Estos días enlutecen al país. Las muertes (cuyo número aún no se ha definido de manera certera, aunque lo más probable es que superen las cifras oficiales) son lamentables y reprochables, no es admisible ningún argumento que justifique el quitarle la vida a otra persona. No es ético. No resulta defendible.
Es increíble como situaciones como ésta pueden dividirnos tanto, como país, en el ámbito de nuestros círculos sociales, en el ámbito familiar. Lo pude comprobar al hablar de estos temas con mis padres o al intentar abordarlo con un amigo. Fatal, se quiebran los puentes invisibles que nos unen, se rompen los vasos comunicantes. Y en el país, que supuestamente está en la vía del desarrollo, se rompe la precaria y artificial unidad que percibimos en los buenos momentos.
La exclusión que afectan a grandes sectores de nuestra sociedad y con especial énfasis a las poblaciones originarias es inadmisible y éticamente reprobable. Pero se constituye, además, en una bomba de tiempo que, de manera ininteligible, todavía no ha reventado. Y, como país, seguimos jugando con esta bomba, burlándonos de ella. Tarde o temprano reventará si esto sigue así, si no generamos mecanismos de inclusión, de reivindicación. Por otro lado, no podemos seguir deslegitimando a sus líderes, pues debemos, más bien, brindar canales reales y democráticos de representación, toda vez que es lo que corresponde y es el derecho de ellos. De lo contrario, esos liderazgos ganarán espacios a pesar de la resistencia de los sectores más acomodados, del Perú oficial. Entendamos, de una buena vez, que el Perú oficial es una muy pequeña parte de este país, aceptemos nuestra pluralidad, nuestra fusión íntima. Intentemos sellar fracturas.
Sobre este tema, se ha pronunciado ya la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, en un comunicado que es muy centrado y objetivo. Han opinado también Guillermo Giacosa, Guillermo Salas, César Hildebrandt, Marco Sifuentes dando cuenta de un reportaje para Enemigos Íntimos que nos informa de una versión absolutamente distinta de la oficial y que resulta, sinceramente, macabra por la evidente comisión de delitos atroces, de lesa humanidad. Y hoy, cuando escribo este post, están pasando un reportaje respecto al asesinato de los 23 policías y entrevistarán al hermano de un oficial asesiado y a una aguaruna residente en Lima.
El Perú necesita, sin más demora, una profunda e imparcial investigación de todos estos hechos.
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