El peso de la costumbre, de "lo dado", "lo establecido", es una forma efectivísima de demolición de la individualidad. De ese modo, aquella oveja negra que se atreva, maldita sea, a contravenir esas normas es reprendido y atacado sistemáticamente.
Y el campo de la moda no es ajeno a esa verdad. Específicamente, la corbata, como signo de elegancia, de distinción, es, en efecto, una soga que ata y estrangula nuestra libertad, nuestro derecho al buen gusto diferente. César Hildebrandt publicó en el diario La Primer este artículo que me parece de una belleza quiebra esquemas.
La soga al cuello
La corbata es lengua larga y muerta que nos ata, invento de tontos, numerito ante el espejo, soga del ahorcado.Algún día quise librarme de ella y fracasé. No me lo permitieron. El almidón me lo impidió. Ganaron el dogal, el lazo, lo políticamente correcto.Pero sólo la uso para salir en la tele, que es el reino de los muertos vivientes y de los convictos uniformados. De modo que durante una hora me disfrazo de muerto viviente y de convicto uniformado. Y no lo hago mal, para mi mal. Es como si la corbata fuera parte de la escenografía.En resumen, que odio la corbata y será por eso que tengo tantas. Porque tengo muchas cosas que odio y que compré sólo para distraerme o de puro masoquista. O de puro idiota, que es un papel que me gusta y donde puedo lucirme.Pero vinculo la corbata con lo peor. Con corbata de lazos despanzurraba Jack el Destripador y el nudo de Hitler jamás dio que hablar y el nudo Windsor de Videla era impecable.Creo que no hay crimen del siglo pasado que no se haya vestido de corbata. Landrú demostró que en los extramuros de la locura una corbata pajarita puede volar como una mariposa y posarse en el cuello de la víctima.Cuando uno se quita la corbata es como si la manzana de Adán se liberara. Como si la sangre de la carótida fluyera de otra manera.En corbata triste obligan a ir a los cajeros de los bancos. Y en las ferreterías de Utah los almaceneros llevan corbata mientras sueñan con otra vida. Tienes que ir con corbata a las bodas y casi es un deber elegir la corbata de tu entierro.Lo que pasa es que la corbata no es sólo corbata: es un decreto real, un úcase, una bula de tela, un mandamiento que te aprieta el gaznate y que, de paso, atrapa la mirada de las mujeres cuando ya no queda otra cosa que mirar en un hombre.Muchas mujeres sospechan de los hombres sin corbata. Y tienen razón: el descorbatamiento puede suponer una voluntad que esté más allá del sistema, del orden establecido. Porque la corbata es también un signo de acatamiento social. Y quien no acata quizá no sea buen padre o buen marido. Y el ritual del apareamiento exige también el ritual de la apariencia.La corbata no es una prenda, como te dicen en los bazares: es la sociedad misma hecha nudo y pretendiendo hacerse pasar por lo que no es.La corbata es el uniforme de la asfixia, el nudo gordiano pendiente, la derrota de los libertarios.Si yo fuera consejero de mujeres –que no lo soy, que ya me jubilé- les daría algunos consejos: si la corbata del pretendiente es de marca y de seda natural, piensa en serio en lo que haces porque de ese señor no te vas a salvar fácilmente.Si la corbata tiene animalitos, cuídate: no hay delicadezas más convincentes que las falsas. Si es verde veneno, es alarido de solitario. Si es dorada, duplica tus candados. Si parece de lana, escucharás citas de Pound. Si es a rayas en diagonal, ¡no te cases! Porque las corbatas delatan a quienes se ocultan detrás de ellas. Igual que las barbas y los mostachos. Igual que los pelos teñidos del aprismo teñido en lo de Gisela.
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