viernes, 6 de febrero de 2009

Dos relatos de Hermann Hesse

De Hesse leí El lobo estepario y Demian, novelas que me impactaron mucho y me tocaron muy hondo. Hace un par de años me encontré con un libro titulado Relatos esenciales (Editorial Sudamericana), una recopilación de relatos de este autor alemán.
Empecé a leerlo recién y me encontré con dos cuentos que son impactantes, pues describen con maestría la profunda contradicción que alberga el alma humana, la humanidad como tal: su relación con la naturaleza, el ser parte de ella, pero asmir que se está por encima de ella. Me refiero, primero, al cuento titulado La ciudad, en el que narra cómo nace una ciudad en medio de una lejana campiña, cómo la gente va construyendo lo que, a la larga, llegará a ser una gran urbe, moderna y famosa. El narrador nos dice que "la ciudad se había acercado a la cordillera y esta había sido explorada hasta el corazón de sus quebradas por el tren de montaña" (p. 232). Es un recuento de cómo el ser humano va imponiéndose sobre lo desconocido, sobre lo salvaje. "Y así, guiados y aleccionados, podían comprender las maravillosas leyes del desarrollo y el progreso y cómo surgía de lo bruto lo fino, del animal el hombre, de lo salvaje lo cultivado, de la necesidad la abundancia, de la naturaleza la cultura" (233). Pero esa ciudad que llegó a ser un lugar "honorable y querido", que vivió su época de esplendor, empieza un declive, por los vicios de sus habitantes, por desastres naturales, o por el mero capricho de un río, y el bosque que fuera vencido por la pujanza humana, empieza a recuperar terreno, a ganar espacios que la humanidad va perdiendo, hasta que un pájaro carpintero culmina el relato pronunciando la misma frase con la que un ingeniero lo iniciaba, al ver el avance cada uno de su obra: Esto progresa.
El otro cuento se titula La ciudad de los extranjeros en el Mediodía, una mirada sarcástica de esas miríadas de gentes en busca de descanso, de distancia de las urbes: los turistas. Pero también de la humanidad en pleno y su lejanía cultural respecto a la naturaleza y su búsqueda, aunque sea artificial, por no romper del todo con ella.
"Como es sabido, el habitante de las grandes urbes no sueña sino con la naturaleza, el idilio, la paz y la belleza, pero como es sabido, todas estas cosas bellas que tanto ansía y de las que la Tierra estaba colmada hasta hace poco tiempo le resultan del todo indigestas, no las puede tolerar. Sin embargo, como a pesar de todo las quiere tener porque se le metió en la cabeza la naturaleza, le han construido aquí una naturaleza desnaturalizada, así como existe el café descafeinado y los cigarros sin nicotina, una naturaleza anodina e higiénica" (p. 401). Por ello, señala Hesse, se busca como un valor lo "auténtico" y es que en este mundo moderno se ha creado todo lo artificial. Por ello, este acomodado habitante de las grandes urbes "espera una naturaleza rendida incondicionalmente al hombre y transformada por él, una naturaleza que le garantice encantos e ilusiones, pero que sea gobernable y no le exija nada a él, una naturaleza en la que pueda instalarse cómodamente con todas sus costumbres, usos y pretensiones de habitante de una gran ciudad" (p. 402).
La descripción que hace Hesse de esas ciudades turísticas describe, casi a la perfección, lo que hoy mismo podemos ver en los balnearios de la costa peruana, especialmente al sur de Lima (Asia o Eisha, para los huachafos) o en los múltiples "resort" edificados en nuestro país para el descanso de tantos turistas que buscan esa naturaleza anodina e higiénica que es la única que les permitirá gozar de lo auténtico y lo natural, claro está, sin perder las cómodidades que la urbe les proporciona.

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