Trémula hoja y escarcha,
alocando la tarde el sol en el ocaso,
triunfo nocturno de la lluvia
inasible eclipse, arco iris olvidado;
así, llega, ven de una vez,
no digas nada ahora,
amémonos, calla, como tus ojos.
Besa la tierra húmeda,
unión con la eternidad. Bésame,
ritual y turbulencia;
guerra inmemorial en la selva infinita
o beso mío,
silencioso amante tuyo.
El que transcribo a continuación marcó, creo yo, el momento en el que opté por dejar de soñar y vivir más en la tierra. Creo que, de todas maneras, los sueños son necesarios, son la guía en este camino:
Sueño N° 8
Sueño que no sueño más,
que vivo.
Vivo, ya no sueño más.
Una hora y media
en jornada de penitencia, soportar
lo que no debiera
seguir soportando.
Lo más importante —lo único—
es que en la tarde
te veré seguramente.
Adiós entonces
extenuación
y aburrimiento.
Adiós, para siempre adiós,
dudas y quimeras.
En la noche
—no importa
a qué hora—
tu carne será carne
no más idea. Estarás a mi lado.
Sueño que vivo
despierto,
que no duermo más nunca.
Vivo, me aferro
a la vida
porque tu vida
es una razón insoslayable.
¿Cómo podría abandonarme
por siempre
en la onírica lejanía,
renunciando al sacro estruendo
de tus palabras
en mis tímpanos?
Sueño y ya no sueño más.
Vivo —o quiero vivir más bien—
para lograr tu encuentro,
para eternamente decir,
eres mía,
soy tuyo...
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