Guillermo Rochabrún publicó un provocador artículo en la Revista del Instituto de Defensa Legal, en el que concluye que, en el Perú, "ni los integrados ni los excluidos son claramente representables, pues carecen de un anclaje socioeconómico definido que perfile un presente y un futuro. Bajo estas reglas, la política termina pareciéndose mucho, para los políticos, a un juego de azar" (p. 109).
Alguna vez, en una clase, escuché a Francisco Miró Quesada Rada, decir que el PArlamento era la más clara expresión de lo que, como país, somos. Ese es nuestro mejor espejo. Y esto coincide con lo que el propio Rochabrún afirma: que en las democracias libres la representatividad depende centralmente de los representados.
Esto último, probablemente, podría cuestionarse desde una mirada como la de Noam Chomsky, quien ha catalogado a las elecciones norteamericanas, como el despliegue de las técnicas de mercadeo más grandes del mundo, a tal punto que los últimos resultados electorales son leídos por él como el triunfo de la estrategia de marketing del producto "Obama".
Sin embargo, para evaluar la hipótesis de Rochabrún, debe aceptarse que, al menos en teoría, es posible que la voluntad de los representados trascienda ese mercadeos vulgar. Quizá esto último ha cobrado realidad en Bolivia, donde el electorado eligió como Presidente a Evo Morales y está respaldándolo, a él y su proceso, en dos procesos adicionales, el de revocatoria y ekl referéndum de hoy. Un amigo me contaba que en Bolivia se siente esa "representatividad" o, más bien, la legitimidad de esa representación, atendiendo a un conjunto de ideales de futuro, resumidos en lo que se ha denominado como "refundación" del país y que podrían tener una base real en un anclaje socioeconómico definido, que podría ser la situación de exclusión de las poblaciones originarias mayoritarias. Ese punto común, probablemente, ha permitido la articulación de un movimiento de fuerza aun poco conocido y totalmente novedoso en el continente. A esos sectores no les son ajenas las "estrategias se supervivencia" a las que alude Rochabrún y tampoco las diferentes "redes" a las que se recurre, pero sí habría un horizonte de futuro común: un nuevo país, más justo, que no excluya a las mayorías, sin latifundio, etc.
En el caso peruano, la crisis en los "representados" se habría agudizado, además de por la crisis económica, por la violencia política vivida y por la respuesta antipolítica que se inauguró con Fujimori, aunque trascienda a ese ex gobernante (fujimorismo sin Fujimori), que redujo la respuesta de ese electorado a una búsqeuda de reciprocidad que permita que cuenten con la asistencia del Estado, sin importar quien gobierne. Es así que las poblaciones originarias (indígenas) no tienen mayor articulación, aunque se haya visto en su ámbito amazónico una contundente respuesta a ciertas medidas que pretendieron impulsarse.
Una prueba de certeza en la hipótesis de Rochabrún podría ser esa tendencia del electorado peruano a votar por la "menos mala" de las alternativas. No hay una apuesta de futuro, no hay la capacidad de soñar con "otro Perú"; es simplemente cumplir con la obligación de elector, aunque sea con la nariz tapada, como dijo Vargas Llosa.
¿Podrán articularse nuestros intereses como país?, ¿podremos, en tanto sociedad, encontrar los puntos comunes que nos permitan movilizarnos hacia el futuro, buscando caminos comunes?
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