La novela "Ensayo sobre la ceguera" de José Saramago construye un escenario sobrecogedor en el que, por la propia ausencia de visión, los seres humanos hacemos "de los ojos una especie de espejos vueltos hacia dentro, con el resultado, muchas veces, de que acaban mostrando sin reserva lo que estábamos tratando de negar con la boca" (p. 25), a tal punto que quizá sea exacto aquello que alguno de los personajes (en esta novela no importan los nombres) dice: "De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad" (p. 40). Especulo que puede ser ese mismo entorno de salvajismo y de caos el que subyace el "Informe para ciegos" de Ernesto Sábato, en "Sobre héroes y tumbas". Y, en medio de ese escenario caótico, lo puro que hay en nuestra humanidad lucha, incesante, por sobrevivir, por no sucumbir en el piélago de mugre y egoismo.
Las 329 páginas de la novela de Saramago han sido adaptadas en 120 minutos en su versión cinematográfica, con el título de Blindness, cuyo director Fernando Meirelles, ha tenido la osadía y, además, la versatilidad necesaria para hacernos ver la ceguera peculiar que ataca esa ciudad, ese "mar de leche" que no es como la ceguera común, caracterizada por la oscuridad y, por tanto, la ausencia de luz, sino todo lo contrario, una ceguera luminosa y blanca. Y creo que la sensación que deja al espectador la película es la que se resume en la sentencia del médico oftalmólogo en el libro: "la muerte no es más que el efecto de una desorganización", para luego concluir, ante la pregunta de cómo podría organizarse una sociedad de ciegos para que viva, "Organizándose, organizarse ya es, en cierto modo, tener ojos" (p. 297).
El escenario es tenebroso, realmente. Es la guerra por la supervivencia, guerra entre las personas que necesitan socializar, guerra contra los hedores y la podredumbre, guerra contra uno mismo, guerra entre quienes se aman, como el conflicto que viven el oftalmólogo y su mujer, la única persona inmune a la ceguera (aquella que justamente no estimó los riesgos ante el posible contagio). Llega el momento en que él, ciego, siente rabia por la dependencia absoluta respecto a su mujer (vidente) y ésta, a su vez, con el peso de cargar con una ceguera colectiva y ser la única que ve los horrores que los ciegos generan sin ver. Es justamente ella, la que no entiende, por cuanto no está ciega, "que una persona se acostumbra a todo", porque podría incluso haber dejado de ser persona (p. 228) y puede, a pesar de ello o quizá por ello, continuar. Como si no existiera límites para lo malo o el mal.
Es hermosa la escena en que, luego de voluntariamente haberse prostituido por alimentos para su grupo, las mujeres retornan con una de sus compañeras moribunda en brazos y ya muerta le dan abluciones conjuntas que las purifica también a ellas. Hermosa escena, profunda y tierna. En esa escena, como se lo comentaba a mi compañera, entendí la fortaleza femenina y la verdad de la superioridad maternal, que se nos ofrece como regazo en esos momentos de flaqueza. En la película, el rol de esta mujer lo tiene Julianne Moore, que lo desempeña con maestría actoral. Y una de las escenas en que resulta evidente esto es cuando la chica de las gafas oscuras (la prostituta, ya sin las gafas, claro está), en busca de ternura, hace el amor con su esposo, quien se olvida, en el frenesí que lo envuelve, de que es justamente su mujer la única persona que podría verlo, como sucede efectivamente.
El libro es una angustia que se extiende por el tiempo que tome su lectura, al igual que la película es un angustiante recorrido de dos horas; vale la pena precisar que en la película se logra dar vida al anonimato absoluto que caracteriza el libro, pues, según en deseo de Saramago, no se puede siquiera identificar en qué ciudad se filmó. Desconcertante.
Ahora bien, en el libro hay un substrato político que puede sospecharse y que en la película pasa completamente desapercibido. Así, cuando en la novela se dice que "Los ciegos están siempre en guerra, siempre lo han estado" (p. 198), aunque los invidentes puedan tomarlo a mal (a tal punto que organizaciones de ciegos estuvieron planteando un boicot contra la película), me parece que debiera leerse en comunión con el final: "Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven" (p. 329). Un llamado a la reflexión de este mundo en el que suceden tantas atrocidades previsibles, que pudieron prevenirse o resolverse, pero que, ciegos, como humanidad, somos incapaces de ver.
La novela tiene un evidente contenido filosófico y, aunque no desde una perspectiva precisamente optimista, nos enfrenta con lo que es la realidad, ajena a esperanzas y sueños: " a fin de cuentas lo que está claro es que todas las vidas acaban antes de tiempo" (p. 222). Y a pesar de esa dura evidencia, nos quedan resquicios de humanidad que se muestran, tenues, paradójicamente en nuestras flaquezas, "menos mal que todavía somos capaces de llorar, el llanto muchas veces es una salvación, hay ocasiones en que moriríamos si no llorásemos" (p. 104).
Post Escriptum: Una crítica, no sé si a la propia película o, más bien, a la reproducción en la sala a la que asistí, es el corte abrupto entre el inicio de la epidemia (cuando ya el médico se ha vuelto ciego) y el inicio de la cuarentena decretada por el gobierno; no hay una vaso comunicante y solo se entiende cuando la voz del narrador (como dicen los huachafo, "en off") va explicando esto. Me parece que podría haberse logrado un mejor tránsito, recurriendo a algún vaso comunicante visual, antes que el puramente narrativo y ex post.
1 comentario:
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