jueves, 20 de junio de 2024

De dónde venimos los cholos y el sueño del pongo

El libro de Marco Avilés, titulado De dónde venimos los cholos, es un interesante testimonio de un Perú "provinciano", que por azares de nuestra historia, ahora está radicado en Lima y disfruta hoy de un profundo optimismo.


El libro está estructurado como un viaje a través de nuestro país. Dicho viaje empieza en Abancay, ciudad en la que nació el autor y de la que se mudaron a Lima, después del accidente automovilístico en el que falleció su madre, dejando sepultada en ella "nuestra historia anterior". Un hecho trágico que expulsa a la gente de su lugar. Y, luego, ya en Lima, ser forasteros en plenitud: "Los cholos blanquiñosos nos camuflábamos. Los cholos oscuros sufrían". Una categoría que se va dividiendo en subcategorías. Los "blanquiñosos" aparentemente eran personas en mejor situación también en los Andes, pues eran los terratenientes. Es más, Avilés nos relata que su abuela "era una viuda de carácter fuerte que recorría sus propiedades resguardada por un séquito de indios desnudos. La cargaban en andas como a una reina medieval"; esto, más que un testimonio fiel parece una hipérbole para presentarnos más dramáticamente la situación de los "cholos oscuros" o "indios".

De los parajes cálidos de Abancay, Avilés nos lleva hasta Chumbivilcas, para apreciar en esa región lejana del Cusco, una costumbre violenta como es el Takanakuy. Esta costumbre que es definida por uno de los protagonistas de esta historia como "catarsis popular", pero que en concepto del propio Avilés parece no ser suficiente, "que acaso es demasiado civilizado para apaciguar odios más profundos", nos presenta además un escenario social en que la pobreza, la violencia, el alcoholismo, afectan a una población de manera general. Pensemos que ahora Chumbivilcas tiene importantes proyectos mineros en desarrollo, los que, con su dinámica, han cambiado el rostro de ese espacio geográfico y cultural.

Siguiente parada: Churubamba. También en el Cusco, aunque más cerca de la ciudad milenaria. Otra vez el alcoholismo como el vicio que afecta a comunidades indígenas desde épocas antiguas. La reforma Agraria como un proceso que buscó devolver la propiedad de la tierra a los indios y que precedió a la llegada del capitalismo. Y este, a su vez, al fútbol. En este relato se tiene palabras de elogio para el trabajo cooperativo de los comuneros, que en competencia buscaban desarrollar más labores los de los otros equipos.

La Plaza Roja desde el Ausangate

 

El escritor cusqueño Luis Nieto Degregori lanzó el 2023 una obra teatral en la que nos presenta un mundo desconocido —casi de manera absoluta— en el Perú y, lo más audaz, desde una perspectiva ajena a la metrópoli capitalina. Se trata de La Plaza Roja desierta… Obra de teatro en once sueños, publicada en versión digital bajo el sello de El Zorro de Abajo ediciones.





¿Algún dramaturgo o alguna compañía tendrá la osadía de llevarla a los escenarios? No solo valdría la pena, sino que nos permitiría mirar a partir de esas historias subjetivas, la historia del mundo y dentro de ella, la del Perú y a del Cusco, como oteando el horizonte desde la cima del majestuoso Ausangate, ora límpido, ora cargado de nubes oscuras.

Es una historia cargada de claroscuros, verdades que se insinúan o a veces se gritan, subterfugios que esconden o a penas disimulan situaciones que los personajes no terminan de aceptar o entender. Esta obra está ambientada en diversos escenarios de la ciudad de Moscú, en dos hilos temporales paralelos; uno, en los años setenta del siglo XX, con Gabriel y sus amigos como estudiantes universitarios en la todavía poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y, el otro, en el año 2005, con el retorno de Gabriel a esa ciudad, con cincuenta años, y el reencuentro con sus amigos, en la Rusia renaciente de este milenio. No obstante, la sensación de estar al borde del abismo es permanente.

Nieto nos presenta la historia de Gabriel, un joven cusqueño que, al terminar colegio, se fue becado a estudiar ingeniería en la Universidad de Moscú. Sin embargo, luego decide su cambio a la facultad de Filología, lo que le permitiría hacer algo más cercano a su sueño de ser escritor. Es un muy buen estudiante, casi brillante, tan es así que al graduarse fue quien hizo el discurso en representación de los estudiantes extranjeros. Se licenció con una tesis en ruso sobre Mario Vargas Llosa que quedó en algún estante, empolvándose, y sin traducción. Además, las autoridades universitarias le otorgaron el permiso para que pudiera, con la beca correspondiente, realizar sus estudios de Maestría sin interrupción, aunque él decide regresar por un año al Cusco, para ver a su familia. Después, no pudo —o no quiso— regresar a la URSS. Desde entonces, Moscú lo persigue en sus sueños o pesadillas y resume esa sensación afirmando que “Aquí, en los años de universidad, me sentía un cisne. En Perú, con el tiempo, ese cisne se convirtió de nuevo en un pato feo del montón…”; en otro momento, exclama que “¡Necesitaba volver a Moscú! Creo que la época más feliz de mi vida fueron nuestros años de universidad. ¡Nunca he vuelto a conocer tal sensación de plenitud!”. ¿Ese cúmulo de emociones contradictorias del estudiante migrante, entre la morriña lacerante y el no encajar en ningún lugar?, ¿la imposibilidad de vivir un nosotros a plenitud?

La obra muestra el desencanto de Gabriel y los otros personajes con la realidad de la sociedad soviética, caracterizada por una serie de carencias materiales y un omnipresente aparato estatal y represivo, como cara real de la utopía socialista, aunque gracias a Gabriel puede contrastarse con la realidad del Perú y del Cusco, donde no solo hay carencias económicas para gruesos sectores sociales pobres, sino que de manera general la educación y la cultura no reciben mínima atención, lo que no permite ni por asomo compararlas con la educación y la cultura en Rusia. Y también muestra a los moscovitas en 2005, orgullosos de una ciudad que ya no es más la antigua ciudad provinciana, aunque conscientes de los grandes cambios, la aparición de los nuevos ricos —rusos poco formados e incultos—, y también los oligarcas, que se enriquecieron gracias al impensable desplome soviético. ¿Esa situación no tiene semejanzas con la del Perú?, ¿no vivimos acosados por oligarquías antiguas y nuevas que, en su apropiación incesante, van reduciendo lo público al desmadre auto regulatorio de hoy?

Durante sus años estudiantiles, Gabriel conoce a una serie de jóvenes rusos, entre ellos Nikita, con quien entabla una amistad profunda. Están también Ania, Valentina y Vera.

Gabriel y Ania tienen una relación e incluso viven juntos, pero ella prefiere mantener esto en secreto, pues el resquemor hacia los extranjeros en esa sociedad hace que las rusas puedan ver afectadas sus expectativas personales, económicas, profesionales y políticas, si se involucran sentimentalmente con algún extranjero. Gabriel sufre por ello, encerrado en la paradoja de rebelarse contra la propia realidad del machismo en su familia y en su ciudad, el Cusco.

A su regreso, unos veinticinco años después, Gabriel busca primero a Valentina, para ir explorando las posibilidades de verse con Ania y con Vera. Y por supuesto, con Nikita.

Ania lo visita en su hotel y cada uno cuenta algunos pasajes de su historia personal, comparten algunos recuerdos, se formulan reclamos. Ella es una satisfecha profesora principal en la universidad, casada y con dos hijos. Gabriel confiesa que se casó dos veces, que no tiene hijos, que es un escritor poco conocido en el Perú, pues para ser famoso “tienes que vivir en Lima y yo no vivo en Lima. Después de trabajar unos años en una universidad de Ayacucho, regresé a vivir en Cuzco…”. El peso del centralismo limeño es agobiante y hoy pesa incluso más que antes.

Ania le increpa a Gabriel no haber tenido el valor de decidir entre ella o Vera. Gabriel le recuerda que no fue ese su dilema, sino que “tenía que decidir entre volver a la maestría y olvidarme de mis sueños de ser escritor o renunciar a la maestría y probar suerte en la literatura”. Y dice, más adelante, que “No me fue bien como escritor y con el tiempo empecé a arrepentirme de no haber vuelto a Moscú”. Como para cerrar su historia, se besan y hacen el amor. Gabriel sigue atrapado por las nostalgias cruzadas y experimenta una frustración lacerante.

El reencuentro en una cena con todos sus amigos los muestra como las personas ya iniciando el tránsito a la vejez, compartiendo sus recuerdos, sus logros, sus satisfacciones. Gabriel les cuenta que está escribiendo una obra de teatro sobre jóvenes universitarios como ellos, aunque aclara que no es sobre ellos. Valentina le dice, cuando Gabriel comenta sus bloqueos para escribirla, que “¡Buena señal si te cuesta sufrimiento! Ya se sabe, tienes que escribir con tu propia sangre si quieres expresar los verdaderos dramas de tu tiempo…”.

En el Acto Final, Gabriel desvela la realidad de la historia. Los diez sueños anteriores, son solo eso, sueños, producto de la imaginación y el deseo de Gabriel de retornar a Moscú y de no haberse atrevido a ello, pues para sus cincuenta años planificó un viaje a París y luego a Moscú, pensando que eso lo ayudaría a recuperar las ganas de escribir. Sin embargo, extendió su estadía en París, desistiendo de ir a Moscú. Concluye al fin que el viaje “no arregló nada en mi vida”.

lunes, 19 de diciembre de 2022

Cantos de sirena

 

Quise sumergirme en tus profundidades,
pero siento que me ahogo en el piélago
de tu silencio;
un día me atrajiste a las grietas espléndidas y
oscuras de los arrecifes entre tus piernas,
seguí, seducido, las notas de tus cantos. 

Quedé atrapado, ciego y enloquecido.

Fueron tus cantos de sirena,
esos silbidos que aún hieren mis oídos
como látigos invisibles.
Este hombre del frío y de las nieves eternas,
pretendió un día sumergirse en la infinitud 
de tus mares,
doncella del desierto y
de los valles cálidos junto al mar del norte,
pero me perdí en tu fondo tibio y húmedo,
esa posada que hoy añoro
no solo con nostalgia sino hasta con codicia;
quizá fue en esa caverna,
tórrida y húmeda,
en la que extravíe mi rumbo,
atrapado en las ciénagas al final de tus muslos.

No puedo salir, aunque no esté ahí.

Y después de mis pesadillas,
cuando despierto y no respondes mis llamados
de náufrago, sé que soy el peregrino
que anhela
beber de tus labios, de las aguas de tu cuerpo,
ese rehén al que, sin embargo,
niegas, juguetona, una sola mirada, una sola palabra.
Desde entonces, deambulo en este desierto abrasador.

Siendo yo de allá arriba, de las punas y los glaciares.

Tienes que saber, sin embargo, que no sé cómo ni por qué,
un día tus cantos, sirena, serán inaudibles
y, entonces, como un Ulises resurrecto y atado al mástil de mi barco, 
lograré el retorno a mi nido,
huiré a pesar de la magia de tus cantos.

miércoles, 2 de junio de 2021

Bicentenario y el mal menor

En varios pasajes de la serie El último bastión, sobre el proceso de independencia del Perú, se repite una indignada preocupación por lo que parecería ser el destino del país: elegir siempre entre dos desgracias. ¿Es esa nuestra tragedia?

 

Abismo, la primera a la derecha | Verba Volant


Desde por lo menos el año 2001, en los procesos electorales del post fujimorato, se repite la letanía de que los balotajes marcan la elección entre dos males, como si electores asépticos tuvieran que elegir entre políticos sépticos. Sin embargo, el manejo económico ha sido ortodoxo en la receta nacida del Consenso de Washington. Desde entonces, según el discurso oficial y el pensamiento único difundido por los medios de comunicación, el Perú estaba a un paso de ingresar a la OCDE, el club de países ricos. Cualquier disenso que cuestionara esa verdad era tildado de populista, “chavista” o, incluso, de “comunista” o “terrorista”.

 

En una mirada retrospectiva, creo que una enseñanza valiosa del “sacro modelo económico” ha sido la importancia de mantener la disciplina fiscal en el manejo económico del país. No obstante, lo positivo del libre mercado no puede cegarnos en cuanto a las graves falencias del modelo, por las que un 30% de la población vive en situación de pobreza. El Covid-19 ha desnudado por completo los mitos que describían al Perú como ese país de ensueño. En este país subdesarrollado y de mentalidad colonial, los intereses de las élites colisionan profundamente con los intereses de la mayoría. Los niveles de desigualdad son cada vez más groseros. El prometido chorreo del gobierno de Alejandro Toledo, el “primer mal menor”, nunca llegó a humedecer el estival paisaje de la pobreza.

 

El 2006, la mayoría eligió a Alan García, quien había quebrado el país años antes, claro, “con la nariz tapada” y solo para evitar que el “chavismo” tomará por asalto el país. La matriz económica siguió respetándose, pero los niveles de corrupción de ese “segundo mal menor”, han dejado secuelas graves en la institucionalidad del país por los niveles de corrupción a los que se llegó. ¿Mal menor? Quizá para los poderes fácticos.

 

El 2011 se repitió la monserga de que debíamos elegir entre el SIDA y el cáncer, sin mínima empatía por personas convalecientes con esas enfermedades, quienes, además, no eligieron padecerlas. Esta retórica catastrofista fue impulsada por Mario Vargas Llosa. Con su apoyo luego de la firma de una Hoja de Ruta, el “tercer mal menor”, Ollanta Humala, fue elegido Presidente. Ese quinquenio, más allá de la letanía aprista de la “reelección conyugal” o la “pareja presidencial”, fue de un impulso importante de programas sociales que ayudaron a mejorar la situación de las poblaciones más vulnerables, sin dejar de lado la ortodoxia económica, lo que, quienes creyeron en el proyecto nacionalista desde el año 2006, sintieron como una traición; quizá eso explique la baja votación reciente por Humala.

 

El 2016, la segunda vuelta enfrentó a dos candidatos del stablishment. La retórica electoral varió y el riesgo tolerable para las élites era la probable vuelta del fujimorismo. El Marqués y Premio Nobel invocó a la candidata de la izquierda, Verónika Mendoza, su apoyo al “estupendo” candidato Kuczynski. Mendoza aceptó apoyarlo e hizo posible lo imposible: la derrota del fujimorismo por unos pocos miles de votos.

 

¿Hemos elegido los peruanos “entre dos desgracias” en estos cuatro procesos electorales? Desde la perspectiva del statu quo hemos elegido al mal menor. Sin embargo, cuando se analiza las cosas desde la perspectiva de las demandas de las grandes mayorías, es claro que no, pues lo único que se ha ido haciendo es generar pequeños orificios de oxigenación a una olla de presión a punto de estallar. La agenda conservadora se impuso, a pesar de todo, incluso en la elección del 2011, y las élites han tenido éxito en administrar una crisis que se remonta, por lo menos, a los últimos 30 años.

 

Hoy nos encontramos, pandemia de por medio, en el balotaje que definirá la presidencia para el quinquenio que se inaugura en la fecha en que se cumplen 200 años de la declaración, en Lima, de la independencia del Perú por José de San Martín. Se nos dice que tenemos que elegir entre “perder el ojo izquierdo o perder el ojo derecho”. El escenario está más polarizado que antes. Pasaron a la segunda vuelta los candidatos de Perú Libre, el profesor Pedro Castillo, y de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, ambos con un apoyo minoritario. Muestra de una dispersión democrática y evidencia de la total crisis de representatividad que afecta nuestra endeble democracia.

 

La resaca apocalíptica se instaló otra vez entre nosotros. Lo trágico devino en farsa: contrito, Vargas Llosa soslayó su “antifujimorismo” por la democracia y la libertad e incluso advirtió —paradojas liberales— de un eventual golpe de estado por militares de derecha en caso el candidato Castillo obtuviera una victoria. Sus adláteres, incluso los más ilustres, son ahora vocingleros defensores del fujimorismo.

 

¿No será más bien que nuestra tragedia es pretender que debemos elegir entre cínicos y santos?  En este nuevo balotaje es claro que el rol más facilista es ponerse de costado y afirmar que, de nuevo, estamos frente a dos desgracias. Esa es una falacia. 

 

Nos encontramos frente a una alternativa que nos invita a mantener las cosas como están en el ámbito económico, sin importar que eso signifique la impunidad para la candidata fujimorista y la vuelta a la escena política y gubernamental de siniestros personajes conocidos desde los noventa, pero muy vigentes en la última década también y que, con cinismo, volvieron a hacer de nuestro país una chacra de corrupción y violación de derechos humanos. Se han sumado a ellos diversos grupos de poder que no han escatimado recursos, lo que se aprecia fácilmente en la feroz y millonaria campaña de terror que se viene desarrollando, aun a costa de pisotear honras, recurriendo a mentiras, utilizando la desgracia de los migrantes venezolanos e invisibilizando —quizá porque nos los ven— a los pobres y marginados del Perú.

 

Es cierto, del otro lado tenemos a un grupo político nebuloso, profundamente incierto. Sin embargo, creo que se abre también la posibilidad de que ese orden establecido de cosas se despercuda y se produzcan cambios que logren una mejora para los sectores más vulnerables y para las mayorías de este país, sin que ello signifique que se instaure en el Perú el “comunismo”. Es tan simple, pero a la vez complejo, se trata de la posibilidad de tener un Perú que se reconozca plurinacional y que intente superar esa condena centenaria de ser un país exportador de piedras, sin ningún interés por la ciencia, la tecnología y la educación. Quizá la incertidumbre sea el anuncio de cambios que pueden mejorar las cosas. En todo caso, si eso no fuera así, la debilidad de ese eventual gobierno nos permitirá establecer los controles que no permitan un salto al abismo.

 

Quizá nuestra tragedia, muchas veces disfrazada, es que debemos elegir entre la certidumbre funesta de lo ya conocido o la incertidumbre fresca de lo desconocido.

jueves, 9 de abril de 2020

Poema

Ha transcurrido tanto tiempo, vieja.
Y ya no quiero siquiera
acordarme que te amaba
y que jamás, por temor,
te confesé ese secreto.

Ha cesado nuestra locura
y ya no sé porqué decían
que la locura era irreversible:
deambulamos plenamente conscientes,
dolidos en cada tarde.
¡Cuánto hemos envejecido!

¿Recuerdas las noches junto al fuego?,
ardíamos los dos en un crisol
y la marea interna
en torbellinos desenfrenados
nos sacudía arrastrándonos
por sendas desconocidas.
Para el frío eras mi calor,
para la sed era yo tu lluvia,
para nuestra edad
éramos niños los dos.

Y hoy, mirándonos de nuevo,
me duelen los costados del alma,
me duelen los años pasados,
esa dicha que no ha de volver más.

Lima, 19 de octubre de 1995. 

martes, 31 de marzo de 2020

El pánico, la salud y las libertades

Tengo un sentimiento de culpa apocalíptico pesando sobre mis espaldas, pues, a pesar de las cifras de terror que nos muestran, casi en tiempo real, el número de personas infectadas y las muertes que se producen a diario en el mundo y en el Perú por el Covid-19, mi pensamiento se resiste o, al menos, desconfía del consenso de gobiernos de izquierda y derecha, democráticos y autoritarios, respecto a las medidas que se vienen adoptando y que incluyen el denominado “aislamiento social”, para combatir el virus, bajo el argumento de que es ético y necesario privilegiar la vida y la salud por encima de la economía. Esta, como lo he manifestado antes, es una falsa dicotomía. A esa culpa, debo añadir el pavor que siento (como agnóstico, además) de que alguien cercano y querido sea afectado por el malhadado virus.

La peste negra

La retórica política sobre el virus se ha insuflado de terminología guerrerista, quizá como acicate para vencer al “enemigo invisible”. En una pequeña entrevista a Alain Touraine en El País (28.03.2020), él niega que lo que estamos viviendo sea una guerra y afirma que es, más bien, “una ausencia de actores, de sentido, de ideas, de interés incluso: la única preferencia del virus es hacia los viejos. Tampoco hay remedio ni vacuna. No tenemos armas, vamos con las manos desnudas, estamos encerrados solos y aislados, abandonados. No hay que estar en contacto y hay que encerrarse en casa”. Recuerda que un vacío similar se vivió en los años previos a la segunda guerra mundial, vacío que llenó Hitler.

Martín Caparrós (New York Times, 30.03.2020) afirma que hoy “te convencen de que en tu casa estás seguro, o casi: de que alcanza con no salir, con no mezclarte. Es, también, un privilegio de clase: muchos trabajadores no pueden permitírselo, necesitan ir a sus empleos. Esa es, si acaso, la guerra verdadera”. Clases sociales y desigualdad.

Insisto en la necesidad de que es indispensable, para un debate serio y racional, atender a los hechos y a las voces de los científicos y expertos, más que a opiniones. El Ministro de Salud peruano, Víctor Zamora, en entrevista con IDL Reporteros, afirma que el Covid-19 “tiene 90 días en el mundo. Lo que sabemos de esta enfermedad es el conocimiento que se ha generado en esos 90 días […] Aquí no se puede aplicar la medicina o política pública basada en evidencias. Porque las evidencias son pocas y débiles”. Pese a ello, como nos dice Edmundo Paz Soldán (La Tercera de Chile, 30.03.2020), “la ciencia lucha por hacerse oír en medio de las interpretaciones políticas y se enfrenta a una dura pulseada con nuestras creencias religiosas, nuestras supersticiones irracionales tan bien cultivadas a lo largo de los siglos”.

Por ello, para enriquecer el debate es importante leer voces científicas disidentes como la del virólogo Pablo Goldschmidt (entrevista en Infobae, 28.03.2020), quien plantea varios puntos que cuestionan la información que, con tono monocorde, difunden los medios masivos de comunicación: que la única forma de combatir al temible virus es recluyéndonos en nuestros hogares. El referido científico precisa que la denominada pandemia por la OMS no justifica que se haya paralizado el mundo e incluso teme que el miedo que se nos inocula pueda ser el origen de nuevos totalitarismos. El Ministro Zamora afirma que si el Perú tuviera la capacidad de diagnosticar rápidamente, no se hubiera tenido que parar el país. Pero no tenemos una red primaria potente, ni investigadores rápidos. Por eso se justifica la medida del aislamiento.

Políticos y personajes de izquierda y derecha, privilegiados social y económicamente, piden, siempre políticamente correctos, que nos cuidemos, quedándonos en casa, que bien vale este ¿pequeño? sacrificio por salvarnos de la enfermedad. Privilegiados, pues tienen medios económicos o un trabajo estable por el que seguirán percibiendo sus remuneraciones, aun sin hacer nada. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, como se informa en la BBC (30.03.2020), enLatinoamérica cerca del 50% de los trabajadores está en el sector informal y para ellos, “la restricción de salir a la calle es económicamente devastadora”; Rubén Lo Vuolo precisa que “no podemos culpar a la gente que tiene que salir a la calle para subsistir por no quedarse en casa”. ¿Pequeño sacrificio una situación devastadora? Solo desde el privilegio.

El gobierno peruano de manera acertada, oportuna, en línea con las recomendaciones de la OMS y en base a la experiencia de China, ha tomado la decisión de paralizar la economía prácticamente por un mes, con la finalidad de achatar la curva de contagios y mortalidad por el coronavirus, considerando fundamentalmente la menesterosa realidad de la salud pública que el neoliberalismo y la corrupción han dejado en el Perú. Se afirma que hay que seguir la experiencia exitosa del gobierno chino; es decir, mano firme para cumplir y hacer cumplir esas medidas restrictivas. El Ministerio del Interior informa que se han producido 26 mil detenciones de infractores del aislamiento social obligatorio y que estos serán denunciados ante el Ministerio Público, recargando así el ya colapsado sistema judicial peruano. ¿No habría otras medidas, implacables y efectivas, que se cumplan realmente?, ¿por qué insistir en una formula tantas veces probada y fracasada como la penalización ad infinitum, generando mayor desperdicio de recursos?, ¿multas?, ¿trabajo comunitario? En ciertos mercados de San Juan de Lurigancho e Iquitos, mucha gente sigue su vida como siempre, al margen de la ley y del Perú formal.

Son pocos gobiernos en el mundo los que han intentado navegar contra la corriente y, menos aún, los que lo hacen con fundamentos científicos. La misma BBC (30.03.2020) nos informa que Maja Fjaestad, viceministra de Salud de Suecia, señala que su gobierno ha buscado “inhibir la propagación del virus, proteger a los grupos vulnerables y no sobrecargar el sistema de salud, pero al mismo tiempo […] quiere reducir las consecuencias económicas y (proteger) a nuestras industrias con diferentes paquetes de estímulo del Ministerio de Finanzas". E insiste que “es importante que abordemos tantos los problemas económicos como los de salud, de lo contrario nos iremos a la bancarrota". Afirmar esto en el Perú sería para los censores de la moral pública un sacrilegio, casi una blasfemia. Tampoco ayuda que políticos impresentables como Trump, Johnson o Bolsonaro hayan apostado, con argumentos fundamentalistas, por la economía; habría que agregar al buen López Obrador quien ha tenido declaraciones risibles si no fueran, además, irresponsables.

La joven Ministra de Economía y Finanzas peruana, María Antonieta Alva, afirma que "El impacto económico de lo que está sucediendo no tiene precedentes y el plan económico que tenemos que aplicar es un plan sin precedentes" y ascendería a más de 25 mil millones de dólares, el equivalente a un 12% del PBI. Esto es encomiable y constituye el plan más ambicioso de Latinoamérica según expertos internacionales. ¿Cómo se aplicará en un país afectado profundamente por redes de clientelismo y corrupción?

Zamora plantea que hay incertidumbre respecto a si esta enfermedad genera o no una inmunidad suficiente. Si no, concluye, “el mundo viviría parado. O aceptaríamos que cada cierto tiempo tendríamos que dar nuestra cuota demográfica”. En este punto Paz Soldán nos advierte de ese futuro que nos amenaza: “Se vienen años de fronteras, cuarentenas y confinamientos”. Desolador.

Quizá en este punto valga recordar las palabras que Alejandra Pizarnik, la poeta suicida, ponía en uno de sus personajes: "Nadie pierde la salud más pronto que los que toman demasiados cuidados por conservarla".

viernes, 27 de marzo de 2020

Covid-19, morirme contigo si te mueres



"El miedo ciega […] ya éramos ciegos en 
el momento en que perdimos la vista, el mie-
do nos cegó, el miedo nos mantendrá ciegos"
José Saramago

El escritor Antonio Muñoz afirma, en su columna en El País de España (25.03.20), que “la guerra de la derecha contra el conocimiento es inmemorial y también es muy moderna: combina el oscurantismo arcaico con la protección de intereses venales perfectamente contemporáneos, que son los mismos que impulsan en Estados Unidos la guerra abierta del Partido Republicano contra el conocimiento científico, financiada por las grandes compañías petrolíferas. La derecha prefiere ocultar los hechos que perjudiquen sus intereses y sus privilegios. La izquierda desconfía de los [hechos] que parezcan no adecuarse a sus ideales, o a los intereses de los aprovechados que se disfrazan con ellos. La izquierda cultural se afilió hace ya muchos años a un relativismo posmoderno que encuentra sospechosa de autoritarismo y elitismo cualquier forma de conocimiento objetivo. Ni la izquierda ni la derecha tienen el menor reparo en sustituir el conocimiento histórico por fábulas patrióticas o leyendas retrospectivas de victimismo y emancipación”.

Ahora, en un contexto como el presente, creo importante no abonar al debate actual solo en base a opiniones. Deberíamos, en primer lugar, centrarnos en la identificación de los hechos y, a partir de ello, acudir al conocimiento que, sobre esos hechos, están aportando los científicos y los expertos desde las más diversas esferas.


El Coronavirus y las medidas para reducir su impacto

La pandemia que nos ha enclaustrado globalmente nos enfrenta, como humanidad, a un enemigo invisible y todavía desconocido. Claro, está siendo objeto de análisis por parte de científicos y expertos quienes, sobre la base de los conocimientos actuales, han efectuado una serie de recomendaciones para evitar la propagación del virus a un ritmo tal que colapse los sistemas de salud del mundo entero. El Covid-19 es un virus que, hasta donde se sabe, se propagaentre personas, por medio de los líquidos que se expulsan a través de la tos o estornudos, aunque también se afirma que las personas podrían contagiarse al tocarse la boca, la nariz o los ojos, cuando, previamente, tocaron superficies u objetos que hayan sido contaminados con el virus.

Este virus sería de origen animal y habría dado el salto al hombre en China, específicamente en un mercado de venta de animales en la ciudad de Wuhan, donde se habría dado el primer contagio hacia octubre de 2019. Sin embargo, oficialmente se dio cuenta de este brote en diciembre de 2019. En vista de que los contagios eran sumamente rápidos, el gobierno chino dispuso medidas restrictivas (incluyendo una cuarentena que afectó a la ciudad de Wuhan, con más de 11 millones de habitantes); asimismo, con la tecnología con que cuenta la potencia asiática, se empezó a hacer un seguimiento a las personas contagiadas con la finalidad de alertar también a las demás personas.

Conforme a mapas elaborados y actualizados por la Universidad Johns Hopkins y de Worldometer, el número total de personas contagiadas al día de hoy, en el mundo, es de 566 064 personas (aunque estos datos varían rápidamente), de las que un total de 25 422 murieron (4,49% de mortalidad).

En China, el número de contagiados al día de hoy es de 81 897 personas, de las que murieron 3 296 (4,02% de fatalidad). La propagación del virus ha sido controlada a tal punto que hoy el riesgo es el de los contagios importados, por lo que están efectuando controles muy rigurosos para reducir ese riesgo.

Sin ánimo de ingresar en el campo de la especulación y de las teorías de la conspiración, debe apreciarse que el presidente de Estados Unidos de Norteamérica se ha referido, despectivamente, a esta pandemia como el “virus chino”, lo que ha provocado más de un incidente diplomático. Sin embargo, lo más destacable es que desde la China han planteado la posibilidad de que el virus haya sido sembrado por militares estadounidenses en territorio chino, justamente en octubre de 2019, en el contexto de unas olimpiadas deportivas militares que se celebraron en ese país, con la asistencia de una importante delegación del país norteamericano. China está insinuando, entonces, que el origen del virus podría ser EEUU; sobre esto, ver artículo de Gustavo Veiga en Página 12 de Argentina (25.03.20). Como puede apreciarse, incluso los hechos se afectan con las controversias políticas, por lo que es muy importante que este asunto se aclare con la mayor precisión posible.

Luego de China, el Coronavirus empezó a saltar a otros países, entre los que Corea del Sur fue el más afectado, aunque las medidas que tomaron (fundamentalmente relacionadas con la realización de un número altísimo de pruebas de diagnóstico y aislamientos específicos a partir del uso de tecnologías de la información) mostraron una respuesta exitosa. Posteriormente, llegó a Europa, instalándose, primero, en Italia donde ha afectado a 80 589 personas, un número muy cercano al de contagiados en China y ha duplicado el número de muertos de ese país (a hoy 8 215, con lo que el porcentaje de mortalidad es de 10,19%); luego afectó drásticamente a España con cifras que van acercándose también en número de afectados (64 059) a los de China, aunque ya superaron también el número de muertes del país oriental (a hoy, 4 858 personas, lo que eleva su índice de mortalidad a 7,58%). Por tanto, el epicentro del Coronavirus pasó de China a Europa.

Un caso bastante llamativo es el de Alemania, pues tiene un número alto de contagiados (47 373), pero el número de muertos es relativamente bajo (285), aunque va incrementándose (a hoy su tasa de mortalidad era de 0,60%).

El epicentro global del Covid-19 ha vuelto a moverse y ha saltado todo el Océano Atlántico, pues parece instalarse en Estados Unidos, donde el número de contagios crece sostenidamente (a hoy 86 012) al igual que las defunciones (1 301 personas, por lo que su tasa de mortalidad está en 1,51%) y ya diversas autoridades, como el gobernador de Nueva York, han señalado que el sistema de salud ha colapsado).

El panorama global es aterrador y las medidas que se van tomando, al menos en sectores urbanos, hace más grave el paisaje social, pues luce desolado y las personas que circulan en la vía pública parecen extraídas de una película de guerra bacteriológica. Sin embargo, las medidas, dicen los expertos, se justifican, pues ellas permitirán reducir el crecimiento del número de infecciones, considerando que estas se multiplican por el permanente contacto social. Entre las medidas tomadas caben destacar la suspensión de actividades masivas (deportivas, religiosas), suspensión de clases escolares y universitarias, las actividades laborales (recomiendan recurrir al denominado teletrabajo). En el Perú, desde el 16 de marzo se impuso una “cuarentena” o aislamiento social obligatorio, por el que todos estamos obligados a quedarnos en casa y no salir de ese nuestro espacio, ni siquiera para practicar algún deporte individual y al aire libre; asimismo, las únicas excepciones refieren a quienes trabajan en áreas esenciales para la salud, la seguridad y la justicia.

Se recomienda, además, tener mucho cuidado con la higiene, lavarse las manos con abundante agua y jabón, evitar toser o estornudar o hacerlo cubriéndose la boca y nariz, evitar el contacto con personas enfermas. Insisto aquí, se trata de recomendaciones para reducir el contagio, no para eliminarlo, pues parece ser que las grandes mayorías de la población mundial, más temprano que tarde, se infectarán. La canciller alemana Angela Merkel señaló que, de acuerdo a los expertos, entre el 60 y el 70% de la población se contagiará con el virus; entre nosotros, el Ministro de Salud peruano afirmó que tarde o temprano, todos estaríamos infectados. El objetivo es lograr tiempo para lograr un mayor conocimiento que permita tratar la infección y, de ser el caso, producir la vacuna que la prevenga.

Sin embargo, el miedo está haciendo su trabajo que consiste en cegarnos. Miedo a la muerte, miedo a perder a nuestros seres queridos, miedo a perder nuestra comodidad económica, miedo a enfermar y no tener una cobertura adecuada de salud. Nos han encerrado —y nos hemos recluido— en nuestros domicilios, con nuestras familias nucleares, o solos, y percibimos que la amenaza está allá afuera, que el virus está en las manos, en el aliento, en las miradas de los otros; en el ámbito público nos sentimos vulnerables, por ello mejor aislarnos. Las manías más comunes, como tocarse la nariz o el rostro, ahora son percibidas como una amenaza letal. Un abrazo, un beso, antes signos de amor o de aprecio, pueden ser hoy el vehículo de la muerte. Debemos evitar salir a los espacios públicos y tener contacto con la gente, incluso con parientes. Si, por razones de urgencia, tenemos que salir, debemos tomar todas las medidas del caso para reducir los riesgos de contagio: usar mascarillas y guantes, evitar acercarse a cualquier persona a distancias menores a un metro, al regresar a casa hay que quitarse toda la ropa y ponerla a buen recaudo, lavarla de preferencia a temperaturas superiores a 60 grados centígrados. El heraldo de la muerte puede ser el otro, puedo ser yo, el aislamiento social e incluso doméstico son ahora las mayores muestras de amor.

Salir a la calle, a la vía pública, está, en algunos países como el Perú, prohibido completamente, pues incluso se ha establecido el denominado “toque de queda”. Salvo urgente necesidad de aprovisionamiento o de cuestiones de salud. Salir al parque a correr es una amenaza; debe evitarse, no importa si es al aire libre. El virus puede infectar al más mínimo descuido. Sería importante que se tenga en cuenta que el Instituto Roberto Koch de Alemania no recomienda el encierro total, indicando que tomar aire y hacer deporte es bueno para la salud. ¿Un confinamiento absoluto tiene ventajas?, ¿cómo lidiaremos en el Perú con los problemas colaterales que pueda generar este confinamiento en la salud mental de nuestra población?, ¿cómo se afectará la salud de las personas que ven su economía seriamente afectada por este paro repentino?

“Si tú no te cuidas, no cuidas a los demás”, repiten. El toque de queda es la única receta de prevención y todos son espontáneos reporteros de ese periodismo que promueve el chisme y la delación. Y mientras más agresivamente censuremos a los transgresores, las barras bravas ovacionarán a rabiar la delación, “vamos, Perú, carajo”. Los talibanes de la moral pública se han apoderado de todos los espacios y dictan sentencias anticipadas. ¿Qué sucedería si, como sugieren algunos, se diera la información plena de los infectados?, ¿los jueces de la moral pública de hoy se encargarían de lapidar a los enfermos, por generar riesgos contra la salud de todos, por afectar el interés público?, ¿habrían linchamientos colectivos?, ¿serían capaces de mirar con empatía a las víctimas de ese enemigo invisible? El Alcalde de un pueblo en Junín dispuso, con acuerdo de sus habitantes, el cierre de fronteras para los foráneos. ¿Cuál será el límite de estas medidas restrictivas? La globalización, al menos para el tránsito de personas, parece haber terminado y volvemos a erigir fortalezas inaccesibles. El miedo a los demás, a los forasteros, va constituyéndose en una promesa de sanación.

Por último, soy un andino autoexiliado en Lima, nostálgico del cielo del Cusco, que aprecia estos días un cielo azulino, extraño en la ciudad gris. La suspensión de actividades humanas intensivas y contaminantes —dicen algunos entendidos— pone de manifiesto en tiempo real la huella de nuestra especie en la tierra. Destacan que la calidad del aire ha mejorado considerablemente y que, incluso, la fauna reaparece libre. ¿Podremos entender que somos, de verdad, parte de la naturaleza?, ¿será que esta, de algún modo, se rebela contra las atrocidades que le (nos) estamos haciendo?


La economía versus la vida

Este tiempo se ha tejido una falsa dicotomía por la aparente relación contradictoria entre la vida y la salud versus la economía. Por tanto, tratándose de polos opuestos, deberíamos optar por estar en uno u otro terreno; o eres pro vidao eres pro economía. Nuevamente, los hechos se dejan de lado y se emiten opiniones sin mayor sustento, pero con una agresividad virulenta. Falsa dicotomía que divide el mundo entre santos y demonios.

Nos habíamos acostumbrado a la relativa estabilidad política, social y económica que vivimos en el Perú, desde hace unos 20 años. A pesar de la crisis del 2008, a pesar de todos los problemas profundos que tenemos como país, como sociedad, empezando por los niveles de pobreza aberrantes, la segregación étnica, el abandono del Estado de sectores estratégicos (salud, educación, transporte) en manos de agentes privados, la corrupción galopante. En los sectores acomodados tuvimos las ínfulas de creer que casi, casi, éramos un país desarrollado, un diligente alumno y émulo de los Estados Unidos de Norteamérica, un país en el que todo lo bueno provenía del sector privado y todo lo malo e ineficiente nacía en el sector público. En ese imaginario, el libre mercado nos salvó en lo económico, pero también en la cobertura de servicios de salud. Esa ilusión acaba de derrumbarse.

La realidad nos abofetea. La aparición y propagación del COVID-19 nos ha colocado como individuos, como sociedad y como mundo, contra las cuerdas. A nivel mundial, los gobiernos han tomado medidas de grados de radicalidad diversos para lograr el aislamiento social que ayude a evitar la propagación de virus y así evitar una catástrofe sanitaria, aun a riesgo de afectar drásticamente la economía. En términos de Juan Torres López, conspicuo y heterodoxo economista español, con esas medidas que se justifican desde la perspectiva médico científica, se ha detenido la economía en una suerte de “coma inducido”. Por tanto, esta parálisis va a tener serias consecuencias en el plano económico y también, como un boomerang, en la salud de las personas.

La paralización de las actividades económicas se ha entendido como una medida necesaria, aunque sin lugar a dudas tendrá consecuencias realmente graves. Y en países como el Perú, seguramente esto será notorio, pues se producirá un retroceso y se acrecentarán los índices de pobreza en nuestra población.

Torres López señala lo siguiente: “si no se compensa en todo o en buena parte y con dinero efectivo a las empresas, a los trabajadores autónomos y a los asalariados que ahora dejan de tener ingresos mientras deben seguir haciendo frente a los pagos de su día a día, la economía española va directa a la catástrofe. Y se dispararán la pobreza y los problemas sociales de todo tipo” y precisa que “no hay otro problema económico por delante sobre la mesa y no hay otra solución que no sea garantizar ese flujo de ingresos a la totalidad de las empresas, los hogares y las personas que los pierdan como consecuencia de la cuarentena o del bloqueo productivo. Y es urgente hacerlo”.

Ayer, día 11 del aislamiento social obligatorio, el Presidente de la República anunció que esta medida se extenderá por 13 días adicionales, por lo que seguiremos impedidos de desarrollar nuestras actividades, entre ellas las laborales y productivas, hasta el día 12 de abril de 2020. Estas medidas, creo, la población las entiende como indispensables de forma mayoritaria y hasta gozan de amplia aceptación; sin embargo, la legitimidad referida empieza a resquebrajarse por la insuficiencia de las medidas que se vienen aplicando y que dejan desnudos a diversos sectores, más allá del apoyo que se está dando a sectores vulnerables (lo que es, además, digno de aplauso y reconocimiento).

Frente al miedo, actores políticos de derecha y de izquierda, coinciden ahora en sus opiniones, a partir de esa falsa dicotomía entre la vida y la salud en oposición a la economía. Hay otros que defienden, sin pudor alguno, la economía aun a costa de la vida.

El aislamiento social obligatorio es, a decir de los expertos, la medida necesaria para contener el avance del virus, más en países donde políticas neoliberales implantadas en los 90 han destruido los sistemas de salud pública, montando sistemas de salud privada, cuya cobertura es limitada y deficiente. El Perú sufriría una calamidad si los decesos se dieran con las ratios de Italia, pues ya nuestro sistema público de salud está colapsado. Por tanto, las medidas estrictas son necesarias y solo las discuten, sobre la base de sus opiniones, algunos extremistas.

Ahora bien, ¿qué sectores están recibiendo apoyo por parte del gobierno? Como asistencia social, se está buscando cubrir a unos 3 millones de hogares vulnerables (más bien, pobres y pobres extremos) y a unos quinientos mil trabajadores independientes (pobres también), con un bono de S/ 380. ¿Son recursos suficientes para estos sectores? La respuesta es negativa, pues dichos sectores no cubren ni remotamente la canasta familiar mínima con esos montos. Claro, será un paliativo, pero la parálisis que generan estas medidas podría dar lugar a una conflictividad social mayor a la que nos afectaba hasta ahora.

Otras medidas que se vienen tomando son la del otorgamiento de un bonoextraordinario para el personal de salud, la prórroga del pago del impuesto a la renta para personas naturales, mayor facilidad para la devolución del mismo impuesto a quien corresponda, así como el hecho de que la Superintendencia de Banca y Seguros autorizó la flexibilización para el pago de deudas financieras (postergación de pagos).

En nuestro país, se afirma que el 70% de la economía se mueve a través de canales informales. Dentro de ese amplio porcentaje deben encontrarse muchos hogares vulnerables, así como muchos trabajadores independientes. Pero quedan en el aire muchas personas naturales que, siendo formales, se desempeñan como trabajadores independientes y las medidas de apoyo no están dirigidas a estos sectores y tampoco cubrirían sus requerimientos económicos, pues no se trata de hogares vulnerables. El coma inducido de la economía, afecta directamente a estos sectores que no pueden desarrollar sus actividades y que, por tanto, no podrán generar ingresos, afectando entre otros aspectos la cadena de pagos. Deberían, por tanto, implementarse medidas como el congelamiento de deudas con el sector bancario y financiero, por cuanto si el sacrificio lo deben asumir todos, ese todos debería ser real, incluyendo a la banca que no solo no se ve afectada, sino que, seguramente, está incrementando sus ganancias, como recientemente se ha denunciado, incluso, con el cobro de una tasa para la distribución del bono de S/ 380. ¿El gobierno no asumirá una posición firme respecto a la banca?, ¿dejará que sigan lucrando aun a costa de diezmar a sectores económicamente productivos e independientes? Hoy algunos bancos han anunciado que otorgarán facilidades a sus clientes para congelar sus deudas por los meses de abril y mayo y que se fraccionarán en cuotas posteriores; es un anuncio positivo, aunque habrá que leer atentos las letras pequeñas.

Insisto, las medidas gubernamentales para hacer frente al coronavirus son adecuadas a decir de los expertos. Pero esto ha generado un coma inducido en la economía que ya está afectando tanto a empresas (especialmente las MYPES), como a personas naturales, sean trabajadores o independientes. Desde el gobierno e incluso gremios empresariales se lanzan edulcorados mensajes que invocan a que todos pongamos nuestra cuota de sacrificio. Sin embargo, es sencillo emitir esas opiniones desde posiciones de privilegio; y hoy ser un trabajador dependiente, sea del sector público o privado, con remuneraciones relativamente altas, es una posición de privilegio. Es fácil entonces desde esa posición cuestionar la desesperación de muchas personas que buscan generar sus ingresos, pues no sería racional no tener ahorros y, en todo caso, la realidad de esas personas mostraría una total falta de previsión. Fácil gritar desde las redes sociales que hay que sacrificarse unos días para cuidar nuestra salud.

Hoy los más perjudicados con estas medidas —sin lugar a dudas necesarias—, son trabajadores que están viendo recortadas sus remuneraciones o vacaciones, o simplemente están siendo despedidos de manera intempestiva y subrepticia, mientras las empresas que los emplean tendrán apoyos estatales diversos. Pero también está perjudicándose drásticamente a pequeñas y micro empresas que se ven ahogadas financieramente, cuando son las que emplean la mayor parte de la población económicamente activa. Además, están los trabajadores (y profesionales) independientes, cuyos ingresos dependen de la prestación efectiva de sus servicios. ¿Qué medidas se han previsto para evitar el colapso de estos sectores? Todavía la respuesta gubernamental sigue siendo el silencio.