Vivo en Lima hace veinte años, más de la mitad de mi vida. Sin embargo, hasta ahora no me acostumbro al cielo gris de esta ciudad sin lluvia. Han quedado grabadas en mi memoria algunas imágenes de mi infancia en el Cusco, un día domingo cualquiera, en la tarde, el cielo nublado, gris y sin lluvia. En momentos como ese, mi alma se vestía de luto, una pena amarga me invadía sin saber porqué.
Este año, en un momento en que veía el 50 Festival de Viña del Mar, el representante de Argentina, en la categoría de canción folklórica, interpretó una canción titulada Bailando con tu sombra, de la cual me marcaron, entre otros, los siguientes versos:
"Tengo esa nostalgia de domingo por llover,
de guitarra rota, de oxidado carrusel".
Volvió, en su exacta dimensión, aquella sensación que me perturbaba y hasta hoy no entiendo qué exactamente sucedía aquellos domingos tristes. Imagino que era la inactividad, en contraposición de los tiempos en que paseábamos cada fin de semana por el Valle Sagrado, o hacia Andahuaylillas (hermosas lagunas y los patos y choqas que mi padre cazaba, no había aun la conciencia ecológica) y Urcos, o quizá por la zona de Limatambo. Esos paseos nos colmaban de actividad permanente. Hubo un tiempo que los paseos cesaron. Quizá esos domingos grises sin lluvia eran frustrantes y la reacción emotiva era la angustia, la nostalgia, esa tristeza sin fondo. Aun hoy temo una tarde como aquellas y trato de huir.
Pero, al venirme a vivir a Lima, me sorprendió ese cielo perpetuamente gris de Lima y me invadió con él la sensación de una carencia permanente. Algún tiempo después entendí que la pena, esa sensación de falta de algo, era una demanda al cielo por la lluvia; claro, mi infancia y adolescencia en el Cusco me enseñaron a identificar que el cielo nublado y su gris oscuro eran el inminente anuncio de la lluvia, salvo que, como cruel excepción, la lluvia no llegara. Claro, la lluvia impedía que saliéramos a jugar, pero sabíamos que cesaría en algún momento.
Hoy que regresaba de mi trabajo a casa, aun en pleno verano, me encontré con ese cielo gris de tormento y, además, sin lluvia y con calor. Cosas raras. Quizá un día mi alma, mi mente se adapten.
2 comentarios:
En cambio a mi la lluvia me encanta, me trae mucha alegria los dias con lluvia, me acuerdo de estar con mis abuelos alrededor del fogon o bien abrigados viendo tele mientras la lluvia y los truenos suenan fuerte afuera. Supongo que como mis abuelos trabajaban el campo y veiamos todas las oraciones y ritos pra que la lluvia llegara, diferente que tu experiencia de "city boy".
La saudade si es compartida...
Gracias, Amazilia, por el comentario. Creo que no me expliqué bien como "city boy", jajajaja. La lluvia, por supuesto, me encanta, y los rayor truenos y relámpagos. Lo que me entristece desde niño son esos días nublados sin lluvia; es decir, los días en que según mi sensación debía llover y no llovía. Algo que en Lima es permanente, el cielo nublado y sin lluvia.
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