El 9 de noviembre de 1989 se dio la famosa caída del Muro de Berín. Este año se han cumplido veinte años y creo que es importante reflexionar, después de este tiempo y tanta agua recorrida por el cauce de la historia.
Recuerdo que en aquella época iniciaba mis estudios universitarios y, cursando los denominados Estudios Generales Letras, me encontré con varios cursos en los que se nos hablaba del ensayo de Francis Fukuyama en el que este concluía que la historia había por fin llegado a su fin. Esa mirada marcó aquel tiempo y, desde luego, se enquistó en el imaginario universitario la certeza de que la realidad del mundo había que aceptarla, nos gustara o no, pues eso que vivíamos era lo mejor que habí podido crear el ser humano y lo más a lo que podía aspirarse es a mejorar eso, de ninguna manera podía cambiarse por otra cosa distinta. Llegó el gobierno fujimorista y aquel conservadurismo se fue radicalizando, pues aquel gobierno demostró eficacia en combatir los principales problemas que agobiaban al Perú y a los peruanos. Económicamente eso significaba aceptar, como tabla rasa, la verdad de que el sistema "capitalista" era el único posible, pues el ser humano es egoísta por naturaleza y ese egoísmo es hasta saludables, porque se constituye en el motor de la sociedad. Políticamente, se instaló lo que tiempo después Ignacio Ramonet denominó como "Pensamiento Único", aquella suma de ideas que nos inculcó el neoliberalismo: reducir el Estado a su mínima expresión, privatizar todo lo que sea posible (la raíz de todos nuestros problemas es una deficiente asignación de titularidades), sincerar la economía, etcétera.
Pues bien, veinte años después, la historia se muestra no solo como inacabada, sino en un proceso de franca evolución, en un devenir que sabemos que se estça dando, aunque no sepamos a dónde llegaremos.
Immanuel Wallerstein escribía en 2006 que "Los muros están de nuevo en la prensa y vuelven a ser controvertidos. Muros en la frontera entre Estados Unidos y México, muros que circundan los asentamientos israelíes en Cisjordania. Estos son muros que gente en posición de autoridad promueve construir. Pero justo hace 20 años Ronald Reagan se paró en la Puerta de Brandenburgo en Berlín y dijo la famosa frase: '¡Señor Gorbachev, derribe este muro!'".
La caída del Muro de Berlín se dio de manera más rápida y pacífica de lo que se pensaba. Quizá, a partir de la frase de Reagan, se supo vencedor en la Guerra Fría.
Mijaíl Gorbachov, el último líder de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, veinte años después, saca sus propias conclusiones: "La primera observación optimista es que el anunciado fin de la Historia no se ha producido en absoluto. Pero tampoco ha llegado lo que los políticos de mi generación confiaban sinceramente que ocurriría: un mundo en el cual, con el fin de la guerra fría, la humanidad podría finalmente olvidar la aberración de la carrera armamentista, de los conflictos regionales y de las estériles disputas ideológicas y entrar en una suerte de siglo dorado de seguridad colectiva, uso racional de los recursos, fin de la pobreza y la desigualdad y restauración de la armonía con la naturaleza". Es más, no con poco orgullo, afirma que "Los políticos del siglo pasado podemos estar orgullosos de haber evitado el peligro de una guerra termonuclear. Sin embargo, para millones de personas el mundo no se ha convertido en un lugar más seguro que antes". Además, "a lo largo de las dos últimas décadas el mundo no se ha vuelto un lugar más justo: las disparidades entre la pobreza y la riqueza incluso se incrementaron, no sólo en los países en desarrollo, sino también dentro de las propias naciones desarrolladas". Esto lo lleva a manifestar que "la irrupción de la actual crisis económica ha revelado los defectos orgánicos del presente modelo occidental de desarrollo impuesto al resto del mundo como el único posible. Asimismo, demuestra que no solamente el socialismo burocrático sino también el capitalismo ultraliberal tiene la necesidad de una profunda reforma democrática y de la adquisición de un rostro humano, una suerte de perestroika propia".
Claro, viendo todo estoen retrospectiva, puede coincidrse con César Hildebrandt, quien manifiesta que "Se dice que al comunismo lo mató la economía. Puede ser. Pero yo tengo la indemostrable teoría de que su derrota mayor fue la censura. Cuando en una sociedad la verdad no se puede decir algo muy malo tiene que estar pasando". Y, por supuesto, "la censura era hija del miedo. El miedo de la jerarquía comunista a que la democracia popular que decían haber construido se hiciera de veras democracia y de veras popular". Esa ominosa época de ideologías totalitarias (y utópicas) parece haberse quedado en el siglo XX, esperemos.
Pero queda, muy viva y poderosa aún, la ideología de este capitalismo salvaje que ha condenado a grandes mayorías en el mundo a una vida llena de carencias, de miseria. O como diría Hildebrandt, "no pretendamos decir que la historia ha terminado y que las grandes cuestiones de la economía, la energía, el calentamiento global y la brutal asimetría del comercio mundial ya están en vías de solución".
A su manera, Raúl Wiener hace su propia reflexión sobre este particular: "Berlín era la ciudad con dos sistemas. Y esa era una imposibilidad histórica que se prolongó por puras razones de guerra. Como lo era también un mundo congelado por el miedo al conflicto nuclear. Esto se resolvió por una revuelta social que buscaba la paz, la libertad y el consumismo. Veinte años después esas ilusiones ya no son las mismas. El Este nunca logró asimilarse al Oeste, y ahora ambos se debaten en la crisis económica global. La libertad nunca fue lo que prometía. Y hay ahora muchos alemanes y personas en este mundo que no creen que la meta de la humanidad sea el capitalismo de las transnacionales y los bancos".
Veinte años después, acercándome vertiginósamente a los 40 años, con una familia constituida, todos los ingredientes que me pronosticaban cambiarían mi modo de ver el mundo, he cambiado sí, pero creo que esencialmente mantengo mi punto de vista crítico al estado de cosas actual. En la BBC publicaron un artículo de Marcelo Justo titulado Capitalismo: ¿fin de una ilusión?, en el que se informa de una encuesta global realizada cuyos resultados derrumban "otro de los pilares de aquel momento de supremo optimismo, cuando el derrumbe del comunismo se equiparó con la apertura de un futuro luminoso para la humanidad". Esta consulta se hizo en 27 países y a más de veintinueve mil personas que evidencia el rechazo mayoritario de la gente al vencedor de la guerra fría: el capitalismo. Es más, aquel credo del fin de la historia pasó rápidamente al olvido, pues "en poco más de una década, con los atentados del 11 de septiembre en 2001, la misma caída del muro resultaba irrelevante respecto a la nueva realidad global". Es más, hoy en día puede hablarse con mayor base que hace un tiempo de un "capitalismo realmente existente" como se hizo también respecto a los países socialistas. Claro, el capitalismo ideal "se difunde por un complejo proceso mediático y visual". Sin embargo, "El paraíso del consumo feliz que impregna el discurso social tiene poco que ver con la percepción cotidiana de las mayorías".
Agrego un link que me parece importante, referido al editorial de Ignacio Ramonet a la edición española de Le Monde Diplomatique. Cito un párrafo: "La oportunidad histórica que constituía la caída del muro de Berlín se ha desperdiciado. El mundo de hoy no es mejor. La crisis climática hace pender sobre la humanidad un peligro mortal. Y la suma de las cuatro crisis actuales -alimentaria, energética, ecológica y económica- da miedo. Las desigualdades han aumentado. La muralla del dinero es más imponente que nunca: la fortuna de las quinientas personas más ricas es superior a la de los quinientos millones más pobres... El muro que separa el Norte y el Sur permanece intacto: la malnutrición, la pobreza, el analfabetismo y la situación sanitaria incluso se han deteriorado, particularmente en África. Por no hablar del muro tecnológico".
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