sábado, 28 de junio de 2008

Una reflexión sobre nuestra sociedad con el pretexto del fútbol

Hace unos días se volvió a producir el descalabro de nuestro nacionalismo esporádico y futbolero, con la derrota de nuestra selección en Uruguay en una soberbia goleada. Este asunto me sugiere enfocar el análisis desde dos perspectivas:

1. Rafo León publicó un post en su blog titulado Fútbol: Necia Complicidad, en el que afirma, entre otras cosas, que "el aficionado peruano cree habitar un universo de sentido coherente cada vez que se va a jugar un partido y él confía en la selección. Borra lo que ha ocurrido en la ocasión anterior –otro fracaso-". Esto mismo fue llevado al mundo visual por Carlín. Y volviendo al mismo León, concluye que "En esa mentira doblemente mentirosa por contradictoria, es que [...] el jugador y el hincha, se alían para que sus vidas no pierdan orientación y para que sus esperanzas se mantengan vivas. También para que nada se mueva porque el gran tema es, si tuviéramos una selección aguerrida, valiente, disciplinada y ganadora, ¿cómo quedaría el hincha ante sí mismo? Debería quizás cambiar él también y volverse aguerrido, valiente, disciplinado y ganador. Tendría que dejar de ser un cagón, para decirlo en castellano".

César Hildebrant, irónico, le dirige una Segunda carta al Chemo , en la que da cuenta de nuestra desastroza raigambre futbolera: "de 18 campeonatos de fúlbol mundial hemos estado en tres y no hemos estado (por ende) en quince y a pesar de ezo en tan pocas veces nos han metido una goliada de seis y otra de cinco. Y sin embargo hay gente que no zé qué cozas se cree, que el Perú es habitué de los mundiales como si los mundiales fueran un clú de alterne y el Perú fuese como el Miki Navaja de putañero y de esitoso con las señoras que te llevan a la planta baja".

En todo caso, creo que resulta totalmente acertado decir que tenemos el fútbol que nos merecemos; nuestra selección nos refleja como sociedad y es eso que vemos lo que somos como ente colectivo: una promesa mentirosa y fallida. Claro que el periodismo ensalza unas veces y basurea otras veces a los mismos actores, pues así como socilamente tenemos el descaro de sentirnos superiores que algunos, cuando se trata de enfrentar a otros nos sabemos infinitamente inferiores. No podemos, con equilibrio, asumir que nuestro fútbol es malo, pero que sí queremos y nos esforzamos podemos llegar a repetir y hasta mejorar la hazaña de aquel Cienciano ya extinto.

Ojo, además, que este problema no está solamente en el fútbol sino también en el ámbito político. Escuché alguna vez a Francisco Miróquesada Rada decir que el mejor reflejo de nuestra sociedad era el Congreso de la República, donde se reflejaba en pequeño, nuestra sociedad en pleno y que, por tanto, teníamos el Parlamento que nos merecíamos.

Y es que nos merecemos ese fútbol y ese Parlamento, pues como sucede en nuestra sociedad, le seguimos apostando ingentes recursos a aquello que nos mantiene en la mediocridad, dejando al abandono a quienes podrían demostrarnos que es posible destacar en otras actividades no gregarias, como el ajedrez, el atletismo. Pero no. Esa gentes que nos demuestran que es posible lograr victorias, traer medallas no merecen nuestro apoyo, pues, como dice León, eso nos obligaría a dejar de ser, como país, un anhelo frustrado. No por gusto, hasta ahora dicen, que el Perú se dicide, futboleramente hablando, en dos mitades: AL y U. Es decir, un 100% de nadería.

2. Escuché a Beatriz Alva Hart, en el programa matutino de CPN Radio, comentar los hechos violentos suscitados por hichas de los dos equipos (o contenedores) más grandes del Perú, planteándose una pregunta respecto a por qué el Estado debe gastar recursos públicos para dar seguridad en relación con estos eventos deportivos que, además, son de carácter privado. Y eso es muy cierto, pues basta efectuar un simple análisis económico y lo que sucede es que el desarrollo de una actividad privada muy rentable (el fútbol, al menos entre los "equipos grandes") genera una serie de externalidades negativas (inseguridad, violencia, corruptelas, etc.) que las asume la sociedad en su conjunto, a través del Estado. De ese modo, es el Estado, quien utilizando los ya de por sí escasos recursos públicos, tiene que destinar "cada domingo" (como decía el vals) un contingente importante de policías para evitar que esas "manifestaciones deportivas" se desborden. Y claro, los beneficiarios directos de este negocio hacen que esta actividad funcione en términos d mercado, lejos, muy lejos del óptimo de pareto. En vista de que esa situación no resulta eficiente, se requiere de la intervención del Estado para lograr una mejor asignación de recursos. Y en esa medida, deberían ser los clubes deportivos los que asuman los costos que generan su muy lucrativa actividad; es decir, hay que lograr internalizar esas externalidades. De ese modo, el equilibrio será más cercano a ese ideal paretiano.

Sin embargo, este fenómeno no puede analizarse desde una perspectiva exclusivamente económica, sino que debe apreciarse también desde una perspectiva política y sociológica. Desde esa forma de ver las cosas, nos estrellamos con una constatación dramática: el neoliberalismo necesita consumidores, no seres pensantes. No importa de si se trata de autómatas. Lo importante es que hagan posible la dinámica económica del mercado: que tengan alguna actividad que les genere ingresos y que utilicen esos recursos consumiendo algún producto. Y si ese producto es el fútbol, lo que requiere es de una masa informe de imbéciles que, sin mayor razonamiento, consuman y no dejen de consumirlo, a pesar de que se trate de una "hamburguesa de cartón". Y esto no es casual, esto se hace de manera consciente, pues no debe permitirse que esa masa cuestione el orden de las cosas; como dice Guillermo Giacosa, el pensamiento único exacerba "un individualismo funcional a los intereses políticos que anula la tendencia a cualquier acción colectiva destinada a frenar los abusos de quienes ejercen el poder". Por tanto, el objetivo "es que piensen todos lo mismo sin percibir que no están pensando sino, simplemente, repitiendo [...] El objetivo central es la manipulación y hoy, con medios de comunicación que reducen los grandes problemas a una sola de sus partes y sobre ella machacan, es casi imposible pedir a la población un pensamiento más amplio y abarcador que el que le brindan quienes creen que solo tienen la obligación de informarles y olvidan que también están obligados a desarrollar una capacidad crítica que es incompatible con la voluntad de manipulación que predomina".

El fútbol es una herramienta eficaz para lograr esto. Y si hay que soportar una actividad que genera tantas externalidades negativas, no importa, pues lo que sí garantiza es una masa estupidizada hasta el extremo de que el conflicto entre cremas y blanquiazules se hace, literalmanete, su razón de vivir.


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