lunes, 19 de diciembre de 2022

Cantos de sirena

 

Quise sumergirme en tus profundidades,
pero siento que me ahogo en el piélago
de tu silencio;
un día me atrajiste a las grietas espléndidas y
oscuras de los arrecifes entre tus piernas,
seguí, seducido, las notas de tus cantos. 

Quedé atrapado, ciego y enloquecido.

Fueron tus cantos de sirena,
esos silbidos que aún hieren mis oídos
como látigos invisibles.
Este hombre del frío y de las nieves eternas,
pretendió un día sumergirse en la infinitud 
de tus mares,
doncella del desierto y
de los valles cálidos junto al mar del norte,
pero me perdí en tu fondo tibio y húmedo,
esa posada que hoy añoro
no solo con nostalgia sino hasta con codicia;
quizá fue en esa caverna,
tórrida y húmeda,
en la que extravíe mi rumbo,
atrapado en las ciénagas al final de tus muslos.

No puedo salir, aunque no esté ahí.

Y después de mis pesadillas,
cuando despierto y no respondes mis llamados
de náufrago, sé que soy el peregrino
que anhela
beber de tus labios, de las aguas de tu cuerpo,
ese rehén al que, sin embargo,
niegas, juguetona, una sola mirada, una sola palabra.
Desde entonces, deambulo en este desierto abrasador.

Siendo yo de allá arriba, de las punas y los glaciares.

Tienes que saber, sin embargo, que no sé cómo ni por qué,
un día tus cantos, sirena, serán inaudibles
y, entonces, como un Ulises resurrecto y atado al mástil de mi barco, 
lograré el retorno a mi nido,
huiré a pesar de la magia de tus cantos.

miércoles, 2 de junio de 2021

Bicentenario y el mal menor

En varios pasajes de la serie El último bastión, sobre el proceso de independencia del Perú, se repite una indignada preocupación por lo que parecería ser el destino del país: elegir siempre entre dos desgracias. ¿Es esa nuestra tragedia?

 

Abismo, la primera a la derecha | Verba Volant


Desde por lo menos el año 2001, en los procesos electorales del post fujimorato, se repite la letanía de que los balotajes marcan la elección entre dos males, como si electores asépticos tuvieran que elegir entre políticos sépticos. Sin embargo, el manejo económico ha sido ortodoxo en la receta nacida del Consenso de Washington. Desde entonces, según el discurso oficial y el pensamiento único difundido por los medios de comunicación, el Perú estaba a un paso de ingresar a la OCDE, el club de países ricos. Cualquier disenso que cuestionara esa verdad era tildado de populista, “chavista” o, incluso, de “comunista” o “terrorista”.

 

En una mirada retrospectiva, creo que una enseñanza valiosa del “sacro modelo económico” ha sido la importancia de mantener la disciplina fiscal en el manejo económico del país. No obstante, lo positivo del libre mercado no puede cegarnos en cuanto a las graves falencias del modelo, por las que un 30% de la población vive en situación de pobreza. El Covid-19 ha desnudado por completo los mitos que describían al Perú como ese país de ensueño. En este país subdesarrollado y de mentalidad colonial, los intereses de las élites colisionan profundamente con los intereses de la mayoría. Los niveles de desigualdad son cada vez más groseros. El prometido chorreo del gobierno de Alejandro Toledo, el “primer mal menor”, nunca llegó a humedecer el estival paisaje de la pobreza.

 

El 2006, la mayoría eligió a Alan García, quien había quebrado el país años antes, claro, “con la nariz tapada” y solo para evitar que el “chavismo” tomará por asalto el país. La matriz económica siguió respetándose, pero los niveles de corrupción de ese “segundo mal menor”, han dejado secuelas graves en la institucionalidad del país por los niveles de corrupción a los que se llegó. ¿Mal menor? Quizá para los poderes fácticos.

 

El 2011 se repitió la monserga de que debíamos elegir entre el SIDA y el cáncer, sin mínima empatía por personas convalecientes con esas enfermedades, quienes, además, no eligieron padecerlas. Esta retórica catastrofista fue impulsada por Mario Vargas Llosa. Con su apoyo luego de la firma de una Hoja de Ruta, el “tercer mal menor”, Ollanta Humala, fue elegido Presidente. Ese quinquenio, más allá de la letanía aprista de la “reelección conyugal” o la “pareja presidencial”, fue de un impulso importante de programas sociales que ayudaron a mejorar la situación de las poblaciones más vulnerables, sin dejar de lado la ortodoxia económica, lo que, quienes creyeron en el proyecto nacionalista desde el año 2006, sintieron como una traición; quizá eso explique la baja votación reciente por Humala.

 

El 2016, la segunda vuelta enfrentó a dos candidatos del stablishment. La retórica electoral varió y el riesgo tolerable para las élites era la probable vuelta del fujimorismo. El Marqués y Premio Nobel invocó a la candidata de la izquierda, Verónika Mendoza, su apoyo al “estupendo” candidato Kuczynski. Mendoza aceptó apoyarlo e hizo posible lo imposible: la derrota del fujimorismo por unos pocos miles de votos.

 

¿Hemos elegido los peruanos “entre dos desgracias” en estos cuatro procesos electorales? Desde la perspectiva del statu quo hemos elegido al mal menor. Sin embargo, cuando se analiza las cosas desde la perspectiva de las demandas de las grandes mayorías, es claro que no, pues lo único que se ha ido haciendo es generar pequeños orificios de oxigenación a una olla de presión a punto de estallar. La agenda conservadora se impuso, a pesar de todo, incluso en la elección del 2011, y las élites han tenido éxito en administrar una crisis que se remonta, por lo menos, a los últimos 30 años.

 

Hoy nos encontramos, pandemia de por medio, en el balotaje que definirá la presidencia para el quinquenio que se inaugura en la fecha en que se cumplen 200 años de la declaración, en Lima, de la independencia del Perú por José de San Martín. Se nos dice que tenemos que elegir entre “perder el ojo izquierdo o perder el ojo derecho”. El escenario está más polarizado que antes. Pasaron a la segunda vuelta los candidatos de Perú Libre, el profesor Pedro Castillo, y de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, ambos con un apoyo minoritario. Muestra de una dispersión democrática y evidencia de la total crisis de representatividad que afecta nuestra endeble democracia.

 

La resaca apocalíptica se instaló otra vez entre nosotros. Lo trágico devino en farsa: contrito, Vargas Llosa soslayó su “antifujimorismo” por la democracia y la libertad e incluso advirtió —paradojas liberales— de un eventual golpe de estado por militares de derecha en caso el candidato Castillo obtuviera una victoria. Sus adláteres, incluso los más ilustres, son ahora vocingleros defensores del fujimorismo.

 

¿No será más bien que nuestra tragedia es pretender que debemos elegir entre cínicos y santos?  En este nuevo balotaje es claro que el rol más facilista es ponerse de costado y afirmar que, de nuevo, estamos frente a dos desgracias. Esa es una falacia. 

 

Nos encontramos frente a una alternativa que nos invita a mantener las cosas como están en el ámbito económico, sin importar que eso signifique la impunidad para la candidata fujimorista y la vuelta a la escena política y gubernamental de siniestros personajes conocidos desde los noventa, pero muy vigentes en la última década también y que, con cinismo, volvieron a hacer de nuestro país una chacra de corrupción y violación de derechos humanos. Se han sumado a ellos diversos grupos de poder que no han escatimado recursos, lo que se aprecia fácilmente en la feroz y millonaria campaña de terror que se viene desarrollando, aun a costa de pisotear honras, recurriendo a mentiras, utilizando la desgracia de los migrantes venezolanos e invisibilizando —quizá porque nos los ven— a los pobres y marginados del Perú.

 

Es cierto, del otro lado tenemos a un grupo político nebuloso, profundamente incierto. Sin embargo, creo que se abre también la posibilidad de que ese orden establecido de cosas se despercuda y se produzcan cambios que logren una mejora para los sectores más vulnerables y para las mayorías de este país, sin que ello signifique que se instaure en el Perú el “comunismo”. Es tan simple, pero a la vez complejo, se trata de la posibilidad de tener un Perú que se reconozca plurinacional y que intente superar esa condena centenaria de ser un país exportador de piedras, sin ningún interés por la ciencia, la tecnología y la educación. Quizá la incertidumbre sea el anuncio de cambios que pueden mejorar las cosas. En todo caso, si eso no fuera así, la debilidad de ese eventual gobierno nos permitirá establecer los controles que no permitan un salto al abismo.

 

Quizá nuestra tragedia, muchas veces disfrazada, es que debemos elegir entre la certidumbre funesta de lo ya conocido o la incertidumbre fresca de lo desconocido.

jueves, 9 de abril de 2020

Poema

Ha transcurrido tanto tiempo, vieja.
Y ya no quiero siquiera
acordarme que te amaba
y que jamás, por temor,
te confesé ese secreto.

Ha cesado nuestra locura
y ya no sé porqué decían
que la locura era irreversible:
deambulamos plenamente conscientes,
dolidos en cada tarde.
¡Cuánto hemos envejecido!

¿Recuerdas las noches junto al fuego?,
ardíamos los dos en un crisol
y la marea interna
en torbellinos desenfrenados
nos sacudía arrastrándonos
por sendas desconocidas.
Para el frío eras mi calor,
para la sed era yo tu lluvia,
para nuestra edad
éramos niños los dos.

Y hoy, mirándonos de nuevo,
me duelen los costados del alma,
me duelen los años pasados,
esa dicha que no ha de volver más.

Lima, 19 de octubre de 1995. 

martes, 31 de marzo de 2020

El pánico, la salud y las libertades

Tengo un sentimiento de culpa apocalíptico pesando sobre mis espaldas, pues, a pesar de las cifras de terror que nos muestran, casi en tiempo real, el número de personas infectadas y las muertes que se producen a diario en el mundo y en el Perú por el Covid-19, mi pensamiento se resiste o, al menos, desconfía del consenso de gobiernos de izquierda y derecha, democráticos y autoritarios, respecto a las medidas que se vienen adoptando y que incluyen el denominado “aislamiento social”, para combatir el virus, bajo el argumento de que es ético y necesario privilegiar la vida y la salud por encima de la economía. Esta, como lo he manifestado antes, es una falsa dicotomía. A esa culpa, debo añadir el pavor que siento (como agnóstico, además) de que alguien cercano y querido sea afectado por el malhadado virus.

La peste negra

La retórica política sobre el virus se ha insuflado de terminología guerrerista, quizá como acicate para vencer al “enemigo invisible”. En una pequeña entrevista a Alain Touraine en El País (28.03.2020), él niega que lo que estamos viviendo sea una guerra y afirma que es, más bien, “una ausencia de actores, de sentido, de ideas, de interés incluso: la única preferencia del virus es hacia los viejos. Tampoco hay remedio ni vacuna. No tenemos armas, vamos con las manos desnudas, estamos encerrados solos y aislados, abandonados. No hay que estar en contacto y hay que encerrarse en casa”. Recuerda que un vacío similar se vivió en los años previos a la segunda guerra mundial, vacío que llenó Hitler.

Martín Caparrós (New York Times, 30.03.2020) afirma que hoy “te convencen de que en tu casa estás seguro, o casi: de que alcanza con no salir, con no mezclarte. Es, también, un privilegio de clase: muchos trabajadores no pueden permitírselo, necesitan ir a sus empleos. Esa es, si acaso, la guerra verdadera”. Clases sociales y desigualdad.

Insisto en la necesidad de que es indispensable, para un debate serio y racional, atender a los hechos y a las voces de los científicos y expertos, más que a opiniones. El Ministro de Salud peruano, Víctor Zamora, en entrevista con IDL Reporteros, afirma que el Covid-19 “tiene 90 días en el mundo. Lo que sabemos de esta enfermedad es el conocimiento que se ha generado en esos 90 días […] Aquí no se puede aplicar la medicina o política pública basada en evidencias. Porque las evidencias son pocas y débiles”. Pese a ello, como nos dice Edmundo Paz Soldán (La Tercera de Chile, 30.03.2020), “la ciencia lucha por hacerse oír en medio de las interpretaciones políticas y se enfrenta a una dura pulseada con nuestras creencias religiosas, nuestras supersticiones irracionales tan bien cultivadas a lo largo de los siglos”.

Por ello, para enriquecer el debate es importante leer voces científicas disidentes como la del virólogo Pablo Goldschmidt (entrevista en Infobae, 28.03.2020), quien plantea varios puntos que cuestionan la información que, con tono monocorde, difunden los medios masivos de comunicación: que la única forma de combatir al temible virus es recluyéndonos en nuestros hogares. El referido científico precisa que la denominada pandemia por la OMS no justifica que se haya paralizado el mundo e incluso teme que el miedo que se nos inocula pueda ser el origen de nuevos totalitarismos. El Ministro Zamora afirma que si el Perú tuviera la capacidad de diagnosticar rápidamente, no se hubiera tenido que parar el país. Pero no tenemos una red primaria potente, ni investigadores rápidos. Por eso se justifica la medida del aislamiento.

Políticos y personajes de izquierda y derecha, privilegiados social y económicamente, piden, siempre políticamente correctos, que nos cuidemos, quedándonos en casa, que bien vale este ¿pequeño? sacrificio por salvarnos de la enfermedad. Privilegiados, pues tienen medios económicos o un trabajo estable por el que seguirán percibiendo sus remuneraciones, aun sin hacer nada. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, como se informa en la BBC (30.03.2020), enLatinoamérica cerca del 50% de los trabajadores está en el sector informal y para ellos, “la restricción de salir a la calle es económicamente devastadora”; Rubén Lo Vuolo precisa que “no podemos culpar a la gente que tiene que salir a la calle para subsistir por no quedarse en casa”. ¿Pequeño sacrificio una situación devastadora? Solo desde el privilegio.

El gobierno peruano de manera acertada, oportuna, en línea con las recomendaciones de la OMS y en base a la experiencia de China, ha tomado la decisión de paralizar la economía prácticamente por un mes, con la finalidad de achatar la curva de contagios y mortalidad por el coronavirus, considerando fundamentalmente la menesterosa realidad de la salud pública que el neoliberalismo y la corrupción han dejado en el Perú. Se afirma que hay que seguir la experiencia exitosa del gobierno chino; es decir, mano firme para cumplir y hacer cumplir esas medidas restrictivas. El Ministerio del Interior informa que se han producido 26 mil detenciones de infractores del aislamiento social obligatorio y que estos serán denunciados ante el Ministerio Público, recargando así el ya colapsado sistema judicial peruano. ¿No habría otras medidas, implacables y efectivas, que se cumplan realmente?, ¿por qué insistir en una formula tantas veces probada y fracasada como la penalización ad infinitum, generando mayor desperdicio de recursos?, ¿multas?, ¿trabajo comunitario? En ciertos mercados de San Juan de Lurigancho e Iquitos, mucha gente sigue su vida como siempre, al margen de la ley y del Perú formal.

Son pocos gobiernos en el mundo los que han intentado navegar contra la corriente y, menos aún, los que lo hacen con fundamentos científicos. La misma BBC (30.03.2020) nos informa que Maja Fjaestad, viceministra de Salud de Suecia, señala que su gobierno ha buscado “inhibir la propagación del virus, proteger a los grupos vulnerables y no sobrecargar el sistema de salud, pero al mismo tiempo […] quiere reducir las consecuencias económicas y (proteger) a nuestras industrias con diferentes paquetes de estímulo del Ministerio de Finanzas". E insiste que “es importante que abordemos tantos los problemas económicos como los de salud, de lo contrario nos iremos a la bancarrota". Afirmar esto en el Perú sería para los censores de la moral pública un sacrilegio, casi una blasfemia. Tampoco ayuda que políticos impresentables como Trump, Johnson o Bolsonaro hayan apostado, con argumentos fundamentalistas, por la economía; habría que agregar al buen López Obrador quien ha tenido declaraciones risibles si no fueran, además, irresponsables.

La joven Ministra de Economía y Finanzas peruana, María Antonieta Alva, afirma que "El impacto económico de lo que está sucediendo no tiene precedentes y el plan económico que tenemos que aplicar es un plan sin precedentes" y ascendería a más de 25 mil millones de dólares, el equivalente a un 12% del PBI. Esto es encomiable y constituye el plan más ambicioso de Latinoamérica según expertos internacionales. ¿Cómo se aplicará en un país afectado profundamente por redes de clientelismo y corrupción?

Zamora plantea que hay incertidumbre respecto a si esta enfermedad genera o no una inmunidad suficiente. Si no, concluye, “el mundo viviría parado. O aceptaríamos que cada cierto tiempo tendríamos que dar nuestra cuota demográfica”. En este punto Paz Soldán nos advierte de ese futuro que nos amenaza: “Se vienen años de fronteras, cuarentenas y confinamientos”. Desolador.

Quizá en este punto valga recordar las palabras que Alejandra Pizarnik, la poeta suicida, ponía en uno de sus personajes: "Nadie pierde la salud más pronto que los que toman demasiados cuidados por conservarla".

viernes, 27 de marzo de 2020

Covid-19, morirme contigo si te mueres



"El miedo ciega […] ya éramos ciegos en 
el momento en que perdimos la vista, el mie-
do nos cegó, el miedo nos mantendrá ciegos"
José Saramago

El escritor Antonio Muñoz afirma, en su columna en El País de España (25.03.20), que “la guerra de la derecha contra el conocimiento es inmemorial y también es muy moderna: combina el oscurantismo arcaico con la protección de intereses venales perfectamente contemporáneos, que son los mismos que impulsan en Estados Unidos la guerra abierta del Partido Republicano contra el conocimiento científico, financiada por las grandes compañías petrolíferas. La derecha prefiere ocultar los hechos que perjudiquen sus intereses y sus privilegios. La izquierda desconfía de los [hechos] que parezcan no adecuarse a sus ideales, o a los intereses de los aprovechados que se disfrazan con ellos. La izquierda cultural se afilió hace ya muchos años a un relativismo posmoderno que encuentra sospechosa de autoritarismo y elitismo cualquier forma de conocimiento objetivo. Ni la izquierda ni la derecha tienen el menor reparo en sustituir el conocimiento histórico por fábulas patrióticas o leyendas retrospectivas de victimismo y emancipación”.

Ahora, en un contexto como el presente, creo importante no abonar al debate actual solo en base a opiniones. Deberíamos, en primer lugar, centrarnos en la identificación de los hechos y, a partir de ello, acudir al conocimiento que, sobre esos hechos, están aportando los científicos y los expertos desde las más diversas esferas.


El Coronavirus y las medidas para reducir su impacto

La pandemia que nos ha enclaustrado globalmente nos enfrenta, como humanidad, a un enemigo invisible y todavía desconocido. Claro, está siendo objeto de análisis por parte de científicos y expertos quienes, sobre la base de los conocimientos actuales, han efectuado una serie de recomendaciones para evitar la propagación del virus a un ritmo tal que colapse los sistemas de salud del mundo entero. El Covid-19 es un virus que, hasta donde se sabe, se propagaentre personas, por medio de los líquidos que se expulsan a través de la tos o estornudos, aunque también se afirma que las personas podrían contagiarse al tocarse la boca, la nariz o los ojos, cuando, previamente, tocaron superficies u objetos que hayan sido contaminados con el virus.

Este virus sería de origen animal y habría dado el salto al hombre en China, específicamente en un mercado de venta de animales en la ciudad de Wuhan, donde se habría dado el primer contagio hacia octubre de 2019. Sin embargo, oficialmente se dio cuenta de este brote en diciembre de 2019. En vista de que los contagios eran sumamente rápidos, el gobierno chino dispuso medidas restrictivas (incluyendo una cuarentena que afectó a la ciudad de Wuhan, con más de 11 millones de habitantes); asimismo, con la tecnología con que cuenta la potencia asiática, se empezó a hacer un seguimiento a las personas contagiadas con la finalidad de alertar también a las demás personas.

Conforme a mapas elaborados y actualizados por la Universidad Johns Hopkins y de Worldometer, el número total de personas contagiadas al día de hoy, en el mundo, es de 566 064 personas (aunque estos datos varían rápidamente), de las que un total de 25 422 murieron (4,49% de mortalidad).

En China, el número de contagiados al día de hoy es de 81 897 personas, de las que murieron 3 296 (4,02% de fatalidad). La propagación del virus ha sido controlada a tal punto que hoy el riesgo es el de los contagios importados, por lo que están efectuando controles muy rigurosos para reducir ese riesgo.

Sin ánimo de ingresar en el campo de la especulación y de las teorías de la conspiración, debe apreciarse que el presidente de Estados Unidos de Norteamérica se ha referido, despectivamente, a esta pandemia como el “virus chino”, lo que ha provocado más de un incidente diplomático. Sin embargo, lo más destacable es que desde la China han planteado la posibilidad de que el virus haya sido sembrado por militares estadounidenses en territorio chino, justamente en octubre de 2019, en el contexto de unas olimpiadas deportivas militares que se celebraron en ese país, con la asistencia de una importante delegación del país norteamericano. China está insinuando, entonces, que el origen del virus podría ser EEUU; sobre esto, ver artículo de Gustavo Veiga en Página 12 de Argentina (25.03.20). Como puede apreciarse, incluso los hechos se afectan con las controversias políticas, por lo que es muy importante que este asunto se aclare con la mayor precisión posible.

Luego de China, el Coronavirus empezó a saltar a otros países, entre los que Corea del Sur fue el más afectado, aunque las medidas que tomaron (fundamentalmente relacionadas con la realización de un número altísimo de pruebas de diagnóstico y aislamientos específicos a partir del uso de tecnologías de la información) mostraron una respuesta exitosa. Posteriormente, llegó a Europa, instalándose, primero, en Italia donde ha afectado a 80 589 personas, un número muy cercano al de contagiados en China y ha duplicado el número de muertos de ese país (a hoy 8 215, con lo que el porcentaje de mortalidad es de 10,19%); luego afectó drásticamente a España con cifras que van acercándose también en número de afectados (64 059) a los de China, aunque ya superaron también el número de muertes del país oriental (a hoy, 4 858 personas, lo que eleva su índice de mortalidad a 7,58%). Por tanto, el epicentro del Coronavirus pasó de China a Europa.

Un caso bastante llamativo es el de Alemania, pues tiene un número alto de contagiados (47 373), pero el número de muertos es relativamente bajo (285), aunque va incrementándose (a hoy su tasa de mortalidad era de 0,60%).

El epicentro global del Covid-19 ha vuelto a moverse y ha saltado todo el Océano Atlántico, pues parece instalarse en Estados Unidos, donde el número de contagios crece sostenidamente (a hoy 86 012) al igual que las defunciones (1 301 personas, por lo que su tasa de mortalidad está en 1,51%) y ya diversas autoridades, como el gobernador de Nueva York, han señalado que el sistema de salud ha colapsado).

El panorama global es aterrador y las medidas que se van tomando, al menos en sectores urbanos, hace más grave el paisaje social, pues luce desolado y las personas que circulan en la vía pública parecen extraídas de una película de guerra bacteriológica. Sin embargo, las medidas, dicen los expertos, se justifican, pues ellas permitirán reducir el crecimiento del número de infecciones, considerando que estas se multiplican por el permanente contacto social. Entre las medidas tomadas caben destacar la suspensión de actividades masivas (deportivas, religiosas), suspensión de clases escolares y universitarias, las actividades laborales (recomiendan recurrir al denominado teletrabajo). En el Perú, desde el 16 de marzo se impuso una “cuarentena” o aislamiento social obligatorio, por el que todos estamos obligados a quedarnos en casa y no salir de ese nuestro espacio, ni siquiera para practicar algún deporte individual y al aire libre; asimismo, las únicas excepciones refieren a quienes trabajan en áreas esenciales para la salud, la seguridad y la justicia.

Se recomienda, además, tener mucho cuidado con la higiene, lavarse las manos con abundante agua y jabón, evitar toser o estornudar o hacerlo cubriéndose la boca y nariz, evitar el contacto con personas enfermas. Insisto aquí, se trata de recomendaciones para reducir el contagio, no para eliminarlo, pues parece ser que las grandes mayorías de la población mundial, más temprano que tarde, se infectarán. La canciller alemana Angela Merkel señaló que, de acuerdo a los expertos, entre el 60 y el 70% de la población se contagiará con el virus; entre nosotros, el Ministro de Salud peruano afirmó que tarde o temprano, todos estaríamos infectados. El objetivo es lograr tiempo para lograr un mayor conocimiento que permita tratar la infección y, de ser el caso, producir la vacuna que la prevenga.

Sin embargo, el miedo está haciendo su trabajo que consiste en cegarnos. Miedo a la muerte, miedo a perder a nuestros seres queridos, miedo a perder nuestra comodidad económica, miedo a enfermar y no tener una cobertura adecuada de salud. Nos han encerrado —y nos hemos recluido— en nuestros domicilios, con nuestras familias nucleares, o solos, y percibimos que la amenaza está allá afuera, que el virus está en las manos, en el aliento, en las miradas de los otros; en el ámbito público nos sentimos vulnerables, por ello mejor aislarnos. Las manías más comunes, como tocarse la nariz o el rostro, ahora son percibidas como una amenaza letal. Un abrazo, un beso, antes signos de amor o de aprecio, pueden ser hoy el vehículo de la muerte. Debemos evitar salir a los espacios públicos y tener contacto con la gente, incluso con parientes. Si, por razones de urgencia, tenemos que salir, debemos tomar todas las medidas del caso para reducir los riesgos de contagio: usar mascarillas y guantes, evitar acercarse a cualquier persona a distancias menores a un metro, al regresar a casa hay que quitarse toda la ropa y ponerla a buen recaudo, lavarla de preferencia a temperaturas superiores a 60 grados centígrados. El heraldo de la muerte puede ser el otro, puedo ser yo, el aislamiento social e incluso doméstico son ahora las mayores muestras de amor.

Salir a la calle, a la vía pública, está, en algunos países como el Perú, prohibido completamente, pues incluso se ha establecido el denominado “toque de queda”. Salvo urgente necesidad de aprovisionamiento o de cuestiones de salud. Salir al parque a correr es una amenaza; debe evitarse, no importa si es al aire libre. El virus puede infectar al más mínimo descuido. Sería importante que se tenga en cuenta que el Instituto Roberto Koch de Alemania no recomienda el encierro total, indicando que tomar aire y hacer deporte es bueno para la salud. ¿Un confinamiento absoluto tiene ventajas?, ¿cómo lidiaremos en el Perú con los problemas colaterales que pueda generar este confinamiento en la salud mental de nuestra población?, ¿cómo se afectará la salud de las personas que ven su economía seriamente afectada por este paro repentino?

“Si tú no te cuidas, no cuidas a los demás”, repiten. El toque de queda es la única receta de prevención y todos son espontáneos reporteros de ese periodismo que promueve el chisme y la delación. Y mientras más agresivamente censuremos a los transgresores, las barras bravas ovacionarán a rabiar la delación, “vamos, Perú, carajo”. Los talibanes de la moral pública se han apoderado de todos los espacios y dictan sentencias anticipadas. ¿Qué sucedería si, como sugieren algunos, se diera la información plena de los infectados?, ¿los jueces de la moral pública de hoy se encargarían de lapidar a los enfermos, por generar riesgos contra la salud de todos, por afectar el interés público?, ¿habrían linchamientos colectivos?, ¿serían capaces de mirar con empatía a las víctimas de ese enemigo invisible? El Alcalde de un pueblo en Junín dispuso, con acuerdo de sus habitantes, el cierre de fronteras para los foráneos. ¿Cuál será el límite de estas medidas restrictivas? La globalización, al menos para el tránsito de personas, parece haber terminado y volvemos a erigir fortalezas inaccesibles. El miedo a los demás, a los forasteros, va constituyéndose en una promesa de sanación.

Por último, soy un andino autoexiliado en Lima, nostálgico del cielo del Cusco, que aprecia estos días un cielo azulino, extraño en la ciudad gris. La suspensión de actividades humanas intensivas y contaminantes —dicen algunos entendidos— pone de manifiesto en tiempo real la huella de nuestra especie en la tierra. Destacan que la calidad del aire ha mejorado considerablemente y que, incluso, la fauna reaparece libre. ¿Podremos entender que somos, de verdad, parte de la naturaleza?, ¿será que esta, de algún modo, se rebela contra las atrocidades que le (nos) estamos haciendo?


La economía versus la vida

Este tiempo se ha tejido una falsa dicotomía por la aparente relación contradictoria entre la vida y la salud versus la economía. Por tanto, tratándose de polos opuestos, deberíamos optar por estar en uno u otro terreno; o eres pro vidao eres pro economía. Nuevamente, los hechos se dejan de lado y se emiten opiniones sin mayor sustento, pero con una agresividad virulenta. Falsa dicotomía que divide el mundo entre santos y demonios.

Nos habíamos acostumbrado a la relativa estabilidad política, social y económica que vivimos en el Perú, desde hace unos 20 años. A pesar de la crisis del 2008, a pesar de todos los problemas profundos que tenemos como país, como sociedad, empezando por los niveles de pobreza aberrantes, la segregación étnica, el abandono del Estado de sectores estratégicos (salud, educación, transporte) en manos de agentes privados, la corrupción galopante. En los sectores acomodados tuvimos las ínfulas de creer que casi, casi, éramos un país desarrollado, un diligente alumno y émulo de los Estados Unidos de Norteamérica, un país en el que todo lo bueno provenía del sector privado y todo lo malo e ineficiente nacía en el sector público. En ese imaginario, el libre mercado nos salvó en lo económico, pero también en la cobertura de servicios de salud. Esa ilusión acaba de derrumbarse.

La realidad nos abofetea. La aparición y propagación del COVID-19 nos ha colocado como individuos, como sociedad y como mundo, contra las cuerdas. A nivel mundial, los gobiernos han tomado medidas de grados de radicalidad diversos para lograr el aislamiento social que ayude a evitar la propagación de virus y así evitar una catástrofe sanitaria, aun a riesgo de afectar drásticamente la economía. En términos de Juan Torres López, conspicuo y heterodoxo economista español, con esas medidas que se justifican desde la perspectiva médico científica, se ha detenido la economía en una suerte de “coma inducido”. Por tanto, esta parálisis va a tener serias consecuencias en el plano económico y también, como un boomerang, en la salud de las personas.

La paralización de las actividades económicas se ha entendido como una medida necesaria, aunque sin lugar a dudas tendrá consecuencias realmente graves. Y en países como el Perú, seguramente esto será notorio, pues se producirá un retroceso y se acrecentarán los índices de pobreza en nuestra población.

Torres López señala lo siguiente: “si no se compensa en todo o en buena parte y con dinero efectivo a las empresas, a los trabajadores autónomos y a los asalariados que ahora dejan de tener ingresos mientras deben seguir haciendo frente a los pagos de su día a día, la economía española va directa a la catástrofe. Y se dispararán la pobreza y los problemas sociales de todo tipo” y precisa que “no hay otro problema económico por delante sobre la mesa y no hay otra solución que no sea garantizar ese flujo de ingresos a la totalidad de las empresas, los hogares y las personas que los pierdan como consecuencia de la cuarentena o del bloqueo productivo. Y es urgente hacerlo”.

Ayer, día 11 del aislamiento social obligatorio, el Presidente de la República anunció que esta medida se extenderá por 13 días adicionales, por lo que seguiremos impedidos de desarrollar nuestras actividades, entre ellas las laborales y productivas, hasta el día 12 de abril de 2020. Estas medidas, creo, la población las entiende como indispensables de forma mayoritaria y hasta gozan de amplia aceptación; sin embargo, la legitimidad referida empieza a resquebrajarse por la insuficiencia de las medidas que se vienen aplicando y que dejan desnudos a diversos sectores, más allá del apoyo que se está dando a sectores vulnerables (lo que es, además, digno de aplauso y reconocimiento).

Frente al miedo, actores políticos de derecha y de izquierda, coinciden ahora en sus opiniones, a partir de esa falsa dicotomía entre la vida y la salud en oposición a la economía. Hay otros que defienden, sin pudor alguno, la economía aun a costa de la vida.

El aislamiento social obligatorio es, a decir de los expertos, la medida necesaria para contener el avance del virus, más en países donde políticas neoliberales implantadas en los 90 han destruido los sistemas de salud pública, montando sistemas de salud privada, cuya cobertura es limitada y deficiente. El Perú sufriría una calamidad si los decesos se dieran con las ratios de Italia, pues ya nuestro sistema público de salud está colapsado. Por tanto, las medidas estrictas son necesarias y solo las discuten, sobre la base de sus opiniones, algunos extremistas.

Ahora bien, ¿qué sectores están recibiendo apoyo por parte del gobierno? Como asistencia social, se está buscando cubrir a unos 3 millones de hogares vulnerables (más bien, pobres y pobres extremos) y a unos quinientos mil trabajadores independientes (pobres también), con un bono de S/ 380. ¿Son recursos suficientes para estos sectores? La respuesta es negativa, pues dichos sectores no cubren ni remotamente la canasta familiar mínima con esos montos. Claro, será un paliativo, pero la parálisis que generan estas medidas podría dar lugar a una conflictividad social mayor a la que nos afectaba hasta ahora.

Otras medidas que se vienen tomando son la del otorgamiento de un bonoextraordinario para el personal de salud, la prórroga del pago del impuesto a la renta para personas naturales, mayor facilidad para la devolución del mismo impuesto a quien corresponda, así como el hecho de que la Superintendencia de Banca y Seguros autorizó la flexibilización para el pago de deudas financieras (postergación de pagos).

En nuestro país, se afirma que el 70% de la economía se mueve a través de canales informales. Dentro de ese amplio porcentaje deben encontrarse muchos hogares vulnerables, así como muchos trabajadores independientes. Pero quedan en el aire muchas personas naturales que, siendo formales, se desempeñan como trabajadores independientes y las medidas de apoyo no están dirigidas a estos sectores y tampoco cubrirían sus requerimientos económicos, pues no se trata de hogares vulnerables. El coma inducido de la economía, afecta directamente a estos sectores que no pueden desarrollar sus actividades y que, por tanto, no podrán generar ingresos, afectando entre otros aspectos la cadena de pagos. Deberían, por tanto, implementarse medidas como el congelamiento de deudas con el sector bancario y financiero, por cuanto si el sacrificio lo deben asumir todos, ese todos debería ser real, incluyendo a la banca que no solo no se ve afectada, sino que, seguramente, está incrementando sus ganancias, como recientemente se ha denunciado, incluso, con el cobro de una tasa para la distribución del bono de S/ 380. ¿El gobierno no asumirá una posición firme respecto a la banca?, ¿dejará que sigan lucrando aun a costa de diezmar a sectores económicamente productivos e independientes? Hoy algunos bancos han anunciado que otorgarán facilidades a sus clientes para congelar sus deudas por los meses de abril y mayo y que se fraccionarán en cuotas posteriores; es un anuncio positivo, aunque habrá que leer atentos las letras pequeñas.

Insisto, las medidas gubernamentales para hacer frente al coronavirus son adecuadas a decir de los expertos. Pero esto ha generado un coma inducido en la economía que ya está afectando tanto a empresas (especialmente las MYPES), como a personas naturales, sean trabajadores o independientes. Desde el gobierno e incluso gremios empresariales se lanzan edulcorados mensajes que invocan a que todos pongamos nuestra cuota de sacrificio. Sin embargo, es sencillo emitir esas opiniones desde posiciones de privilegio; y hoy ser un trabajador dependiente, sea del sector público o privado, con remuneraciones relativamente altas, es una posición de privilegio. Es fácil entonces desde esa posición cuestionar la desesperación de muchas personas que buscan generar sus ingresos, pues no sería racional no tener ahorros y, en todo caso, la realidad de esas personas mostraría una total falta de previsión. Fácil gritar desde las redes sociales que hay que sacrificarse unos días para cuidar nuestra salud.

Hoy los más perjudicados con estas medidas —sin lugar a dudas necesarias—, son trabajadores que están viendo recortadas sus remuneraciones o vacaciones, o simplemente están siendo despedidos de manera intempestiva y subrepticia, mientras las empresas que los emplean tendrán apoyos estatales diversos. Pero también está perjudicándose drásticamente a pequeñas y micro empresas que se ven ahogadas financieramente, cuando son las que emplean la mayor parte de la población económicamente activa. Además, están los trabajadores (y profesionales) independientes, cuyos ingresos dependen de la prestación efectiva de sus servicios. ¿Qué medidas se han previsto para evitar el colapso de estos sectores? Todavía la respuesta gubernamental sigue siendo el silencio.

viernes, 8 de noviembre de 2019

La guerra, entre lo atroz y el amor

Lurgio Gavilán, autor de Carta al teniente SHOGÚN,es un sobreviviente de la guerra que asoló el Perú los últimos lustros del siglo XX, esa guerra maldita “que no elegimos, que hicieron para nosotros”. Y es, él mismo, una síntesis de esa historia compleja, aún por escribirse, pero indispensable para entender los encuentros y desencuentros, las heridas que cicatrizaron y las que siguen abiertas, en nuestro país. Su biografía es apasionante e intensa; fue un miembro raso de Sendero Luminoso, luego militar —incluso llegó a sargento— en el Ejército peruano, y también ingresó al clero. Una experiencia privilegiada, pues fue partícipe pleno en instituciones protagonistas de ese periodo de nuestra historia; escribe que “cuando me detengo a reflexionar sobre las instituciones que me tocó vivir, a veces no veo las fronteras y vivo como en la hora de pantaq-pantaq, porque esas instituciones antagónicas tienen un denominador común: la disciplina, la obediencia y la subordinaciónde sus agrupaciones que cimientan subjetividades y hacen ver cómo las ideas del mundo, ideas sobre ellos mismos y sobre los otros, se convierten, en última instancia, en cárceles de sus propios sinos” (subrayado mío).

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Destaca la suerte paradójica que encierra su vida: “la suerte me ha acompañado para traducir la época del terror. Pero esa suerte es también una carga pesada”. El libro bajo comentario es una larga epístola al militar que lo salvó, que le regaló la vida, es un testimonio de su gratitud hacia ese militar del que no supo más y al que busca todavía.

Gavilán nació en una familia campesina pobre pero emprendedora, atacada desde temprano por el infortunio. Uno de los hitos más trágicos es el de la muerte de Evarista, su madre, algunos años después de que migraran desde el pueblo altoandino en el que vivían hacia la selva ayacuchana; ella empezó a agonizar “después de una larga batalla contra una enfermedad irreconocible. El puesto de salud más cercano quedaba a tres días de camino. Todo estaba consumado”. ¿De qué enfermedad se trataba?, ¿quizá algún mal curable pero que por falta de acceso a servicios básicos de salud no pudo tratarse?, ¿cuántas personas, cuántos niños y niñas, siguen condenados en nuestro país a una vida azarosa, sin servicios de salud básicos? Frente a aquel episodio tristísimo, Gavilán concluye que la muerte “es fulminante, aunque uno se resista a aceptarla” y “todo acaba para empezar otra vez”, una suerte de postura nietzscheana de la vida y la muerte como un eterno retorno. Su padre, Francisco, se hundió en el alcoholismo y solo salió de él cuando se casó de nuevo, lo que fue otro hito trágico para la familia.

Con unos diez años de edad se enrola en las filas de Sendero Luminoso, con la seguridad de que luchaba por un futuro mejor para todos. ¿De qué huía el pequeño Gavilán aventurándose de ese modo en Sendero? Es la etapa de su vida como “niño pionero” o “guerrillerito”, en la que aprendió a ser soldado “en el camino”. Gavilán le cuenta a Shogún que los senderistas no eran esos monstruos “que ustedes creían. En los mejores tiempos llegamos a sumar unos cincuenta hombres en un pelotón de base vestidos con harapos, desnutridos por el hambre y los piojos”. No se trataba, entonces, de un ejército poderosamente armado, sino de un grupo de personas en la miseria. ¿Por qué se extendió tanto y duró muchos años la guerra iniciada por este grupo? La represalia por su decisión empezó por parte de sus vecinos, quienes hicieron un festín con el ganado de su padre; más allá de la mirada idílica de los Andes, el libro muestra descarnado los conflictos colectivos, personales en ese mundo hoy todavía ajeno para muchos e el Perú.

Luego de una emboscada de una patrulla del ejército, comandada por el teniente Shogún, que acaba con la vida de todos sus compañeros, aquel personaje, contrariando las órdenes superiores de “arrasar con todos los terrucos”, lo salva y lo enrola en el ejército, donde sirve en la misma guerra. Ese es un momento clave para Gavilán, pues vuelve a nacer, en verdad; él siente que Shogún le regaló la vida y dice que “nunca como ese día amé la vida cuando cesaron las balas”. Gavilán narra que en las alturas del Razuhuillca la columna guerrillera que integraba fue sorprendida por una patrulla del ejército. En ese momento ya su corazón “estaba sediento de balas. Quería que se acabara todo. Era un niño cansado. Mi corazón estaba seco por esta maldita revolución” (subrayado mío), prefería las balas “para que los soldados no me llevaran a torturarme, para que no me cortaran las manos, la lengua, para que no me arrancaran los dientes”. Y es que, en medio de esa guerra, lo normal habría sido “soltar las balas en el cuerpo del comunista para que desaparezca de la faz de la tierra, pero no fue así”. En esa ocasión, Gavilán perdió a Rosaura, la joven campesina con la que compartió esa aventura en la que “observamos de cerca la sonrisa de la muerte” y a quien le pregunta en retrospectiva, “¿por qué nos ofuscó tanto ese odio?”. Recuerda a esa chica con ternura erótica y tanática a la vez, como en un oxímoron: “mientras bebía tu fresca brisa de guerrillera, de niña criada en la pólvora”.

La gratitud de Gavilán hacia el teniente Shogún es notoria; y es que en verdad lo que le dio es la propia vida que debería habérsele quitado de acuerdo a las reglas de esa guerra terrible. Afirma y se interroga el autor diciendo: “Quizá entendiste que no se puede combatir la barbarie con otra barbarie, sino con el ejemplo. ¿El amor también derrota al enemigo?”. Tal vez la respuesta es afirmativa y quizá por ello Shogún y otros militares salvaban la vida de algunos miembros de Sendero, desvalidos niños o niñas, pobres y desnutridos, porque en el fragor de la guerra esos militares entendían que en verdad eran más bien víctimas de esa guerra descomunal y del propio sistema injusto que domina nuestro país. Eran la realidad de esa metáfora de vivir entre dos fuegos.

Gavilán concluye que “en ese contexto de guerra no importaban mucho los mandatos, sino el sentido común, la agencia propia del soldado de salvar vidas, matar o descuartizar vidas para dejar sin manos, sin el corazón a los enemigos. Porque si tienes un enemigo al frente y no disparas, te disparan […] ¿Qué tipo de humanos se contemplan en una guerra?”. Por tanto, en esos momentos de tanta violencia, actitudes como la de Shogun muestra una opción ética elevada, una ruptura, al menos temporal pero radical, de las reglas fácticas que rigen una guerra y que orienta la conducta de sus actores.

Después de su paso por el ejército, ingresa al clero, se hace monje franciscano. Sobre este episodio no hay mayores datos en este libro, a diferencia del anterior, Memorias de un soldado desconocido.

En tanto protagonista de la guerra en ambos bandos beligerantes, su narración es privilegiada pues conoce la guerra desde su interior, y nos la presenta a partir de sus recuerdos, sus dolores, sus sueños y pesadillas, sus alegrías, sus esperanzas, de la realidad de la muerte acechando permanentemente a la vida. Su epístola también demanda a la sociedad peruana por su incapacidad de resolver los problemas estructurales que permitieron, si no ocasionaron, la brutal violencia de aquel tiempo. Es categórica su conclusión:“Somos los soldados de una confrontación que pudo evitarse si el Perú no tuviera tantas separaciones y brechas”; pero el Perú sigue hoy incluso fracturado dramáticamente; se trata de un país en el que se niega la ciudadanía a las grandes mayorías; la guerra, aunque haya sido brutal, no nos enseñó lo fundamental, es decir, la imperiosa necesidad de resolver las inequidades sociales, la discriminación, el enriquecimiento desmedido de unos en relación inversamente proporcional del empobrecimiento de muchos. Gavilán se cuestiona: “Esa experiencia deshumanizante nos debería hacer pensar en la historia reciente del Perú y en los duros procesos que afrontamos. ¿Por qué no podemos reconocer al otro como igual a nosotros, con las mismas preocupaciones o derechos?”. Problemas reales que siguen discurriendo de manera subterránea, negados por el Perú oficial.

La lógica de la guerra no puede comprenderse con criterios prescritos desde la comodidad y la ajenitud de la paz; esto no quiere decir que deba justificarse las atrocidades cometidas. Hay que entender que eran tiempos de guerra. En nuestro país casi todos éramos enemigos. Y la vida habitaba en cuerpos llenos de incertidumbre y sospechaEl pensamiento Gonzalo y la represión de las fuerzas del orden habían hecho brotar, como inmensas espinas, los odios y rencores sembrados en la vida cotidiana de los peruanos por décadas, hasta formar un río de sangre. Pero esta gente de los pueblos, aplastada por tanta insania, no se doblegó. Han resistido a través de la fuerza, de trabajar huklla, antigua herencia de labor, música, danza y estado de júbilo” (subrayado mío). Y se pregunta: “¿Una guerra deshumaniza a sus protagonistas, los capacita para la brutalidad? ¿Una guerra es el recurso cultural para saber el peso de un poder sobre otro que lo quiere relevar?”. Gavilán mira con esperanza los resquicios por los que se introducen el amor, la ternura, el ánimo festivo, en la vida, incluso en momentos de guerras cruentas. Tal vez porque, a pesar de todo, en la naturaleza, la vida surge y resurge.

Los procesos bélicos son quiebres en la convivencia de una sociedad; la violencia se apodera de todas las relaciones interindividuales o colectivas. Han pasado dos décadas desde que esa guerra terminó y, aparte del Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, aún es muy difícil encontrar un balance más o menos objetivo de lo que sucedió y de las causas que dieron lugar a esa violencia. Los balances que proliferan son los que se han hecho desde posiciones de quienes no participaron en esa la guerra. El libro de Antonio Zapata sobre la guerra senderista es quizá una excepción, pues reconstruye la historia a partir de la voz de sus protagonistas. En el caso de Gavilán, la historia que nos cuenta, parte de su propia biografía, constituye la voz de los actores protagónicos de esa guerra y nos permite apreciarlos en su humanidad, no desde la perspectiva de lo políticamente correcto, sino desde la perspectiva de quienes estuvieron inmersos en esa conflagración que arrasó con poblaciones enteras.

Gavilán lo explica de manera clara e intensa: “[…] Sendero Luminoso desató una espiral de violencia terrible, pero ¿quiénes fueron esos incipientes guerrilleros? Los actores que iniciaron el conflicto no fueron el otro que vino de lejos, sino que estaba a la vuelta de la esquina, en el propio sistema del Estado. Fuimos nosotros mismos que escuchamos aletear en nuestro interior esa idea de igualdad, esa promesa de una sociedad donde nadie sea más que nadie. ¿Eso es terrorismo? Quizá dejándolos de satanizar podremos ver nuestro propio yo desnudo. Así podremos entender que el nuestro es un país con los huesos calcinados, con los ojos torturados, con las manos clavadas en una cruz” (subrayado mío).

A partir de lo que afirma Gavilán, cabe preguntarse si como país estamos preparados para mirarnos en esa desnudez al espejo, o si preferimos dar rienda suelta a una imaginación edulcorada al mirarnos.

jueves, 24 de octubre de 2019

La reforma agraria humanizada



Rara avis, en el Perú, la exhibición, en tan corto tiempo y en varias salas, de películas con un mensaje contrario alestablecimientoy al pensamiento único que nos imponen, machaconamente, los medios de comunicación y el discurso político y social neoliberal. Y asombrosa la acogida que han tenido en el público, al menos en Lima. Se trata de El viaje de Javier Heraud, documental de Javier Corcuera, La pasión de Javier, película de Eduardo Guillot, y La revolución y la tierra, documental de Gonzalo Benavente.


Las secuelas de la guerra vivida entre 1980 y el año 2000, además de la profunda crisis económica que vivimos en esos tiempos, han marcado a la sociedad peruana a tal nivel que se ha instalado en el imaginario social una aversión casi absoluta a todo aquello que esté relacionado con “socialismo” y, peor aún, con “comunismo”. Por tanto, el desarrollo de una línea de pensamiento o de una estética a ese lado del espectro político implica un camino, si no imposible, cuesta arriba, sumamente pronunciado.

Llama la atención, por tanto, la acogida que han tenido estos filmes. Escribiré, más adelante, en relación con las dos películas sobre la vida de Javier Heraud. Hoy me dedico a trazar algunas ideas, compartir algunas emociones que me suscitó La revolución y la tierra.

La película la vi en una sala en el centro comercial San Miguel. Día miércoles, sala llena. Y leo que ha sido así en otras salas también, incluso el día en que jugó la selección peruana. Tatiana me sugiere que quizá ese hecho traumático de nuestra historia suscita una curiosidad mayúscula en todos los sectores de nuestra sociedad; sea los que se beneficiaron de ella, sea los que resultaron perjudicados o incluso aquellos sectores en los que no tuvo mayor incidencia. ¿La atracción de lo prohibido, de lo que por décadas permaneció oculto?, ¿la saturación con un discurso monocorde e imperante?

El filme tiene gran calidad fotográfica. Se mezclan imágenes antiguas con otras modernas y actuales; esas imágenes son un viaje en el tiempo y calan vívidas los recuerdos, lo que nos contaron, lo que ignoramos. El hilo conductor de la historia que pretende contarnos Benavente resulta bastante persuasivo, coherente y estructurado; aunque se trata de contar una historia vasta y compleja, el resultado final es esclarecedor frente al tabú —cargado de diatribas— que se tejió en torno a Velasco; se nos permite un acercamiento al ser humano, más allá del personaje idílico o demoníaco. Además, el manejo del sonido es destacable, especialmente las piezas musicales elegidas, varias de ellas de un rock fuerte y explosivo, compuesto por jóvenes de esa época.

Con adecuado criterio, la investigación nos presenta, en primer lugar, el contexto político, económico y social en el que se vivía en el Perú (y en América Latina) desde, por lo menos, mediados del siglo XX; la paradoja, en el caso del Perú, de una sociedad nacida de la independencia, pero en la que la mayoría de los habitantes del Perú —andinos o de ascendencia andina— vivían en una situación de miseria y de servidumbre (una esclavitud a penas disimulada), quizá incluso peor a la que se vivió en la época colonial. Habría sido durante la república que muchos latifundistas se apropiaron de tierras extensas y a costa del campesino al que le fueron arrebatadas. ¿Apropiación original?

El latifundista y/o gamonal pasó a ser propietario de esas tierras y, por tanto, quienes las habitaban eran simplemente posesionarios, que tenían que trabajar las tierras del “dueño” y este, magnánimo, les otorgaba, en compensación, una pequeña extensión de tierras para su subsistencia. La evidente injusticia de este sistema casi feudal entró en crisis y los campesinos empezaron a organizarse para exigir la devolución de sus tierras ancestrales (proceso de “recuperación”) e, incluso, en algunos casos, procedieron a ocuparlas, parcialmente al menos, de manera directa.

En segundo lugar, se nos presenta un esbozo del contexto internacional, que resulta también importante. El comunismo como sistema antagonista del capitalismo había avanzado. Muy cerca, en Cuba, en enero de 1959, había triunfado la revolución cubana y se procedió a implementar la reforma agraria, aun a costa de propietarios estadounidenses. La experiencia exitosa del Movimiento guerrillero 26 de julioprendió rápidamente y amenazó al establecimiento regional; esto dio lugar a que las élites políticas y económicas temieran que el riesgo de que movimientos similares al cubano triunfaran en otros países era inminente si se mantenían las inequidades y desigualdades que se vivían en ese momento; por tanto, existía un consenso en la necesidad de sacrificar algunos privilegios para una mejor redistribución de la riqueza. Por tanto, con JF Kennedy se buscó promover algunas medidas que redujeran las brechas de desigualdad y aminorando el riesgo de estallidos sociales; es locuaz la escena en la que su mujer, Jacqueline Kennedy, en un español masticado, pronuncia un discurso con un tono evidentemente “socializante”. 

En esa línea está Fernando Graña, dueño de la Hacienda Huando, quien manifiesta que la élite, la clase alta peruana, debe implementar de manera ordenada una reforma agraria, para evitar sobresaltos mayores y, por tanto, para mantener el statu quo. Una breve digresión, Vargas Llosa en una entrevista reciente afirma que “La reforma agraria era una necesidad en el Perú sin ninguna duda, había que acabar con el latifundio”, aunque tilda la reforma implementada por Velasco como desastrosa.

Estamos en 1963 y gana las elecciones Belaúnde Terry, quien —acorralado por la oposición destructiva de la alianza entre la Unión Nacional Odriísta y el Apra— aunque convencido de la necesidad de implementar la reforma agraria, lo hace, pero de manera tan tímida que la olla de presión termina estallando, concluyendo con el golpe militar a cargo del protagonista del documental, el general Juan Velasco Alvarado, piurano y criollo él, de origen popular pero ajeno a lo andino.

Las voces que nos narran la historia son múltiples y diversas y, justo por ello, el mosaico final es complejo e incierto. Nelson Manrique nos plantea que la reforma agraria significó arrebatarle a Sendero Luminoso el terreno fértil en que podría haberse desarrollado; Hugo Neyra, enfático, concluye que, si no se hubiera dado esta, la guerra la habría ganado Sendero Luminoso, pues habrían podido legitimar su discurso frente a millones de campesinos. Sin embargo, hay una señora de familia terrateniente que manifiesta que el Perú retrocedió mucho con la reforma; a propósito, un dato que me llamó poderosamente la atención es que de los bonos de la reforma agraria se cumplió con el pago de la mayor parte (más del 80%), aunque, claro está, en esto también se privilegió el pago a favor de ciertos grupos de poder. ¿Quiénes han quedado en la condición de impagos? Esto merecería estudiarse a fin de que no se dilapiden los escasos recursos públicos.

Desde una orilla distinta y actual, una joven politóloga nos dice que ella pudo estudiar en la Universidad gracias a la reforma agraria, pues sino habría seguido la historia servil de sus antepasados. Un joven sociólogo manifiesta que es justo que los hijos de los que fueron los “pongos” se sientan orgullosos de lo que han logrado hoy, gracias a que son independientes y ya no siervos. Un viejo campesino, con orgullo, manifiesta que ya no hay hacendados y que hoy ellos son independientes. Pero también está el señor que trabajó en Huando, con los Graña, y habla con profunda nostalgia de esas épocas, de las que narra los lujos en que vivían, pero también las condiciones de vida favorables que permitían a sus trabajadores; un mayordomo nostálgico de las épocas de bonanza de los patrones. ¿Qué posición es la que hoy predomina a nivel social?, ¿el punto de vista del hombre independiente o la del nostálgico mayordomo?

Carlos León cuenta que entrevistó al hijo de Velasco y este le dijo que el general lloró frente a él, pues podía entender que gente a la que había perjudicado con sus reformas lo odiara, lo que no entendía es que la gente que había beneficiado no lo hubiera defendido. Y a pesar de ello, el funeral de Velasco tuvo una asistencia multitudinaria.

La mayor virtud del documental es que coloca en el escenario del debate público el impacto de las medidas de Velasco en el Perú para un balance, ya no del pasado sino de las perspectivas hacia el futuro. ¿Seremos capaces como sociedad de hacer una evaluación de ese hito histórico?, ¿será posible restañar las heridas que aún subsisten?