Hace unos días leí un artículo de César Hildebrandt en el que denostaba del amor. Y, además, hacía una referencia despectiva a Bécquer: "El amor que nos impuso el romanticismo occidental sí puede ser, aparte de cursi a lo Bécquer, espectacularmente desdichado".
Las críticas a la concepción occidental del amor —y especialmente a su vertiente más gringa, plagada de una filosofía superflua y consumista— son válidas y creo que en Sudamérica debiéramos intentar reconstruir una concepción distinta y actual de los afectos.
No obstante, mi primera fuente poética fueron justamente las "cursis" Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer a quien hoy probablemente no lea con el fervor de los tiempos de mi pubertad, pero que sí recuerdo con cariño, como expresión de aquellos que en el amor no tuvieron otra voz que la de la soledad y el dolor del amor no correspondido.
Pues bien, hoy me permito publicar un poema sin título que escribí hace ya unos 15 años y que, probablemente, surgió de un esfuerzo imaginativo por trasladarse a la edad de la senectud:
Ha transcurrido tanto tiempo, vieja.
Y ya no quiero siquiera
acordarme que te amaba
y que jamás, por temor,
te confesé este secreto.
Ha cesado nuestra locura
y ya no sé porqué decían
que la locura era irreversible:
deambulamos plenamente conscientes,
dolidos en cada tarde.
¡Cuánto hemos envejecido!
¿Recuerdas las noches junto al fuego?,
ardíamos los dos en un crisol
y la marea interna
en torbellinos desenfrenados
nos sacudía, arrastrándonos
por sendas desconocidas.
Para el frío eras mi calor,
para la sed era yo tu lluvia,
para nuestra edad
éramos niños los dos.
Y hoy, mirándonos de nuevo,
me duelen los costados del alma;
me duelen los años pasados,
esa dicha que no ha de volver más.
Lima, 19 de octubre de 1995.
1 comentario:
Tierno y triste, pero sobre todo... poema
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