Gonzalo Portocarrero publicó un post titulado El fantasma del patrón y la crisis de la autoridad, que merece ser comentado. Cito un fragmento:
"Es visible la crisis de autoridad en la sociedad peruana. Las leyes no son acatadas o son abiertamente resistidas. La corrupción (principalmente) entre los de arriba y la violencia (principalmente) entre los de abajo compromete la gobernabilidad de la sociedad peruana [...]
”En el mundo colonial existió un déficit de legitimidad. Pero ahora esta situación se ha propagado por todo el país. El hecho es que la legitimidad tradicional, asociada a la dominación étnica y el racismo, no ha sido reemplazada por una legitimidad moderna, burocrático-legal [...] Vivimos en lo que siguiendo a Agamben podríamos llamar un "estado de excepción". Una articulación compleja donde coexisten tras la autoridad las figuras del representante y del patrón, y tras los representados, las figuras del ciudadano y del siervo. La herencia colonial sigue reproduciéndose.Ahora bien, la aceleración de la crisis de autoridad revela que el desvanecimiento de la autoridad tradicional, basada en la relación patrón-siervo, es más rápido que la cristalización de la autoridad moderna, basada en la relación representante-ciudadano. Entonces se abre una brecha, una situación anómica, donde ninguna de las dos funciona eficazmente. Tenemos ciudadanos que no han dejado de ser siervos y representantes que aún son patrones. Y ambos se inculpan mutuamente [...] En todo caso, las imágenes del otro como patrón corrupto o como pobre ignorante debilitan la autoridad al punto en que medidas plausibles desde la perspectiva del bienestar colectivo son primero impuestas y luego resistidas, de manera que no pueden implementarse. A veces ni siquiera es posible un debate argumentativo [...]
”[...] los imaginarios están desfasados respecto a la realidad [...] la consecuencia es la desconfianza y la dificultad para dialogar, la intensificación acaso innecesaria de la conflictividad
”Dentro de la subjetividad colectiva late la presencia del siervo humillado que quiere arreglar cuentas con lo que ahora es sobre todo un fantasma [... ]
”El fantasma del patrón está presente en las mentalidades colectivas de gente que no se acaba de sentir ciudadana. Es decir el fantasma del patrón oculta otro fantasma, el del siervo [...]
”[...] la transición no es sólo una coyuntura subjetiva, de cambio en el imaginario colectivo, sino que es también una realidad objetiva. Es decir, detrás de la autoridad está (aún) el patrón y detrás del ciudadano está (aún) el siervo".
Esto es acertado en la medida en que el imaginario social peruano no ha llegado aun a establecerse del todo en relación con la realidad y todavía hay esa serie de complejos de ida y vuelta, de arriba hacia abajo y viceversa. Eso que, de alguna manera, ayuda a entender también el surgimiento de una corriente indigenista, por ejemplo, conformada por intelectuales más bien mestizos y cuyas reinvindicaciones fueron acogidas solamente de manera parcial por las poblaciones originarias o indígenas. (A manera de una breve digresión, recuerdo que José Carlos Huayhuaca, señalaba que en el caso de Martín Chambi no estábamos frente a una fotografía indigenista, sino indígena. Y es eso lo que en nuestro país no se presenta, no al menos de manera abierta o masiva, a diferencia de lo que ocurre en Bolivia, donde existen importantes intelectuales indígenas). Muchos de esos intelectuales indigenistas, reinvindicaban los derechos de las poblaciones indígenas a través de su arte y de su discurso, pero en la práctica vivían en sí mismos el profundo conflicto que aun separa cultural y hasta étnicamente esos grupos humanos.
Es más, hoy en día en el Perú se presenta esa contradicción por la cual se denuncia, en las encuestas, el profundo racismo en el Perú y, sin embargo, cuando se consulta si uno mismo es racista, la mayoría señala que no; pero, al mismo tiempo, es conocido el recurso de búsqueda de algún hito consanguíneo extranjero para explicar el origen de la familia. Profundas contradicciones.
Portocarrero señala que son los ciudadanos-siervos los que, en lo fundamental, hipertrofian la percepción del fantasma del patrón, pero eso no parece ser injustificado, toda vez que, por ejemplo, en la publicidad que diariamente nos machaca el cerebro y todos los sentidos, el mensaje subliminal que transmite es el de la pervivencia de, justamente, ese fantasma que, en todo caso, se niega a descansar en paz. Habría que exorcizarlo, pero ello implica un reto político mayúsculo. Y es en ese momento que, otra vez, nos estrellamos con la evidencia que es justamente la autoridad-patrón la que percibe, hipertrofiada, la imagen de ese fantasma del siervo ignorante. Y, por ello, cada evento de reinvindicación es tachado, inmediatamente, aunque no necesariamente en los canales oficiales, de ignorancia o hasta salvajismo.
Cuando Portocarrero, hace el análisis de la novela de Zein Zorrilla, Camino al Purgatorio (que no he leído y tampoco conocía), me parece que aborda esta relación contradictoria entre el hijo del gamonal (que vuelve al pueblo) y los descendientes de los siervos (anónimos, aparentemente) con cierto prejuicio que muestra al primero como un arrepentido, aunque inconscientemente acostumbrado a mandar, versus los resentidos que quieren evitar a toda costa la vuelta del pasado (sugiero la lectura de la breve biografía que de Andrés Alencastre Gutierrez hace Odi Gonzales). El tema es de alta complejidad y me parece que no puede inclinarse, prima facie, la balanza en ningún sentido, aunque no pueda negarse las innumerables injusticias que se han cometido en el ejercicio del poder en nuestro país, desde un punto de vista político, cultural, económico y social.
Por último, tampoco coincido con Portocarrero en su apreciación respecto al proyecto que presentara Martha Hildebrandt (con quien trabajó, sino sigue trabajando todavía Rafael Tapia, amigo y colega de Portocarrero) respecto a la relativización de la gratuidad de la enseñanza en las universidades. Creo que los estudiantes tienen sobradas razones para desconfiar y no me parece que ello se deaba a esa suerte de paranoia que señala. Por el contrario, me puse a recordar todo el tema que se dio en relación con el programa de esterilizaciones forzosas. Por supuesto que esas realidades no quitan la posibilidad de pensar en proyectos de ese tipo y que quizá sean atendibles, pero lo que debiera lograrse en primer lugar en el Perú es el restablecimiento de la confianza, pues sino cómo confiarle a nadie nuestro futuro.
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