Admiro a Mario Vargas Llosa y he leído de él todo lo que he tenido a mi alcance. He disfrutado sus novelas, las he sufrido, las he vivido. Su prosa en general es de una calidad que lo acerca a la genialidad. En lo político le reconozco la profunda convicción libertaria que profesa y por la que predica en el mundo; sin embargo, es en ese terreno que sus pasos son torpes e incurre, paradójicamente, en los vicios que critica: intolerancia, dogmatismo, fanatismo.
Cuando en su creación literaria introduce los elementos políticos, sus historias se acartonan y pierden ese realismo que insufla a sus personajes cuando los deja discurrir con libertad. Y es que, su fe en el liberalismo (más bien, neoliberalismo) lo hace un sacerdote inquisidor en defensa de una fe que, como humanista, sabe que es fallida y temporal.
Pero el humanista, al menos en sus momentos de soledad y lucidez, sigue sembrando el mundo con sus reflexiones críticas y hasta revolucionarias. Se ha publicado en la revista Letras Libres un artículo reciente (que recoge una conferencia de este notable escritor) bajo el título de La civilización del espectáculo. En el nos dice que "La de un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo".
Eso es lo que pasa en gran parte del mundo, especialmente en el mundo occidental, en los países desarrollados del Asia e, incluso, en buena parte de los países del Tercer Mundo, según afirma Vargas Llosa. Hace un análisis de las principales manifestaciones de esta civilización, comenzando por la llamada literatura ligh, "es decir, leve, ligera, fácil, una literatura que sin el menor rubor se propone ante todo y sobre todo (y casi exclusivamente) divertir. Atención, no condeno ni mucho menos a los autores de esa literatura entretenida pues hay, entre ellos, pese a la levedad de sus textos, verdaderos talentos [...]".
Cosa curiosa. Jaime Bayly publicó una novela que leí con entusiasmo, No se lo digas a nadie, que recibió elogios de Vargas llosa, a tal punto que en la contra tapa del libro se lee que él escribió de este libro lo siguiente: "Esta excelente novela describe con desenvoltura y desde dentro la filosofía desencantada, nihilista y sensual de la nueva generación". Palabras mayores que elogiaban un libro de los más ligeros y simples que he podido leer, divertido, claro está, pero lineal por vcompleto y sin ningún despliegue literario, más allá del ánimo exhibicionista del autor. Pero nuestro escritor cumbre no escatimó en elogiar ese libro, llamándolo "excelente novela". Cuando leí el artículo que comentó me parecía estar viendo como expresión cumbre del mundo que critica a Bayly, aquel muchacho al que años atrás elogió tanto. En todo caso, todos tenemos el derecho de equivocarnos y, al fin, enmendar nuestro punto de vista: "La literatura light, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción".
De su crítica no escapan la música, la religión, las artes plásticas, los deportes. En todo momento critica la masificación de la cultura, el ánimo gregario de las personas. "Las famosas “barras bravas” de ciertos clubes y los estragos que han provocado con sus entreveros homicidas, incendios de tribunas y decenas de víctimas muestra cómo en muchos casos no es la práctica de un deporte lo que imanta a tantos hinchas –casi siempre varones aunque cada vez haya más mujeres que frecuenten los estadios– a las canchas, sino un espectáculo que desencadena en el individuo instintos y pulsiones irracionales que le permiten renunciar a su condición civilizada y conducirse, a lo largo de un partido, como miembro de la horda primitiva".
Igualmente claro cuando observa los fervores religiosos: "La razón de esta proliferación de iglesias y pseudoiglesias es que sólo sectores muy reducidos de seres humanos pueden prescindir por entero de la religión, la que, a la inmensa mayoría, le hace falta pues sólo la seguridad que la fe religiosa transmite sobre la trascendencia y el alma la libera del desasosiego, miedo y desvarío en que la sume la idea de la extinción, del perecimiento físico. Y, de hecho, la única manera como entiende y practica una ética la mayoría de los seres humanos es a través de una religión. Sólo pequeñas minorías se emancipan de la religión reemplazando el vacío que ella deja en la vida con la cultura: la filosofía, la ciencia, la literatura y las artes". Recuerdo el año 1990, cuando perdió las elecciones frente al hoy reo Alberto Fujimori; en el debate aquel, el desconocido personaje se valió de las afirmaciones de este intelectual respecto a la religión para desacreditarlo ante el electorado con un tema explosivo: es ateo. Y eso escandalizó a más de medio Perú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario