sin Dios no es fácil. Pero la propia dificultad le ofrece a uno otro consuelo: que hay un cierto honor, o quizá solo una enferma satisfacción, en enfrentarnos a nuestra condición sin desesperarnos y sin falsas ilusiones, con buen humor, pero sin Dios".
La soledad atormenta nuestra existencia, lo incierto, el dolor, el vacío, las amenazas pendiendo sobre nuestras mísera biografías. Y nuestro mayor consuelo, cuando tenemos fe, es ella, esa sensación de compañía, de tener como guía a algo o alguien superior, supremo, que no permitirá que nos perdamos y, en caso sucediera, que sabrá por qué nos perdemos. Con fe no hay pierde: si se puede cambiar, nos dará la fuerza para cambiar; si se debe aceptar, simplemente ayudará a nuestra resignación. Todo siempre sustentado en el cristiano "que se haga tu voluntad y no la mía".
Hace unos años leí la breve novela "Del amor y otros demonios", de Gabriel García Márquez, y me marcaron algunas ideas. Así, por ejemplo: "Abrenuncio lo entendió. Siempre había pensado que dejar de creer causaba una cicatriz imborrable en el lugar en que estuvo la fe, y que impedía olvidarla" (Ed. Norma, p. 98). Paradoja total, pues, en efecto, se pierde la fe, pero sus huellas quedan, de todas maneras.
En esa propia novela, el Marqués, viendo a Sierva María, recuperada de su agonía, se sobrecogió con la certeza de que estaba ayudándola a morir. "Sintió el apremio de rezar por primera vez desde que perdió la fe. Fue al oratorio, tratando con todas sus fuerzas de recuperar el dios que lo había abandonado, pero era inútil: la incredulidad resiste más que la fe, porque se sustenta de los sentidos (p. 80). La fe marca al ser humano como un estigma, imborrable, pero que se sabe inútil, cuando se conoce con certeza del advenimiento de un hecho siniestro, del golpe inclemente de una gran espada que amenaza su alma, su esperanza.
Y en medio de ese desierto incandescente, hay quienes encuentran, a pesar de todo, la posibilidad de vivir en paz y sin Dios, sin dioses. Un gran amigo mío, que se definía como ateo y hoy busca una definición respecto a su posición frente a la fe, es en términos generales un ángel que deambula solitario en esta ciudad, pues tiene un profunda convicción y sentido de la amistad, de la solidaridad, de la confianza en el prójimo, de la ética como necesaria directriz de la vida, y, sin embargo, no es un devoto ni mucho menos un beato que presuma de su fe. Mientras, conozco también muchas personas que, siendo exageradamente religiosas, asumen la vida real muy lejos de las reglas de su fe, maltratando a personas a su cargo, entrometiéndose en la intimidad de las personas. POr cierto, debe ser cierto lo que Weinberg dice respecto a que la actitud de muchas personas por requerir de la intervención sobrenatural para explicar los vacíos que la ciencia aún no cubre muestra esa actitud por la que "da la impresión de que la gente necesita desesperadamente mantener opiniones anticuadas".
Es claro que, a la fecha, las religiones se han flexibilizado mucho, al menos en Occidente y su áras de influencia, como América Latina, a tla punto que han tenido que aceptar una suerte de "secularización " o de "paganización" de sus sostenes teóricos. Hoy los más se definen como "creyente a mi manera".
En palabras de Weinberg, "El debilitamiento de la creencia religiosa es obvio en Europa occidental, pero puede parecer extraño decir que esto suceda en Estados Unidos. Nadie que exprese dudas acerca de la existencia de Dios podría ser elegido presidente de Estados Unidos. Sin embargo, aunque no tengo ninguna prueba científica al respecto, basándome en la observación personal me parece que mientras muchos fervientes creyentes americanos creen que la religión es algo bueno y se enfadan bastante cuando se la critica, su fe religiosa no es muy estructurada. De vez en cuando, me encuentro hablando con amigos que se identifican con alguna organización religiosa sobre lo que piensan de la vida después de la muerte, o de la naturaleza de Dios, o del pecado. Las más de las veces me dicen que no lo saben y que lo importante no es lo que creas, sino cómo vivas. Esto se lo he oído incluso a un sacerdote católico. Celebro sus sentimientos, pero equivalen más o menos a un distanciamiento de su creencia religiosa" (resaltado mío). Esto que Weinberg imputa a los "americanos" gringos, es perfectamente a los latinoamericanos; lo claro es que en nuestros países es un pecado, más que religioso social, el pretender alejarse de la fe Es mal visto, no es decente. Entonces, en el Perú, ¿será posible vivir sin Dios?
Weinberg llega a dar algunas sugerencias. En primer lugar, "deberíamos cuidarnos de los sustitutos". Él se refiere a los totalitarismo que arrasaron grandes sociedades como la Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin o la China de Mao. Pero podríamos pensar en otros sustitutos como las drogodependencias (estas parecen tener alguna relación con la propia fe, pues la religión, casi al nivel del fanatismo es utilizada como método terapeútico para tratar de curar la drogadicción, por ejemplo. Sobre esto me llamaba la atención mi hermana hace unos años).
Según Weinberg, hay que recurrir al humor y a los placeres ordinarios de la vida, despreciados por los fanáticos. Hay que recurrir al placer de las artes.
2 comentarios:
muy interesante, buen texto. saludos !
Muchas gracias
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