sábado, 5 de septiembre de 2015

21 anécdotas de colegial: la irreverencia juvenil desde Huamanga

Los jóvenes de hoy no vivieron la realidad lacerante que nos tocó expiar a quienes sobrevivimos nuestro país en las dos últimas décadas del siglo pasado. La mayor parte del país estuvo atrapada entre “la convulsión del terror de Sendero en Ayacucho” (p. 55), así como en todo el país, y “la inflación alucinante del gobierno de Alan García” (p. 67), la misma “que causaba estragos” en la economía de la mayor parte de las familias. Estuvimos atrapados, entonces, en medio del terror político y económico de aquellos años, a los que se suma la decadencia institucional y moral que se agudizó durante el fujimorato. Eso, en este tiempo de cierta bonanza y mejora en algunos indicadores del país, se aprecia como una realidad ajena, casi de ciencia ficción. Sin embargo, es muy necesario promover la memoria.



Edwin Flores (Ayacucho, 1970) nos recuerda que, sin embargo, a pesar del panorama de terror de ese tiempo, en la misma ciudad de Huamanga, “nada podía impedir que naciera el romance entre dos jóvenes enamorados” (p. 55) y todos se adecuaron a las condiciones de vida de aquel entonces para seguir viviendo. Terca vida que se abre espacio por cualquier intersticio que se presente.

La lectura del libro que presenta Flores, 21 anécdotas de colegial, ha sido reveladora para mí, como alguien que vivió aquel tiempo aciago, pues pone en evidencia una mirada distinta, por momentos jocosa e irónica, de un tiempo y un lugar que, desde las perspectivas políticas y sociológicas, se presenta casi como un cementerio omnipresente. No pretende el autor —y tampoco pretendo yo— negar lo oscuro y doloroso de aquel tiempo, que aún deja abierta una herida profunda en este territorio que constituye nuestro país. Sin embargo, Flores ha tenido el valor de mostrar esa otra cara de la Ayacucho de ese tiempo, donde miles de jóvenes tuvieron que vivir su adolescencia y sus primeros amores, la efervescencia de sus hormonas juveniles, los ritos propios del enamoramiento y el aprendizaje conflictivo de la adultez. Sus anécdotas me hicieron recordar pasajes de mi propia vida, de mi adolescencia en el Cusco y también de cuando ya era un migrante universitario en Lima, mis retornos a la ciudad que me vio nacer.

Aunque Flores no haya tenido pretensiones literarias, tiene fragmentos que son un deleite para el lector, pues descubre lo poderosa que es la vida, y más aun la juventud, en un espacio que, entre dos fuegos, pretendía negar la alegría, el jolgorio, la vitalidad de la gente que se encontraba en medio. Por más tenebrosos que hayan sido ese tiempo y ese espacio, el motor vital de la juventud se escurría por los resquicios que existieran, por mínimos que estos fueran. La vida se movía incesante, aunque sea reptando y agazapada, pero se movía.

Flores nos hace viajar en el tiempo a través de chicherías, en las fiestas de promoción, nos hace sentir vívidas aventuras de acróbata que se introduce en la habitación de la enamorada, por una ventana; nos hace recordar, a partir de sus vivencias en Ayacucho, la zona de mayor convulsión de esos años, las vivencias de las y los jóvenes de cualquier urbe peruana, en la que encuentran espacio para explorarse, para compartir las experiencias, para descubrir la sensualidad y el deseo, para aprender el lenguaje del roce lento, de la travesura descubridora (esto nos permite darnos cuenta que la vida en Huamanga no era tan diferente de la del Cusco o aun de la de  Lima). Es el caso de la anécdota titulada como "Mal amigo" en la que narra cómo una amistad entrañable entre dos muchachos se quiebra por un malentendido generado, adrede, por una hermosa y maliciosa adolescente; o aquella en que la enamorada, luego de haber pelado y lavado rocotos, le prodiga al enamorado urgido unas muy picantes caricias, que ni el hielo calmaría. Se desprende también cierta irreverencia hacia los dogmas del catolicismo y nos muestra sacerdotes profundamente humanos.

Aparece también el conflicto entre padres e hijos que, en el caso de "El terno de papá", muestra su máxima expresión al concluir el personaje con esa frase demoledora respecto al terno: "ese pendejo nunca más lo podrá usar".