Esta película es un sueño, quizá el sueño perfecto, que de tan hermoso empieza, lentamente, a metamofosearse en una pesadilla, hasta llegar a una sola certeza: lo que no se quiere.
Woody Allen sorprende, nuevamente, con lo enigmático de su propuesta, con la fuerza arrolladora que le imprime a sus personajes, con su verosimilitud, con sus ansiedades, con sus anhelos, su sensibilidad, su sensualidad. Contradictorios, inseguros, profundamente humanos, reales. Esta es la historia que muestra que los amores perfectos son, justamente, los que no se realizan, los que se quedan en una estela de ilusión, en el limbo del pudo ser. Es quizá la historia de Juan Antonio y de Vicky, pero quizá también de Juan Antonio y María Elena. Pero justamente quien le tiende puentes a esos mundos ajenos es Cristina, con su filosofía, con su ser aventurera, siempre en búsqueda, aunque esto le disguste al novio de su mejor amiga. No se encuentra, pero sigue buscándose; no encuentra lo que quiere, pero sigue buscándolo, no cesa.
Ante todo quiero destacar que Woody Allen eligió a los actores precisos: tres mujeres hermosas como son Rebeca Hall (Vicky), Scarlett Johansson (Cristina) y Penélope Cruz (María Elena); por otro lado, el gran Javier Bardem (Juan Antonio) y la convicción y fuerza que le inocula a sus personajes arrollan al público. Y, al menos en el público hispanoparlante, los arrebatos lingüísticos en español le dan un toque de sabor a la atmósfera del film.
La actuación de Penélope Cruz, aunque secundaria, es magistral; asusta, inquieta, enamora, desespera, irrita, persuade. Su rostro expresa lo que quiere transmitir, locura, deseo desenfrenado, tristeza. Sus apariciones esporádicas son implacables y sus palabras, sus gestos son contundentes muestras de su talento actoral que, no en vano, le ha valido el Óscar. Por su boca, Woody Allen nos enseña que hay veces en los amores atormentados que la destrucción mutua cede ante una tregua momentánea, inimaginable; sí, en efecto, ella no puede vivir sin Juan Antonio, pero él tampoco puede vivir sin ella; se necesitan, pero se repudian al mismo tiempo. Y la dulce aparición de esa joven exploradora de la vida, Cristina, tiende un puente mágico que permite que esos abismos insondables (por usar una imagen de Ernesto Sábato) se comuniquen, al menos temporalmente y vivan, gracias a esa relación tripartita, momentos hermosos, intensos, felicidad plena, eterna en la insignificancia de esos instantes, pero eterna al fin y al cabo. La fragilidad emocional de María Elena es su mayor debilidad, su mayor peligrosidad.
Javier Bardem logra su rol de manera convincente, seductor, atormentado, aventurero, libre pensador, respetuoso. Pintor virtuoso pero absolutamente dependiente de su ex mujer, quien se sabe un talento genial e influyente en este. Sabe que ella lo abandonará cuando quiera y volverá a él cuando quiera también. No se resiste a esa dominación, cede, pero busca en todas las mujeres algo de ella, siempre.
Scarlett Johansson es la que, con Cristina, le da, al final, el hilo conductor a la historia: no sabe lo que quiere, pero sí lo que no quiere. Y eso ya es bastante. Y eso, en mucho, es lo que muchos y quizá la mayoría lo único que sabemos realmente. De mente abierta, se involucra con el pintor, aunque en esa loca aventura en Oviedo, la ulcera de la que sufre (y de la que autodestructivamente no se cuida) le juega una mala pasad que permite que su amiga termine intimando con su futuro amante. Esconde un talento en la fotografía que María Elena, investigándola por la desconfianza que le da, descubre. Claro, ella se fue a vivir con Juan Antonio, después de iniciar una relación intensa, pacífica, aunque quizá algo vacía Viviendo con él, tiene aparece la ex mujer de su amante y empieza a complicarse la relación, aunque, después, se inicia una relación de a tres que le imprime, a sus vidas, un color y llamaradas que las hace más intensas y, en el caso de Juan Antonio y María Elena, vivibles. Sin embargo, esa relación hermosa y de a tres se desbarranca el día en que ella entiende que eso no es lo que quiere. Se va y vuelven los conflictos entre Juan Antonio y María Elena que vuelve a irse, en medio de la tormenta perpetua que es esa relación.
Rebeca Hall, por el contrario, enternece profundamente, sabe, cree Vicky, lo que quiere, incluso cuando en su primer almuerzo con sus amables anfitriones, Judy (la "feliz" esposa) vaticina que se casará con un hombre maravilloso y se le acabarán todos los problemas cuando se embarace; un destino previsible de ama de casa, de una señora que se acomoda a un destino moldeado, prefabricado, pero seguro o, al menos, no tan inestable. Sin embargo, esa seguridad absoluta se disipa ante una mirada furtiva y una nueva perspectiva de la vida, sus seguridades la abandonan hasta que, al final, con un balazo en la mano, entiende que, seguramente, no está haciendo lo que qusiera en verdad, pero descubre lo que no quiere de ninguna manera: una vida violenta y atormentada, aunque sea apasionada. Se resigna al destino que la guía. Ella es hermosísima, realmente, con una sonrisa angelical. Desde el comienzo se muestra tan segura no solo de ella sino de sus sentimientos que se avizora una cuota de cinismo, pues nada puede haber tan perfecto. Y eso es lo que luego entenderá, cuando descubre a Judy, la esposa de su anfitrión, besándose con otro hombre y les abre las puertas a la confianza. Ella trata de impedir que cometa el mismo error que cometió ella al casarse con quien no debía. Rara forma de expresa: ama a su esposo, pero no está enamorada de él. ¿Cómo es eso?, ¿o será la vieja diferenciación entre el amor y la pasión? La vida le hace añicos lo que entiende su destino, se sabe enamorada de otro hombre que no es su marido (ese hombre tan bueno que va a buscarla a Barcelona para casarse). Pero, reprime esa realidad para lograr construir el sueño de una vida familiar tradicional, una casa bonita, una posición económica y social expectante, de comodidad.
La vida nos muestra a través de subterfugios el drama de vivir vidas grises, sin riesgos, pero nos muestra también esa otra cara, la vida llena de incertidumbre, de aventura. Ahí estamos nosotros, viviendo, buscando, o quién sabe, interpretando un ro previamente asignado por ese director que a veces parece hasta real: el destino.
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