Edmundo Paz Soldán es un escritor que me llama la atención, pues pertenece a una generación —e incluso formó parte del grupo M'condo— que quiso romper con los escritores del Boom Latinoamericano, especialmente con la tendencia del realismo mágico. Es decir, escritores con una actitud irreverente que en el arte es sino imprescindible, sí un elemento esencial para la labor creativa. Acabo de terminar la lectura de su penúltima novela, Palacio Quemado, en la que, abiertamente, aborda el tema político, aunque sin dejar de lado los aspectos intimistas de su reflexión. Y en este caso, la coyuntura política que analiza es, justamente, una de las más importantes no solo en el contexto boliviano sino incluso en el latinoamericano: la liquidación virtual de la hegemonía neoliberal de por los menos dos décadas y la llegada a la Presidencia de la República del hoy gobernante Evo Morales, el denominado primer mandatario indígena. Palacio Quemado es la casa de gobierno de Bolivia que encierra una historia de paradójicas relaciones entre gobernantes y gobernados, allí se han dado diferentes matanzas contra la gente que reclamaba algo, pero también se ha dado muerte a algunos de los inquilinos de turno; un aura fantasmagórica recorre sus pasadizos y dicen que eso obnubila la mente de los gobernantes que, en la mayoría de los casos, quieren simplemente perpetuar su poder.
Me parece una buena novela, pues recrea con mucha fidelidad hechos históricos reales, destacando además su habilidad en ese cometido. Claro que hay cuestiones que ponen en evidencia la frivolidad que a veces caracteriza su literatura, aunque, ciertamente, en este caso el tema no permite que esta sea el centro. Me parece importante destacar una entrevista que le hicieron al propio autor sobre esta novela en el diario argentino Página 12 que es muy rica. Sugiero la revisen.
La novela tiene como protagonista central a Óscar, un historiador cochabambino radicado, por cuestiones laborales, en la ciudad de La Paz, aunque contra la voluntad de su familia renuente a abandonar el paraíso bucólico de Cochabamba. El historiador se ha acostumbrado a esa ciudad en la que el Illimani aparece como gran mole protectora (esto me recuerda al Ausangate en el Cusco y la sensación de protección que otorga su majestad); él mismo se autodefine como una persona que ha sabido absorber políticas de centro derecha como de centro izquierda y que ha sabido alquilar su pluma a los políticos más diversos —y en ocasiones hasta rivales— aunque, en sus propias palabra, "Ninguna convicción me acompañaba. Ninguna como la de papá, equivocada o no. Excepto, acaso, la fe en las palabras, dispuestas a ponerse al servicio de la convicción de los otros" (p. 125), sin que eso signifique que sea consciente "que somos una minoría y no salimos de nuestras calles asfaltadas y nos olvidamos de cómo vive el resto" (p. 52) en este "nuestro precioso país de clases y castas" (p. 37). ¿No podría ser Óscar un historiador peruano afincado en la ciudad capital?, ¿no podría ser el país donde ocurre la trama de la novela el propio Perú? Terminada la lectura de esta novela, mantengo mi certeza sobre la mayor cercanía cultural, social e incluso humana entre el sur andino del Perú con la Bolivia que describe Paz Soldán.
Es en ese país fracturado en el que ocurre la novela, que tiene como protagonistas a personajes que se construyen de manera coherente y lejana de los estereotipos (salvo en algunos momentos), aunque una lectura limeña pueda no compartir este criterio.
Encuentro gran influencia del modo en que afronta la temática política en el Vargas Llosa de "Conversación en La Catedral", aunque utilice una técnica literaria más simple y casi lineal, sin perjuicio del eventual recurso a la analepsis o "flashback".
Ahora bien, me parece importante destacar que Paz Soldán no hace una literatura social, sino que tiene también como preocupación al individuo, algo que le da una carácter de mayor complejidad a su mirada. Las búsquedas de Óscar están marcadas por el hecho fatal que marcó a su familia: el suicidio de Felipe, su hermano mayor, muchos años antes. Quiere, inconscientemente, desentrañar ese hermético secreto que cubre aquel hecho y, poco a poco, lo logra. Su reflexión se inicia de este modo: "Las continuas peleas a gritos e insultos, las dramáticas amenazas de suicidio que marcaron esa época, mostraban que había algo más en el fondo: se había extinguido el amor. El divorcio parecía la única salida. Fue en ese momento crucial que Felipe se suicidó" (p. 17). Es más, en algún momento, Óscar tuvo una experiencia cercana con la muerte al haber sufrido un accidente en su bicicleta y la describe de manera profunda y ajena a las categorías absolutas: "Acaso la muerte era eso: ruidos, destellos de luces de colores en medio de una tiniebla sobrecogedora y, pese al dolor, el abrazo envolvente, cálido, del universo a mi alrededor" (p. 20).
Sobre la base de ese análisis de la biografía del protagonista central, reflexiona el narrador y las conclusiones a las que llega, quizá, son aplicables también, en alguna medida, a la historia de ese pueblo y de nuestros pueblos como entidades colectivas: "los años hacen que olvidemos los conflictos y nos concentremos en la buena fortuna de nuestro destino, o alteremos desasosiegos y los convirtamos en parte de nuestra fortuna. O quizás la infancia no es necesariamente el territorio de las ansiedades. Mentira. Esa época fue traumática porque mis papás peleaban sin descanso y volaban los zapatos y cuchillos por el aire [...] Era irrespirable el aire en nuestra casa vieja y ófrica [...]" (p. 25). ¡Cuánto nos marca el pasado, nuestra infancia! (Una breve digresión: el uso de la palabra "ófrico" no es común en Lima, a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en el Cusco y provincias de ese departamento; una muestra más de la semejanza que nos une). Ahora bien, como puede apreciarse lo individual se constituye en uno de los hilos conductores de la trama en esta novela.
Para ubicarnos temporalmente, debemos situarnos hacia el año 2003, cuando Bolivia era gobernada por Gonzalo Sánchez de Lozada. Su gobierno había manifestado la intención de exportar el gas de ese país (segunda reserva probada del continente) por puertos chilenos, a lo cual la población se opuso desde un comienzo, dándose las protestas más delicadas en febrero de ese año en que se produjeron un número considerable de muertes y el desenlace de la crisis de la llamada "guerra del gas" en octubre de ese mismo año, que se cobró la vida de un número mayor de personas, y que tuvo como consecuencia la renuncia de ese gobernante y su reemplazo por el Vicepresidente, el historiador Carlos Meza. El "Goni" se llama en la novela "Nano" Canedo y su Vicepresidente es el demócrata Luis Mendoza, quien tendrá un permanente enfrentamiento con el hombre fuerte que es el "Coyote", el Ministro del Interior. Óscar les escribía los discursos a Canedo y al Coyote: "Desde la sombra, me sentía a cargo de dos enormes marionetas en un escenario lleno de sangre y humo y ruido" (p. 104).
La novela, como lo dije, recrea los sucesos reales de ese año de una manera fiel. Pero están también las concepciones en pugna, especialmente aquella de la "clase" o "casta" a la que pertenece Óscar: "Mis tíos estaban sorprendidos negativamente por los cambios en el país: si en el anterior parlamento sólo había cuatro representantes de los grupos indígenas, ahora lo era casi el treinta por ciento de los parlamentarios. En el Congreso se había tenido que instalar un sistema de traducción simultánea a cuatro idiomas —castellano, quechua, aymara y guaraní— debido a que los parlamentarios indígenas se negaban a hablar castellano" (p. 44). El "Oso" —como llama Canedo al pueblo— se va abriendo espacios lentamente y sobre la base de su propio esfuerzo, sin concesiones gratuitas de los grupos de poder. Esto en el Perú, donde la representación parlamentaria de las poblaciones originarias es todavía marginal, mereció comentarios despectivos, al inicio de este gobierno, de los congresistas Martha Hildebrandt y Aurelio Pastor, quienes manifestaron, ante la juramentación de las congresistas Hilaria Supa y María Sumire, que no tenía sentido que se hablara en idiomas distintos al castellano en el Congreso; y es esa concepción la que en el Perú aún rige, pues hasta ahora no se cuenta con sistemas de traducción ni siquiera al kechua o al aymara, idiomas hablados por importantes grupos sociales. Ahora, para graficar el movimiento casi incomprensible de las masas, hay una reflexión que hace el tío de Óscar que me parece muy interesante: "Esa entidad que llamamos pueblo tiene razones que la razón no conoce [...] Y puede equivocarse. Lo único cierto es que mejor no estar cerca cuando se despierta [...] Nuestra única suerte es que tiene una enorme paciencia. Cuando la pierde, no queda otra que escapar" (p. 212).
Divorciado y con un hijo, Óscar conoce a una hermosa muchacha de Santa Cruz, Natalia, divorciada y con tres hijos, con quien entabla una relación en la que no se sabe bien si, al menos de parte de ella, hay un sentimiento real o si, más bien, existe solamente un ánimo de convergencia de intereses, pues al final, acorralada por el Vicepresidente Mendoza en su combate contra la corrupción (ella le vendió al Gobierno unos chalecos para la policía tremendamente sobrevaluados), recurre a la protección de otros miembros del gobierno, específicamente del Coyote, con quien aparentemente inicia una relación y con quien escapa hacia Estados Unidos al final. Interesante aquí el recurso de Paz Soldán de amarrar a esta conjunción de historias individuales las historias del abuso de las posiciones de poder, la relación poder-corrupción, la historia de la violencia familiar y la situación femenina frente al poder. "Había algo narcicista en nuestra relación: estábamos juntos porque nos identificamos y eso nos fortalecía. Éramos un bien intencionado producto de nuestro medio, conformistas que trataban de nadar y guardar la ropa, seres con la conciencia intranquila que sabían que las cosas debían cambiar pero no daban los pasos necesarios para ello por miedo a la pérdida de los privilegios o a la cárcel" (p. 146). De manera más explícita aun señala "Éramos tal para cual: ella se quejaba de su posición de privilegio y no hacía más que abusar de ésta; yo criticaba las formas expoliadoras con las que nuestra clase había manejado el país y no podía, no sabía, o no quería romper el ciclo que me hacía ser parte de aquello que criticaba... Tener una conciencia culpable no era suficiente para alterar los viejos hábitos" (p. 174).
La sensación generalizada, el clima total de la Bolivia de esa época ya era que los cambios estaban sucediendo y, además, esos cambios eran legítimos, aunque, desde los grupos acomodados, se quisiera evitar que ello ocurra. Y quien está liderando esos cambios es Remigio Jiménez (el alter ego de Evo Morales). Óscar, quien llegó a Palacio Quemado por su amigo Lucas, se mantiene a pesar de todo leal a Canedo hasta el final, a pesar de la oposición de su familia; por su parte, Lucas renuncia al gobierno luego de los hechos de febrero y, posteriormente, se lo ve acompañando al Remigio (muy interesante que Paz Soldán escriba en boliviano, un castellano mucho más parecido al cusqueño, en el uso por ejemplo del artículo acompañando a los nombres de las personas, un asunto que me parece, salvo por el uso de la jerga, entre los escritores peruanos no se ha logrado todavía). Esta atmósfera de cambio se respira en la sociedad, pero también en los ámbitos más familiares e individuales. "Alicia [la mujer de El Alto que trabaja como empleada doméstica de Óscar, que tiene a su cuidado al hijo de este y que se enteró que este trabaja para Canedo, y acepta ante su instencia en quedarse a trabajar con él] fue a su cuarto a dejar el bolsón, yo respiré aliviado y luego me sentí pésimo: me había sido tan fácil decir que yo no tenía nada que ver con lo que ocurría en Palacio. Recordé cómo era mamá con sus empleadas, tan altanera, tan despectiva. Las cosas estaban cambiando rápido. Yo le seguía pagando el sueldo a Alicia, pero ahora decía o hacía muchas cosas con tal de conseguir su aprobación, con la esperanza de que ella no se fuera de mi lado" (p. 237). Ese es uno de los méritos de esta novela: retratar el conflicto vivo y real entre esas "clases" y/o "castas" que conforman el entramado social bolivianao (muy semejante al peruano), los cambios que se viene produciendo, ora abiertos y evidentes, ora subterráneos. Y esos cambios sacuden los cimientos de la sociedad a tal punto que "Tengo varias amigas que dicen que en la próxima elección votarán por el Remigio. Son unas cínicas. Una dice que la mejor manera de acabar con los bloqueos es votar por los bloqueadores. Otra dice que de una vez le tiene que tocar a un indio, así nos dejan de joder. Lo harán mal, y luego volveremos a lo de antes" (p. 252).
En todo caso, en la entrevista que les recomiendo publicada en Página 12, Paz Soldán nos dice, con relación al proceso político actual, que "El cambio era necesario. En los últimos quince años se hicieron muchos esfuerzos para que haya una mayor inclusión social y que grupos tradicionalmente excluidos de la toma de decisiones tuvieran un mayor peso político. Con Evo eso se revitalizó, y es una de las mejores cosas que le ha pasado a la política boliviana. La foto oficial del poder es mucho más representativa de lo que es hoy Bolivia. También creo que la forma en que se aplicó el modelo neoliberal en Bolivia fue salvaje y la recuperación de la soberanía nacional a través de ciertas decisiones como la nacionalización del petróleo ha sido muy positiva [...] Pero a Santa Cruz hay que darle un mayor peso político, y creo que ese es un error de Evo".
La literatura a veces es la mejor forma de acercarnos a la realidad. Y creo que en este caso, independientemente a las concepciones políticas de Paz Soldán, podemos entender un poco mejor lo que sucede en Bolivia (y loq ue soterradamente aun sucede en nuestro país).
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