sábado, 1 de noviembre de 2008

Todos los Santos y el Día de los Muertos

El 1 de noviembre se celebra, de acuerdo al calendario católico, el día de Todos los Santos. Pero, empezando también ese día y hasta el 2 de noviembre, se celebra el día de Los Muertos, celebración de origen prehispánico, que ha sido reconocida incluso como Patrimonio de la Humanidad. Esta fiesta, la de Todos los Muertos, es conocida como mexicana y hasta centro americana. En Sudamérica es conocida esta fiesta en Brasil y, cerca de nosotros, en Bolivia, donde existe el culto a las Ñatitas, pero no ha logrado mayor difusión en su versión peruana —hoy, por ejemplo, el diario El Comercio informaba que "limeños recuerdan a los muertos con música, comida y cerveza".

Y es que, claro, en el Perú la competencia está sesgada oficialmente a favor de lo que es el Halloween y el Día de la Canción Criolla, que se celebran el 31 de octubre. De ese modo, tanto el día de Los Vivos como el de Los Muertos, no alcanzan sino resonancia como costumbre marginal, popular.

En el caso mexicano existe, en esta fecha, una costumbre casi futurista: el juego de la pelota encendida, que le da en la yema del gusto a la exigencia lúdica de estos tiempos: adrenalina al máximo. Algo de eso debiera darse entre nosotros, a fin de apuntalar lo mejor de nuestras costumbres hacia el futuro y no ser las víctimas pasivas de la penetración cultural.

Veía un reportaje en el que en un distrito de la gran Lima, salieron muchos niños y adolescentes a "protestar" contra la celebración del Halloween pues es una costumbre "pagana" y hasta "demoníaca". Pues bien, esa protesta es un disparo contra uno mismo e instigada por los prejuicios evidentes del catolicismo. En todo caso, creo que debiéramos ser capaces de recrear el Halloween y, de alguna manera peruanizarlo, sin ser absorbidos por éste.

E insumos para ello tenemos muchos. Hoy, día de Los Vivos, quiero dejar testimonio visual de dos recuerdos que aun palpitan en el Cusco: la wawa de pan (algo que regalan a las niñas) y el caballo de pan (regalo de los niños). Aun recuerdo vívidamente cómo sufría al ir comiéndome ese pan, empezando por las patas, hasta devorarlo por completo. Era, en todo caso, una pena sabrosa e irresistible.

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