miércoles, 25 de marzo de 2009

La envidia como patrimonio peruano

Hace unos días veía en Frecuencia Latina un reportaje que me resultó completamente deplorable, pero no por ello menos real. Deplorable pues me mostró que en el Perú los niveles de autoestima se encuentran sumamente deprimidos, pues el grueso de la gente se percibe como "menos" en comparación a la "gente linda". El reportaje titulaba algo en relación con la envidia en el Perú y preguntaban a diversas personas por su apariencia; lo que más me impactó fue cuando le hicieron esta pregunta a una señora (de rasgos andinos) y ella respondió que la mayoría de los peruanos tenía una mala apariencia, que somos feítos y que sentía una envidia (presumo que sana) por lo linda que era la periodista, blancoide ella. Llegó a concluir, conducida por las preguntas de la periodista, que mejor sería que andemos todos con máscara, para así no hacer diferencias en el trato a la gente. Francamente, sentí que aquella señora que contaba que se había sometido incluso a una cirugía de nariz para mejorar su apariencia, era la muestra palpable de lo que, en la realidad social, se ha logrado con las poderosas fuerzas de la discriminación cultural y racial que imperan en nuestro país y que, incluso desde el humor vulgar de la televisión, se sintetiza en ese personaje de Benavides: la Paisana Jacinta. Creo que personas como aquella mujer se creyeron ese cuento de que para bellos solamente los blancos.


Mario, un amigo amigo entrañable, muy en la línea de la "envidia" como rasgo definitorio de nuestra peruanidad, me contaba una anecdota socarrona sobre este particular: un hombre iba cargando dos canastas, una con tapa y la otra sin tapa. Se encuentra con otro hombre, quien le pregunta qué llevaba en cada una de esas canastas. El hombre le responde que en ambas llevaba camarones. El otro hombre le inquiere por qué una de las canastas tenía tapa y la otra no. El hombre de las canastas le responde que en la canasta con tapa llevaba camarones japoneses, que se ayudan mutuamente a trepar y, por tanto, podría huir. Mientras tanto en la otra lleva camarones peruanos que, cuando uno está subiendo para escapar, los otros lo jalan hasta hacerlo caer, y por tanto nunca logran escapar. Como le he dicho a este amigo, anécdotas similares las he escuchado respecto a nacionales de otros países.
Hoy me encontré un artículo de Antonio Zapata en La República, en el que se aborda este tema de maner muy interesante. En primer lugar se remonta a un trabajo del antropólogo Carlos Delgado en el que "sustenta que la generalización de la envidia es consecuencia de la extrema rigidez de la estructura social peruana. Ascender es difícil y mejorar de posición es un bien escaso. No es posible que todos suban, porque las alturas son un lugar limitado, donde sólo entran pocos. Mientras que, en sociedades más horizontales, ascender socialmente es más simple y casi todos sus integrantes aspiran a realizar ese camino por sí mismos, sin tener que luchar contra los demás".
Y esto es característico de nuestra sociedad, no solo el sector público, sino de un ámbito más general. Zapata nos dice que "El arma del envidioso es el serrucho, se trata de hacer caer a quien está por encima. El que sale a la luz pública tiene que saber que se hablará mal de él o ella y se dirán miles de infundios. Es el precio de ascender en una sociedad tan difícil. Así, la solidaridad orgánica es muy débil, por el contrario prima una competencia feroz, que hace insoportable el ambiente en muchas instituciones, incluyendo algunas ONG".
Cuestión paradójica, la envidia tiene, además del raje maledicente, otro rostro: la sobonería. "Quien ocupa una posición busca conservarla simulando una exagerada fidelidad al que gobierna. Esa lealtad se evapora apenas cambia la situación. [...] En más de una entidad pública o privada, llevarse bien con el jefe es una ciencia que fundamenta la carrera profesional. No impera el mérito, sino la vara".
Por tanto, el rajón es también sobón; soba al de arriba, maltrata al de abajo. "Los exitosos saben que son sujetos de constantes ataques inmisericordes, se desgastan y acostumbran odiar a los débiles. Y los humildes, despreciados por los de arriba, miran el mundo con pesimismo; la vida carece de futuro".
Zapata nos informa que Delgado plantea que "el patronazgo es la clave organizativa de la sociedad peruana. No imperan los valores democráticos ni las normas culturales asociadas al capitalismo. Sigue siendo una sociedad tradicional, donde los contactos y las relaciones personales son la clave del ascenso".

Esto es cierto, la meritocracia en nuestro país se da en muy pocos lugares, tanto en el ámbito privado como en el público. Lo más importante es la red de contactos que tengamos, pues cuanto más cerca estemos del "dueño de la chacra" de que se trate, mejor nos irá. Como manifiesta Guillermo Nugent en un texto que comenté el años pasado: el concepto de chacra "ha recobrado su condición de sustantivo para referirse al espacio del abuso, del pasar por encima de los acuerdos y de las reglas. El estilo gamonal, justamente. Lo característico del gamonalismo no es la exclusión, como se obstinan en hacernos creer los informes de las instituciones multilaterales. Por el contrario, se trata de la proliferación de formas particulares de inclusión para evitar formas generales de inclusión. De esta forma, el universo social se compone de una serie de grupos que, según su posición en la balanza de poder, definen arbitrariamente los términos de inclusión. Es lo que familiarmente se llama 'argollas'. Es no menos sintomático que en los debates se hable con más facilidad de las tradiciones autoritarias o del racismo, antes que de las argollas".

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