Recuerdo, hace unos años, cuando obtuve mi primer teléfono móvil, fue una maravilla, la forma en que me atendieron los empleados de la empresa que tenía el monopolio de las telecomunicaciones fue simplemente genial, probablemente una linda chica, sonriente ella, ofreciéndome las maravillas del mundo. Y claro, ahora recuerdo, las primeras cuentas fueron francamente alucinantes, no pagaba menos de cien dólares. No hay duda, era soltero, vivía solo, podía darme esos lujos. Pero el tiempo fue pasando y, francamente, las ventajas que me ofrecieron se fueron diluyendo con el tiempo. Decidí cancelar esa línea y la amabilidad y la celeridad en la atención que me proporcionaron al ingresar, devino en una pesadilla para realizar el trámite que pusiera fin (ejerciendo la soberanía que, dicen, ejercemos los consumidores) a esa relación contractual que me unía con esa empresa.Pues bien, pensé que la hora de refrigerio que tenía en el trabajo me sería suficiente para ello. Equivocadísimo, en lo absoluto. Simplemente, la persona (así, en singular) que atendía a los muchos clientes (en plural hipertrofiado) que querían hacer lo mismo que yo, se tomaba largos minutos en tal gestión. Me atendieron luego de tres horas o más de espera. Y la linda chica que atendía, me preguntó todavía, ¿por qué quiera cerrar su línea, señor? Finalmente, cancelé esa línea y, desde entonces, he optado por los teléfonos pre-pago.
Una experiencia similar la viví cuando quise cerrar una tarjeta de crédito y, por tanto, el cuento aquel de que los consumidores ejercemos una soberanía en el mercado se desplomó como se desploman hoy grandes multinacionales. Y es que, claro, las "leyes" que rigen la economía, de acuerdo al dogma neoliberal, funcionan en situaciones ideales, en supuestos perfectos. Como resulta evidente, la realidad dista muy lejos de ser perfecta y los consumidores somos esclavos de las grandes corporaciones, solo que, según rezan los ortodoxos, porque así lo hemos decidido. Es decir, desde la perspectiva de la "libertad" somos esclavos por opción.
Ahora bien, va generándose un consenso, como señala Manuel Rodríguez Cuadros, respecto a que el fundamentalismo neoliberal "Ha significado, en la generación de la crisis, la extrema privatización de colosales ganancias para sus operadores y, en la solución del desastre que ha creado, la socialización de las pérdidas también en magnitudes colosales". Y, en vista de que a los economistas les encanta hablar y escribir cifras en mano, es importante precisar que esta vez el costo de esa socialización de las pérdidas sea cuantificada: a cada ciudadano estadounidense el salvataje propuesto le costará la suma de 4000 dólares, a cada uno, con lo que si se trata de una familia de cuatro miembros, está asumirá una suma de 16000 dólares. Por supuesto que los grandes beneficiados de los negocios que han generado esta crisis colosal, también se verá castigados con esas sumas; ¿no se está generando de ese modo un cúmulo de externalidades alucinante?
Como dice Santiago Pedraglio, es muy probable "que se esté viviendo el fin de una modalidad del capitalismo, la que se ha dado en llamar neoliberal: el mercado, controlado por grandes corporaciones, ordena unilateralmente las prioridades de inversión
y los destinos de las personas".
Del mismo modo se expresa Humberto Campodónico, concluyendo que "Ni el estatismo ni el liberalismo a ultranza funcionan. Si se extraen correctamente las lecciones del terremoto financiero –que se viene con recesión y desempleo– es probable que volvamos a una 'economía mixta', que conjugue e integre los roles del Estado y el mercado. Quizá incluso vuelva al primer plano el paradigma keynesiano del Estado del Bienestar, donde todos tienen derecho a educación, salud, vivienda, salario mínimo y una adecuada pensión de jubilación".
Antonio Zapata, por su parte, con la perspectiva histórica, opina que "el libre mercado sin regulación estatal conduce a la especulación, a la búsqueda desenfrenada de la ganancia y a la formación de burbujas que estallan de cuando en cuando. Cuando el mercado actúa por sí mismo, con absoluta libertad, el desenfreno suele ser espectacular", concluyendo que "la realidad ha negado el principio del libre mercado, que es libre hasta que enfrenta una crisis terminal, entonces ruega por la intervención del Estado".
Todo esto ya venía adviritiéndose desde hace algunos años. Por ejemplo, Immanuel Wallerstein, decía en una ponencia hacia el año 2001 que "Nuestro sistema social histórico actual es el moderno sistema-mundo, que es una economía-mundo capitalista. Ha existido desde el largo siglo XVI. Este sistema se ha ido expandiendo geográficamente hasta cubrir el globo entero, habiendo sometido e incorporado a todos los otros sistemas sociales históricos sobre la tierra hacia el último tercio del siglo XIX. Como todo sistema histórico, una vez que ha nacido, este sistema ha operado bajo ciertas reglas, que pueden hacerse evidentes y que se reflejan en sus ritmos cíclicos y en sus tendencias seculares. Como todos los sistemas, la proyección lineal de sus tendencias encuentra ciertos límites, después de lo cual el sistema se encuentra a sí mismo lejos del equilibrio y comienza a bifurcarse. A partir de este punto, podemos decir que el sistema está en crisis, y que transita a través de un periodo caótico en el cual busca estabilizar un nuevo y diferente orden, es decir, que realiza la transición desde un sistema a otro. Qué es lo que este nuevo orden será, y cuándo se estabilizará, es algo imposible de predecir, pero también es algo que se encuentra fuertemente impactado por las acciones de todos los actores que participan en toda esta transición. Y es exactamente la situación en la que estamos ahora, como ya lo he dicho antes" (resaltados míos).
Pero quedan los que insisten en recitar la receta y uno de ellos, al que podría catalogarse (sin ánimo de recurrir a argumentos ad hominem, se trata de la simple antipatía que despierta alguien que tiene el mérito exclusivo de colgarse de las faldas de un padre famoso) como el más idiota de los idiotas latinoamericanos, es justamente Alvaro Vargas Llosa, quien hijito de papá siempre, critica, recién, al gobierno al que rinde pleitesía, señalando que la solución que la administración Bush "está aplicando con apoyo del Partido Demócrata –más Estado– está garrafalmente equivocada", pues aunque resulta comprensible que el gobierno quiera proteger los ahorros y pensiones de numerosos estadounidenses. "El argumento, sin embargo, presupone que hay una solución indolora y otra dolorosa: la indolora sería el rescate gubernamental del sistema financiero y la dolorosa sería dejar que estas instituciones quiebren. Pero, ¿de qué manera constituye la transferencia masiva de riqueza de los contribuyentes comunes y corrientes y de las futuras generaciones a la banca de Wall Street una solución indolora?".
El debate público-privado, ahora sí, esta en su clímax.
Una experiencia similar la viví cuando quise cerrar una tarjeta de crédito y, por tanto, el cuento aquel de que los consumidores ejercemos una soberanía en el mercado se desplomó como se desploman hoy grandes multinacionales. Y es que, claro, las "leyes" que rigen la economía, de acuerdo al dogma neoliberal, funcionan en situaciones ideales, en supuestos perfectos. Como resulta evidente, la realidad dista muy lejos de ser perfecta y los consumidores somos esclavos de las grandes corporaciones, solo que, según rezan los ortodoxos, porque así lo hemos decidido. Es decir, desde la perspectiva de la "libertad" somos esclavos por opción.
Ahora bien, va generándose un consenso, como señala Manuel Rodríguez Cuadros, respecto a que el fundamentalismo neoliberal "Ha significado, en la generación de la crisis, la extrema privatización de colosales ganancias para sus operadores y, en la solución del desastre que ha creado, la socialización de las pérdidas también en magnitudes colosales". Y, en vista de que a los economistas les encanta hablar y escribir cifras en mano, es importante precisar que esta vez el costo de esa socialización de las pérdidas sea cuantificada: a cada ciudadano estadounidense el salvataje propuesto le costará la suma de 4000 dólares, a cada uno, con lo que si se trata de una familia de cuatro miembros, está asumirá una suma de 16000 dólares. Por supuesto que los grandes beneficiados de los negocios que han generado esta crisis colosal, también se verá castigados con esas sumas; ¿no se está generando de ese modo un cúmulo de externalidades alucinante?
Como dice Santiago Pedraglio, es muy probable "que se esté viviendo el fin de una modalidad del capitalismo, la que se ha dado en llamar neoliberal: el mercado, controlado por grandes corporaciones, ordena unilateralmente las prioridades de inversión
y los destinos de las personas".
Del mismo modo se expresa Humberto Campodónico, concluyendo que "Ni el estatismo ni el liberalismo a ultranza funcionan. Si se extraen correctamente las lecciones del terremoto financiero –que se viene con recesión y desempleo– es probable que volvamos a una 'economía mixta', que conjugue e integre los roles del Estado y el mercado. Quizá incluso vuelva al primer plano el paradigma keynesiano del Estado del Bienestar, donde todos tienen derecho a educación, salud, vivienda, salario mínimo y una adecuada pensión de jubilación".
Antonio Zapata, por su parte, con la perspectiva histórica, opina que "el libre mercado sin regulación estatal conduce a la especulación, a la búsqueda desenfrenada de la ganancia y a la formación de burbujas que estallan de cuando en cuando. Cuando el mercado actúa por sí mismo, con absoluta libertad, el desenfreno suele ser espectacular", concluyendo que "la realidad ha negado el principio del libre mercado, que es libre hasta que enfrenta una crisis terminal, entonces ruega por la intervención del Estado".
Todo esto ya venía adviritiéndose desde hace algunos años. Por ejemplo, Immanuel Wallerstein, decía en una ponencia hacia el año 2001 que "Nuestro sistema social histórico actual es el moderno sistema-mundo, que es una economía-mundo capitalista. Ha existido desde el largo siglo XVI. Este sistema se ha ido expandiendo geográficamente hasta cubrir el globo entero, habiendo sometido e incorporado a todos los otros sistemas sociales históricos sobre la tierra hacia el último tercio del siglo XIX. Como todo sistema histórico, una vez que ha nacido, este sistema ha operado bajo ciertas reglas, que pueden hacerse evidentes y que se reflejan en sus ritmos cíclicos y en sus tendencias seculares. Como todos los sistemas, la proyección lineal de sus tendencias encuentra ciertos límites, después de lo cual el sistema se encuentra a sí mismo lejos del equilibrio y comienza a bifurcarse. A partir de este punto, podemos decir que el sistema está en crisis, y que transita a través de un periodo caótico en el cual busca estabilizar un nuevo y diferente orden, es decir, que realiza la transición desde un sistema a otro. Qué es lo que este nuevo orden será, y cuándo se estabilizará, es algo imposible de predecir, pero también es algo que se encuentra fuertemente impactado por las acciones de todos los actores que participan en toda esta transición. Y es exactamente la situación en la que estamos ahora, como ya lo he dicho antes" (resaltados míos).
Pero quedan los que insisten en recitar la receta y uno de ellos, al que podría catalogarse (sin ánimo de recurrir a argumentos ad hominem, se trata de la simple antipatía que despierta alguien que tiene el mérito exclusivo de colgarse de las faldas de un padre famoso) como el más idiota de los idiotas latinoamericanos, es justamente Alvaro Vargas Llosa, quien hijito de papá siempre, critica, recién, al gobierno al que rinde pleitesía, señalando que la solución que la administración Bush "está aplicando con apoyo del Partido Demócrata –más Estado– está garrafalmente equivocada", pues aunque resulta comprensible que el gobierno quiera proteger los ahorros y pensiones de numerosos estadounidenses. "El argumento, sin embargo, presupone que hay una solución indolora y otra dolorosa: la indolora sería el rescate gubernamental del sistema financiero y la dolorosa sería dejar que estas instituciones quiebren. Pero, ¿de qué manera constituye la transferencia masiva de riqueza de los contribuyentes comunes y corrientes y de las futuras generaciones a la banca de Wall Street una solución indolora?".
El debate público-privado, ahora sí, esta en su clímax.
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