El culto que se le rinde a la inversión extranjera ha llegado en el Perú a ribetes que francamente me parece que han perdido un criterio básico: el de realidad. Entiendo la importancia de la inversión extranjera, pero la concibo en tanto medio o herramienta para lograr un fin mayor que es el desarrollo del país, su crecimiento. No admito la idea que la inversión extranjera sea un fin en sí mismo, una suerte de tótem sagrado al que no debe tocarse ni con el pétalo de una rosa crítica. Sobre este particular, creo fundamental enfatizar lo que Humberto Campodónico afirma con contundencia:
"En materia de inversión extranjera directa (IED), los países asiáticos han priorizado la entrada de inversiones que promueven la creación de mayor valor agregado, lo que les ha permitido entrar a la competencia mundial de productos industriales (allí están las exportaciones chinas y coreanas). Pero aquí se sigue sobrevendiendo la idea de que basta con la IED en actividades extractivas (minería, petróleo, gas), lo que consolida el modelo primario exportador".
Esta premisa me parece el punto de partida necesario y mínimo para darle el criterio utilitario que la inversión extranjera debe cumplir en nuestro país. De lo contrario, la historia funesta de las oportunidades perdidas, se volverá a repetir.
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