Cuando escucho a algunas autoridades peruanas señalar que el Perú avanza célere por el rumbo del desarrollo, en serio que me esfuerzo por creer, a pesar de la flagrante fantasía, casi morbosa, de esa afirmación.
Pero en días como hoy, domingo, en que por decisión propia hago uso del servicio de transporte público de esta tristemente célebre Ciudad de los Reyes, me topo cara a cara con la realidad. Me trasladé desde La Molina hasta Pueblo Libre, para lo cual tuve que abordar dos "combis", una desde La Molina hasta Lince y la segunda desde allí hasta mi destino final. En vista de que el trayecto es largo, me llevé un libro para distraer el tiempo; pero la agresividad y la precariedad de los servicios de transporte hace de la lectura una tarea casi imposible: la música más comercial posible a altísimo volumen, ante la pasiva resignación de los pasajeros, hace del chofer y el cobrador, los efímeros reyezuelos de ese territorio. Asimismo, la incomodidad de los asientos, la falta de higiene del vehículo suman los chorros de agua que inundan el vaso del hartazgo. Y, sin embargo, la gente no se queja, asume esa realidad como ineluctable, quizá hasta justifica todo eso por el bajo monto de los pasajes, en una ecuación diabólica y de alta temeridad. ¡Qué envidia el transporte en ciudades importantes del mundo! Puede verse gente, no poca, leyendo, gente que va en paz y sin el aturdimiento de la estridencia que corta la sensibilidad y agrede a las víctimas de esta sociedad, tantas.
Encima de ello, visité a un pariente en el Policlínico Grau, de Essalud, entidad en la que mi padre laboró muchos años. Y, realmente, da lástima ver la precariedad de esos centros de salud, la caótica y crítica situación de las salas donde reposan los convalecientes, donde han reemplazado las "chatas" y "papagayos" por los frascos plásticos de suero cortados a la mitad, donde las enfermeras, si las hay, atienden solo a los "recomendados", no a todos; la comida la sirven en unas fuentes y solo le entregan al convaleciente una cucharita plástica descartable. En el caso de mi pariente, este no tenía la mesa para poder apoyar sus alimentos, echado o sentado en su cama; tuvo que usar el velador como mesa. Todo esto me muestra que, al menos en seguridad social, el país no avanza sino retrocede, lamentablemente.
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