jueves, 5 de junio de 2008

La cultura combi y el análisis económico del derecho

No suelo leer el diario Correo, pero navegando me encontré un artículo en El blog del Morsa, en el que comentaba un editorial de Aldo Mariátegui, relacionado con el problema del transporte público. Dicho artículo me recordó, a su vez, un ensayo de Alfredo Bullard, profesor de Derecho, quien introdujo en la Universidad del Análisis Económico del Derecho (Law & Economics), titulado "Al fondo hay sitio, ¿puede el Teorema de Coase explicarnos el problema del transporte público?", en el que, en términos más sofisticados, se destacaba las ventajas de liberalizar el mercado del transporte público. Es más, recuerdo mucho que en clase se discutió al respecto y se plantearon las mejoras que se habían logrado en ese ámbito: mayor oferta, razón por la cual todos los usuarios podía viajar con comodidad; libre competencia, con lo que se generaban los incentivos necesarios para que se mejore el servicio y se sinceren los precios; nuevos puestos de trabajo, como choferes, cobradores y ese nuevo personaje de la geografía urbana: el jalador. Frente a esas notorias ventajas, saltaban algunos problemas que, con el tiempo claro está, el mercado corregiría: problemas de tránsito, mal servicio, unidades improvisadas. Pero no se corrigió nada y el panorama ha empeorado, realmente.

El artículo en Correo describe una realidad de los años 90, cuando se implementaron las medidas liberalizadoras: "Ahora vas sentado, extiendes la mano y ya tienes movilidad peleándose por llevarte, no te dan tanta vuelta por Lima y los pasajes no suben. Antes tenías que esperar un montón de rato en las esquinas a que se aparezca un desvencijado y cochino microbús para viajar apachurradísimo, mientras un troglodita aullaba sin cesar '¡Al fondo hay sitio, avancen, avancen, sencillo, sencillo!'. Y bajar a la mala, a la volada. Y éstos manejaban tan salvajes como las combis de ahora, con la diferencia de que los choques eran más letales. Cierto que existían los buses Enatru amarillos, pero sólo cubrían ciertas áreas, eran escasos y también ibas parado".
Esa realidad se quedó en esa década ya lejana y ha abierto espacio a una realidad menos auspiciosa en que ir sentado ya no es tan simple como entonces, con la diferencia de que las mismas combis (que ahora emulan todas a las antes denominadas "techo alto") han sido adecuadas para soportar algunos pocos —pero igualmente apretujados— pasajeros de pie, que nos recuerdan las sardinas que eran los pasajeros en los 80, solamente que en latas más pequeñas. Además, se ha perdido el mínimo de noción de orden que inspiraban en esa época los paraderos establecidos; hoy, los paraderos los dicta la "soberanía del consumidor" y estos quedan fijados de esa manera, pudiendo estar en cualquier lugar: bajan hueco (por las mallas cortadas en una barrera para evitar peatones cruzando pistas de alta velocidad), bajan esquina izquierda (pues la esquina de la derecha no es la única referencia para bajar cerca, muy cerca de donde cada quien vive), bajan piedra (pues no solo en las esquinas pueden parar las combis, si no donde se les antoje a los transportistas o a los pasajeros). Pero claro, todas estas combis respetan una norma y, para ello, tienen un letrero que indica —esto resulta de una ironía hiriente— que ese lugar —asiento, dicen— que da hacia la puerta en la que se cuelga, casi doblado en dos, el cobrador, anunciando la ruta y llamando pasajeros, es un lugar preferencial. Y, por supuesto, el volumen de la radio a todo dar, como para aturdir a todos los pasajeros y hacerlos escapar, alienados, de esa realidad miserable que tienen que soportar.

Es indudable que no se puede elogiar el sistema de transporte público que tuvimos hasta los 80', a pesar de que añoro los pocos buses sobrevivientes de los 90', como los ENATRU o la 23 y la 31 de Translima, pero tampoco podemos seguir engañados con que el mercado, esa mano invisible, regulará, por sí solo, sobre la base de la oferta y la demanda, este reino caótico que se generó con la liberalización del transporte (hubo un intento de alguna empresa de dar un servicio de primer nivel en buses que tenían hasta televisor y que hacían la ruta desde la Universidad San Marcos, pasando por la Universidad Católica y hasta llegar a la Universidad de Lima, pero por los costos del pasaje, dicha experiencia naufragó en el asfalto de la indiferencia a los pocos meses). El mercado requiere, para funcionar, de una adecuada regulación social o, por lo menos, estatal. Estamos en un círculo vicioso que hace que las unidades estén en condiciones abominables y se atribuye eso al costo del combustible, entre otros, así como a la negativa de los consumidores a pagar un precio mayor, que no se da solamente porque se tiene conciencia de que el costo es ese, sino porque, francamente, la gente no tien cómo pagar más.

Es tiempo de que se empiece, con seriedad, a regular este ámbito de la vida social que resulta imprescindible: ordenar las cosas, efectuar los estudios necesarios para saber qué tipo de unidades se requieren (presumo que debieran ser omnibuses y no la plaga de los microbuses), hacer de este servico un campo en que el civismo empiece a reconstruirse.

Es más, lo que ha hecho la cultura combi que Lima exporta hacia el resto del país es francamente calamitoso. En el Cusco, los pocos buses que prestaban el servicio hasta los 80' e incluso parte de los 90' tenían similares problemas que aquí en Lima, pero, a pesar de ello, la avenida de La Cultura hacía gala de su nombre y habían paraderos establecidos implícitamente y que, tanto transportistas como pasajeros, respetaban. Hoy la misma avenida debiera sincerar su nombre: de "La Cultura Combi". Los paraderos, esa isla del civismo, son cuestión del pasado. Frente a la unidad vecinal en que vive mi familia, no solo sigue la señora que vendía ponche de habas todas las noches, sino que se ha instalado un paradero en el que innumerables combis atrofian el tránsito libre, lo que ha permitido la instalación de casi un mercadillo permanente. Si bien en la ciudad del Cusco no se requerirían grandes autobuses, sí debiera regularse el que las empresas de transporte utilicen buses de tamaño medio, por ejemplo. Quizá así aquella avenida vuelva a lucir bien. ¿Podremos ordenar de alguna manera el caos en el que nos movilizamos?



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