A Adriana Latorre Boza, con cariño y gratitud
Mi hermana, Adriana, me regaló la novela de Marc Levy, titulada "Las cosas que no nos dijimos". Se trata de una novela ligera, pero con un mensaje cautivante y hasta pedagógico. Muy al estilo de los gringos (aunque el autor es francés), el final es feliz, pese a toda la trama de enredos y situaciones que vive la protagonista. Finalmente, el universo entero conspira para darle la felicidad.
Es la historia de Julia Walsh, cuyo padre, Anthony, muere
—o simula su muerte, más bien— el día previsto para su matrimonio con Adam, un escritor exitoso y hombre con muchas cualidades, pero del que parece no estar enamorada apasionadamente. Frente a ese escenario aparentemente estable, Stanley, su mejor amigo, homosexual él, conociéndola tanto, le dice "que preferiría ver en tu vida a un hombre que te arrastrara con él, aunque tuviera mil defectos, que a uno que te retiene a su lado sólo porque posee ciertas cualidades" (p. 34). Parece que ambos personajes quieren ayudar, de maneras distintas, a que Julia no se case con Adam, pues ella estuvo muy enamorada de un alemán, Tomas, aunque su relación con él fue cortada abruptamente por Anthony, en un arrebato.
Días después, su padre reaparece en la forma de un "robot" de alta tecnología, que conserva la memoria del reciente difunto por un período de seis días, tiempo después del cual, se agotará su batería y se apagará para siempre. Ese robot tiene como objetivo el recuperar el tiempo que perdieron padre e hija con la distancia que se abrió entre ellos, por los resentimientos y quizá sus propias contrariedades existenciales. Pero, al mismo tiempo, quiere lograr que Julia se atreva a mirar con verdad su vida; incluso, lo que le pide su padre al final es que le prometa que será feliz; es decir, la felicidad como una decisión personal. Una situación mágica, casi milagrosa, por la que la vida le da una segunda oportunidad, para poder reconciliarse con el recuerdo de su padre, con la memoria de su familia y, fundamentalmente, consigo misma.
Julia empieza a encontrarse con recuerdos de su infancia, como cuando su padre le traía "de cada escala el objeto único que relataría parte del viaje realizado" (p. 20). Sin embargo, aflora también esa gama de recuerdos que le generaron odio hacia el hombre de negocios que fue su padre, como cuando la asaltan los recuerdos al ver a una madre maltratando a su hija y concluye que "las niñas no son como peluches, ¡no se les pueden coser con aguja e hilo las heridas que se les hacen!" (p. 30).
Al verse frente a la oportunidad extraña que le daba la vida de intentar un acercamiento con la memoria de su padre, Julia siente que "La grieta que los años habían cavado ya no podía colmarse, y mucho menos con un duplicado" (p. 47). Sin embargo, el "duplicado" le dice que "Sólo es demasiado tarde cuando las cosas son definitivas" (p. 85). Y entonces, sorprendida se da cuenta que llegó por fin el momento en que "por primera vez, añoró su infancia, pese al infausto recuerdo que de ella guardaba" (p. 179). Y su padre —o su duplicado— le dice que "La memoria es una artista extraña, redibuja los colores de la vida, borra lo mediocre y sólo conserva los trazos más hermosos, las curvas más conmovedoras". Ese tipo de memoria, que Gabriel García Márquez también destacaba, creo que es un atributo selecto, más que una característica general de todas las personas.
Esta novela, en su sencillez, nos muestra la trama de la Vida, que "pasa a una velocidad de vértigo", pero que nos deja marcas dolorosas, especialmente en la infancia y la adolescencia. Recuperarnos de eso es una tarea quizá colosal, pero necesaria, y todos la acometemos, armados de manera diferente, injustamente diferente, y vamos logrando algunas pequeñas victorias, frente a las derrotas que se muestran como implacables. En esta novela se defiende el concepto de familia, pese a todas las falencias de ese círculo vital; por ello, es importante ser consciente de la familia que nos da origen. Como Anthony afirma, "Uno avanza a duras penas en la vida cuando no sabe de dónde viene" (p. 86).
Julia sufrió la pérdida de su madre, primero a causa del Alzheimer, una primera muerte que nos arrebata la memoria, hasta que la muerte física termina con el trabajo dejado a medias. La distancia con su padre tejió un misterio respecto a la relación de este con la madre. Pero Anthony le explica que "Conquistar a tu madre, amarla, tener una hija suya, habrán sido las elecciones más importantes de mi vida, las más hermosas, aunque haya necesitado muchísimo tiempo para encontrar las palabras adecuadas para decírtelo" (p. 333). Quizá saber esto, aunque fuera tarde, ayuda a Julia a entender que fue producto de una relación de amor y ella misma fue la hija amada.
El amor de los padres hacia los hijos es quizá el menos comprendido, pues no se acaba cuando estos cobran independencia para vivir. Más bien, quizá esa independencia, esa distancia es la primera herida que la guadaña de la muerte nos profiere en la vida. Nos hiere de muerte, pero levemente aún. Anthony le enseña a Julia de ello: "¿sabes cómo se sufre el día en que los hijos se van? ¿Te has imaginado siquiera el sabor de esa ruptura? Voy a decirte lo que ocurre, uno está ahí como un idiota en la puerta mirándoos marchar, convenciéndose de que tiene que alegrarse de esa partida necesaria, amar la despreocupación que os empuja y a nosotros nos desposee de nuestra propia carne. Una vez cerrada la puerta hay que volver a aprenderlo todo; volver a aprender a amueblar las habitaciones vacías, a no acechar ya más el ruido de vuestros pasos, a olvidar esos crujidos tranquilizadores en la escalera cuando volvíais tarde por la noche, y uno se dormía por fin tranquilo, mientras que ahora tiene que tratar de conciliar el sueño, en vano, puesto que ya no volveréis" (p. 291).
Normalmente, nuestro refugio emocional frente a las inclemencias de la vida, frente a las derrotas que nos acorralan, es culpar de todo ello al pasado, a nuestros padres. Pero este recurso solo es la postergación del reconocimiento central, por el que entenderemos que la vida es nuestra propia obra, con las herramientas que tengamos, con las cualidades que tengamos. Nuevamente, Anthony enseña a Julia que "uno puede echarle la culpa de todo a su infancia, culpar indefinidamente a sus padres de todos los males que padece, de las pruebas a las que lo somete la vida, de sus debilidades, de sus cobardías, pero a fin de cuentas es responsable de su propia existencia; uno se convierte en quien decide ser. Además tiene que aprender a relativizar tus dramas, siempre hay una familia peor que la propia" (p. 334). Esto último es un recurso de extremo, por el que deberíamos entender que nuestra historia no es necesariamente la peor, la más triste. Pero de manera clara, madurar es aceptar que uno es lo que es por las propias decisiones, por sus propias capacidades, independientemente de lo que sus padres pudieran haberle hecho.
Y en la vida se presentan momentos en los que es posible dar un quiebre para crecer, para mejorar, "cuando se le presta atención, la vida nos ofrece señales asombrosas" (p. 334). Es simplemente necesario atreverse a saltar, a dar el paso.
Finalmente, como una reflexión para la vida adulta, Stanley le dice a Julia que "Lo que más daño hace en el amor es la cobardía" (p. 323).
jueves, 8 de junio de 2017
martes, 21 de junio de 2016
El largo día (la semana) siguiente
Este artículo se publicó originalmente en el portal web Parthenon.

No recuerdo proceso electoral más reñido que el de este domingo 5 de
junio de 2016. Pensé escribir este artículo el día Lunes inmediato siguiente.
No he podido, pues aun siendo jueves, los resultados no se conocían de manera
certera. Situación curiosa, pues las dos opciones en pugna son políticamente de
derecha y comparten una concepción (neo)liberal; es más, el candidato de Peruanos
por el Kambio (PPK), el año 2011, dio su apoyo a la candidata de Fuerza Popular
(FP) que ahora le tocó confrontar.
Lo que da un cierto matiz a esas dos ramas de la derecha es que, hasta
donde puede apreciarse, el apoyo democrático de la candidata de la izquierda,
Verónika Mendoza, fue fundamental para la victoria de PPK. Tan así que Mario
Vargas Llosa (http://goo.gl/jWjWLm) se ha visto en la obligación de reconocer
esto: “el hecho decisivo, para rectificar la tendencia y asegurarle a Kuczynski
la victoria, fue la decisión de Verónika Mendoza, la líder de la coalición de
izquierda del Frente Amplio, de anunciar que votaría por aquél y de pedir a sus
partidarios que la imitaran. Hay que decirlo de manera inequívoca: la izquierda, actuando de esta
manera responsable –algo con escasos precedentes en la historia reciente del
Perú– salvó la democracia y
ha asegurado la continuación de una política que, desde la caída de la
dictadura en el año 2000, ha traído al país un notable progreso económico y el
fortalecimiento gradual de las instituciones y costumbres democráticas”.
Hay que decir, además, que la movilización liderada por el colectivo No a Keiko, organización juvenil con una
férrea posición contraria al fujimorismo, enseñó, con dos marchas
multitudinarias a nivel nacional, que a veces la construcción del futuro se
sostiene en una negación principista, en un odio sanador; el no
puede ser, paradójicamente, positivo cuando de la defensa de valores de una
sociedad y la resistencia al olvido se hacen indispensables.
Sin embargo, siendo ya el(los) día(s) siguiente(s), creo que se
requiere empezar a trabajar en la agenda del futuro de estos cinco años
difíciles que nos tocan como país con rumbo al bicentenario de la independencia.
En buena cuenta, en una democracia representativa —sistema que hemos elegido
para el Perú—, los votos de la mayoría o de las mayorías son los que cuentan de
manera fundamental; eso, aunque esa decisión no nos guste tiene que respetarse,
con la condición de que los gobernantes también respeten la voluntad popular y
las reglas de juego democráticas.
La derecha política va a gobernar, pues ha merecido el voto mayoritario
de la población. Esto significa que estos cinco próximos años esa derecha
contará con mayoría parlamentaria y será, además, la encargada de la administración
gubernamental. Más allá de sus diferencias, conforme a la lectura que esos
sectores políticos hacen de estos resultados, la mayor parte de nuestra
población habría votado por mantener el modelo económico. Ya lo ha planteado
con claridad brutal Carlos Bruce (http://goo.gl/1MXA18), quien dijo que “Con el
fujimorismo va a ser más fácil [ponerse de acuerdo], y esperamos que sea más
fácil, porque compartimos el mismo punto de vista en ese sentido”. Claro está
que el fujimorismo muestra una posición recalcitrante y que indica que los
acuerdos a los que lleguen con el gobierno no serán resultado de negociaciones
muy sencillas; el panorama político muestra cierto nivel de conflictividad. Sin
embargo, se puede ver que todos los recursos y voceros del modelo económico lo
defiendes, a pesar de sus contradicciones internas; estos cinco años, la
derecha política tendrá la oportunidad de mostrar, más allá del discurso
gerencial y tecnocrático que maneja, si es una mejor y eficiente administradora
del gobierno y del Estado en general.
Por su parte, la izquierda tiene la posibilidad de constituirse en una
verdadera alternativa de gobierno, no de simple oposición permanente, con miras
al 2021; por ello, en estos cinco años, como señala Marisa Glave (http://goo.gl/Zz7BhZ),
toca al Frente Amplio “mantener un trabajo sólido en la bancada
[parlamentaria], para que esta sea capaz de colocar temas en la agenda, generar
consensos y que sea, al mismo tiempo, una oposición vigilante y fiscalizadora.
Vigilaremos el uso de los recursos del Estado”.
El modelo económico: ¿la paz
de los muertos?
Al mismo tiempo, desde otra perspectiva, los resultados electorales
muestran que el modelo económico y político está cuestionado y, por lo menos,
una cuarta parte del electorado nacional, con especial énfasis en el sur
andino, además de Cajamarca, viene votando en los últimos procesos electorales
de manera consecutiva —y congruente— demandando cambios profundos en la
orientación económica, social y política del país, requiriendo una
diversificación productiva, que quiebre el centralismo económico de las
actividades extractivas, que ahoga a las regiones, especialmente las del sur y
las del oriente. Es más, incluso en el caso de las regiones donde el voto
mayoritario fue por el fujimorismo, el mensaje que se recogería de este (en
palabras de Pablo Quintanilla) es una demanda de mayor presencia del Estado
(según dicho filósofo, el fujimorismo llegó a todo el país, especialmente lugares
muy alejados, con dádivas que le dieron un contenido real a la presencia del
Estado).
Ahora bien, la polarización de estas elecciones ha sido mayor incluso a
las del 2011 y 2006 y se han dado explicaciones simplistas —y muy agresivas—
desde ambos lados del espectro político. Así, por ejemplo, la subida meteórica
de la izquierda liderada por Verónika Mendoza fue explicada como producto del
“resentimiento” o del voto irracional del “electarado”, especialmente del sur
del país. Por su parte, el sólido apoyo al fujimorismo fue explicado desde la
vertiente más de izquierda como producto de la “permisividad” con la corrupción
o la “falta de educación” del electorado de esas regiones o estratos sociales.
Como puede apreciarse, desde ambas posiciones se ataca el punto de
vista de esas “mayorías” del electorado, cuestionándolas por su “incapacidad” o
su “falta de educación”. ¿Somos así una democracia?, ¿goza de legitimidad entre
nosotros este sistema?, ¿respetamos la democracia?
Como decía en su momento Karl Popper (http://goo.gl/Ut9DzV), “Desde
Platón hasta Karl Marx, y aún después, el problema fundamental ha sido siempre
el siguiente: ¿quién debe gobernar un Estado?”. En la democracia, la respuesta
general —y falaz, según él mismo— es “el pueblo”. Ahora bien, el mismo Popper señala
que la pregunta fundamental a plantearse es ahora “¿cómo tiene que estar
constituido el Estado para que los malos gobernantes puedan ser derrocados sin
violencia y sin derramamiento de sangre?”. De acuerdo a este pensador liberal, la
democracia es lo mejor que se tiene para lograr este último fin. Es decir,
lograr que los ciudadanos podamos generar cambios pacíficos y profundos, algo
diametralmente opuesto a la paz de los cementerios.
Si bien lo planteado por Popper está pensado más para las democracias
bipardistas típicas de los países anglosajones, resulta interesante este
concepto que nos permite pensar nuestro país y su democracia desde una
perspectiva distinta, toda vez que el “pueblo” castigaría a sus malos
gobernantes, más que derrocándolos pacíficamente, impidiendo su retorno al
gobierno. Tal es el caso de Alejandro Toledo, de Alan García (en su búsqueda de
un tercer mandato) y, recientemente, del fujimorismo, al que el electorado ha
impedido volver al gobierno, a pesar de que lo “premió” con una arrolladora
mayoría parlamentaria.
Estos resultados son interesantes y deben ser analizados e intentar así
comprender un fenómeno electoral tan complejo e imprevisible como el peruano.
Las elecciones peruanas en
cifras
Respecto a la primera vuelta de las elecciones generales del 2016
podemos señalar las siguientes cifras. Solamente el 81,80% de electores hábiles
participaron en las elecciones, con lo que hubo un ausentismo del 18,20%, casi
una quinta parte de los ciudadanos con derecho a voto en el Perú, debiendo
considerar, además, que el voto es un derecho que debe ejercerse de manera
obligatoria. De los electores que participaron en las elecciones, votaron en
blanco o viciaron su voto un total de 18,12% de los electores. Por tanto, el 36,32%
de electores en el Perú decidieron, de una forma u otra, no apoyar ninguna de
las opciones que participaron del proceso electoral. Cabe preguntarse aquí si
esta actitud puede interpretarse como un descontento con la democracia o,
incluso, una abierta contrariedad con ella. La crisis de las democracias es un
fenómeno global y ya Noam Chomsky (http://goo.gl/MJ73lK), lo ha explicado
afirmando que está cayendo “el apoyo a las democracias formales porque no son
verdaderas democracias. En Europa, las decisiones se toman en Bruselas. En
EEUU, alrededor del 70% de la población —el 70% con ingresos más bajos—- está
totalmente desvinculado del proceso político. Eso demuestra que hay una
correlación enorme entre nivel económico y educativo y movilización política.
No es de extrañar que a la gente no le entusiasme la democracia”. Sin embargo,
lo peculiar en nuestro caso, es que esas mayorías (sectores sociales excluidos en
el Perú y calificadas despectivamente como “ignorantes”) son justamente las que
han generado, con su dinamismo, estos resultados abiertamente contrapuestos,
mientras las élites políticas, económicas y sociales, apuestan por el
inmovilismo en defensa exclusivamente de sus intereses.
Lo cierto es que los resultados electorales obedecen a la voluntad de
solamente el 63,68% de los electores. Cómo piensan los no representados aquí es
una interrogante que no pretendo responder, pero que resulta fundamental explorar.
Dicho en términos más numéricos, del total de electores peruanos (22 901 954),
los votos que se consideraron para la primera vuelta fueron de solamente 15 340
143 electores. De ellos, 6 115 073 ciudadanos (39,86%) dieron su voto a favor
de Fuerza Popular; 3 228 661 (21,05%), a favor de Peruanos por el Kambio; y, 2
874 940 (18,74%), a favor del Frente Amplio. Destaco aquí el concepto de
ciudadanos y las facultades implícitas a estos de elegir a sus representantes.
Un cuestionamiento para con los votantes de Fuerza Popular es que eran,
estadísticamente, los que menor nivel educativo tenían. Y a este
cuestionamiento se le dio cabida incluso en sectores de izquierda, lo que
resulta como un boomerang, toda vez que seguramente si se analiza ese mismo
aspecto respecto a los votantes del sur del país que le dieron tan importante
representación al Frente Amplio con miras al parlamento 2016-2021, serían
también personas con niveles educativos formales menores a los que apoyaron
otras opciones. Ahora bien, los electores que apoyaron a PPK serían los de
mayor nivel educativo, aunque, en el caso de que se hubiera dado una segunda
vuelta entre Fuerza Popular y el Frente Amplio, habrían votado indudable y mayoritariamente,
por la primera, bajo el argumento de que tenía que resguardarse el sistema de
modelos intervencionistas o de izquierda estatista. ¿Marca el nivel educativo,
entonces, una conducta progresista o democrática?
Estos resultados son consecuencia directa del sistema democrático que
tenemos y, por tanto, merecen una mirada respetuosa hacia los electores. Es
decir, no podemos atribuir a los electores, automáticamente, los defectos o
virtudes de los líderes y cúpulas de las organizaciones políticas en pugna;
quizá se trata, en efecto, de nuestra propia psicología social. Como dice
Francisco Miró Quesada Rada (http://goo.gl/eSqJtB), “El cerebro político de los
peruanos está partido en dos. Un lado es autoritario, el otro es democrático.
Seamos de izquierda o de derecha, tenemos una pugna entre los dos lados y espero
que a las finales gane el cerebro democrático”.
Ahora bien, en la segunda vuelta recientemente celebrada, participaron
18 276 818 electores, con lo que hubo un ausentismo de 19,848% (algo de un
punto más que en la primera vuelta). En este caso, al 99,561% de actas
contabilizadas, la ONPE informa que PPK obtuvo 8 564 472 (50,115%) votos
válidos y Fuerza Popular, 8 530 271 (49,885%). Una diferencia de solo 34 201
votos.
La estrechez de la diferencia de los votos de apoyo a cada una de las
candidaturas, más allá del apasionamiento propio del proceso electoral, debe
leerse con mucha atención.
¿Uno, dos, muchos Perú?
Los resultados electorales pueden apreciarse desde la vertiente
antifujimorista, por lo que las preguntas que podrían formularse serían: ¿la
mitad del Perú apoya la política del “roba pero hace obra” o, peor aun, “mata
pero hace obra”?, ¿la mitad de nuestros compatriotas apoyan la corrupción y el
saqueo de los recursos públicos a cambio de una cierta estabilidad económica?
Si apreciamos los resultados desde la perspectiva de la derecha y nos
centramos en el voto del sur andino del Perú, podrían formularse las siguientes
preguntas: ¿la mitad del Perú quiere generar una implosión del sistema
económico, afectando la estabilidad que se ha logrado?, ¿son los electores verdaderos
suicidas que buscan opciones estatistas fracasadas y reniegan de un sistema
económico eficiente?, ¿muestran el resentimiento social y racial de esos
sectores?
Creo que estas elecciones nos dejan como mensaje central el hastío de
la gente con la política y la falta de soluciones a los problemas cotidianos de
la gente. Es decir, la gente reniega de la verborrea política, aquella que no
plantea y menos desarrolla propuestas de solución eficaces a los problemas del
país. Las veces que he podido pernoctar en la isla de Amantani, en el Lago
Titicaca, me quedé sorprendido de que son verdaderas islas naturales y
habitadas. Y me sorprendió mucho, la primera vez que estuve allá, que sus
habitantes contaran en sus domicilios con energía solar. La respuesta que
obtuve cuando pregunté cómo así era posible, fue unánime: el ingeniero
Fujimori. Vuelvo a Pablo Quintanilla: el ex presidente es percibido en muchos
casos como una suerte de Robin Hood, toda vez que llegaba a lugares inhóspitos
y dejaba una señal de esa presencia; no importa, en el imaginario social, si
esas “obras” son solamente dádivas en comparación de los 6 mil millones de
dólares que desaparecieron por la corrupción de su gobierno. Y es que el Estado
es percibido no solo como ausente, sino como un ente opresor que restringe la
libertad de la gente, con un aparato represivo, o que la exprime
económicamente. Por tanto, si el Estado llega y no con las manos vacías, ese es
un quiebre en lo que normalmente espera la gente. Es decir, si el Estado llega
normalmente personificado en la policía, en un juez, en la SUNAT, pero nunca
para defender a las personas, entonces basta que esta regla se quiebre una vez
para que esto perdure en el recuerdo de la población. Como escribe Santiago
Pedraglio (http://goo.gl/OdXozm), “’¿Por qué votaste por Keiko Fujimori?, le
pregunté a un amigo al que no veía en cierto tiempo. ‘Porque estoy agradecido
por la luz y el agua que puso en mi pueblo. Además, nos ayudó con tractores y maquinaria’,
me respondió”. Comprender esa lógica realista permitirá “entender y no
satanizar a quienes votaron por [Keiko Fujimori]". Desde otra perspectiva,
Paulo Drinot (http://goo.gl/L58kBK) dice que el gran reto para las ciencias
sociales “es entender el fujimorismo. No hemos hecho el esfuerzo de estudiarlo
y es un gran error porque no hemos podido explicar el fenómeno en estas
elecciones y en el transcurso de los últimos 20 años. Está claro que el modelo
del clientelismo tradicional no es suficiente para generar ese voto”.
Por tanto, las consideraciones de la gente al ejercer su derecho al
voto no pueden calificarse de manera simplista, más aun en un contexto en el
que la democracia es cuestionada por su ineficacia para lograr soluciones
efectivas para los problemas de la gente. De ahí que resulte esencial que la
izquierda, más allá de ejercer un rol de oposición, replantee su postura para
hacerse el vigía, el centinela que exija al gobierno de PPK el cumplimiento de
los acuerdos que celebró para lograr el apoyo de organizaciones y movimientos
sociales. Esto sin perder de vista la necesidad de consolidarse como
organización política moderna para lograr ser una alternativa de gobierno real,
máxime cuando, siguiendo a Gramsci, debería entender que democracia implica
también la necesidad de reflexionar a partir de la realidad social concreta (la
nuestra), de las propias conductas de nuestra sociedad y los diversos grupos
que la conforman, para construir —desde esa realidad— nuevas posibilidades para
el ser humano.
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miércoles, 13 de abril de 2016
Un primer balance luego de las elecciones del 10 de abril de 2016
La democracia es esto, en efecto. Y hay que aceptar los resultados. Nos gusten o no. A mí esta vez los resultados me parecen deplorables; han ganado las propuestas más conservadoras, en lo económico, pero también en lo político. Se ha vuelto a imponer la criollada —la ley del más vivo— tan dañina para el país. Explicaciones seguramente habrán muchas. Ensayo la mía.
Los sectores populares a nivel nacional, especialmente en las zonas más pobres del Perú, sufrieron una frustración con la oferta de la gran transformación del nacionalismo. Su desconfianza hacia esas propuestas es hoy mayor.
Keiko Fujimori —y el fujimorismo— no perdió el tiempo y se dedicó a trabajar políticamente, desde el 2011, cinco años intensos de presencia permanente a lo largo del territorio nacional (para ello ha tenido ingentes recursos de origen, por lo menos, dudoso). Los resultados saltan a la vista en esos mapas coloridos que muestran que su presencia es abrumadora en el norte y en el centro del país, incluyendo Lima. En todas estas regiones primó —como suele suceder— un voto más conservador, más en la línea de mantener el modelo económico. Claro que no se puede ser mezquino con la performance política de Keiko Fujimori que, desde su recordada presentación en Harvard, mostró una estratégica corrida hacia el centro, hacia ese sector que le permitiría ganar las elecciones y que hasta ahora le había resultado esquivo, aunque cada vez con mayor timidez. Su “moderación” fue una puesta en escena muy bien pensada y desarrollada de cambios importantes que la mostraron como la hija que no tiene por qué cargar con la mochila de los “errores” de su padre. Logró algo muy importante: cambiar sin tener que producir cambios de verdad. Pura estética. No ser; simplemente parecer. Con esa abrumadora mayoría en el Congreso, si ella llega a la Presidencia —la que es hoy la mayor probabilidad—, tiene el terreno allanado, el camino libre para hacer lo que quiera, incluyendo la liberación de su padre y una amnistía para todos aquellos que según ella lo merezcan. La justificación será la necesidad de reconciliación nacional.
El pase a la segunda vuelta de Pedro Pablo Kuczynski es un asunto absolutamente accidental, pues obedece en parte al éxito de la estrategia de generar terror en la población respecto a la amenaza de la izquierda. Asimismo, fue posible en parte también debido a que Gregorio Santos le arrebató importantes puntos a la propuesta del Frente Amplio. Aquí el voto limeño fue muy importante en su línea de conservadurismo. Accidente puro.
Entre las dos propuestas, es decir la de Fuerza Popular (39.6%) y la de Peruanos por el Kambio (21.5%) tenemos poco más de las dos terceras partes del electorado nacional (61.1%). Estas dos terceras partes han ratificado, además de su miedo a cualquier propuesta de cambio, su apuesta por mantener el statu quo. Quizá también haya una cuota de la voluntad de reinvindicar al fujimorismo y, especialmente, a Alberto Fujimori (cualquiera que gane la segunda vuelta es seguro que tomará las medidas necesarias para la excarcelación del ex presidente condenado a prisión por delitos contra los derechos humanos y de corrupción). Veremos como salimos de este periodo gubernamental; por lo pronto, el mundo nos observa como una versión folklórica de democracia, en la que se reinvindica a uno de los regímenes más corruptos de la historia reciente.
Sin embargo, seguimos viviendo en un país que es por lo menos dos. El sur del Perú (con la sola excepción de Arequipa), pudiendo incluir además a Huancavelica, ha votado por el Frente Amplio de manera contundentemente mayoritaria. Ese es un mensaje claro también que muestra la exigencia de un cambio estructural, un cambio del modelo económico (claro está que no implica una patente para el manejo económico irresponsable). Y esas demandas han sido adecuadamente canalizadas por Verónika Mendoza y el Frente Amplio. Hay que destacar la capacidad de liderazgo de Mendoza, quien contra todos los pronósticos y afirmándose en una estrategia ajena al marketing político, pudo conseguir un 18.7% de las preferencias electorales a nivel nacional. Esto es digno de aplauso, pues ha resucitado virtualmente a la izquierda en el Perú. Se ha mostrado como una persona de convicciones firmes y que no acomoda su discurso según el auditorio del que se trate; ha planteado con contundencia propuestas renovadoras como, por ejemplo, la necesidad de recuperar la soberanía de nuestros recursos naturales (tomemos en cuenta que hoy la propia Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo ha planteado la necesidad de salvaguardar el derecho de regulación por parte de los Estados de las actividades económicas que se den en su territorio, las que se han visto afectadas por el arbitraje en inversiones) y que las inversiones extranjeras cumplan con las regulaciones del Estado; para ello, ha señalado que se renegociarán los contratos de inversión. También la necesidad de desarrollar un Estado laico de verdad; el implementar políticas paritarias de género, incluyendo las políticas a favor de las minorías sexuales; el tema de los derechos reproductivos y de libertad de decisión para las mujeres respecto a sus cuerpos; la posibilidad de mirar desde otra perspectiva las políticas antinarcóticos; la profundización de los programas sociales y la redistribución; mejora de los sistemas de educación y salud públicas, etc. Se trata de una agenda refrescante de la política nacional, que requiere de un trabajo constante a partir de ahora y con miras al 2021. De lo contrario, esta breve primavera de la izquierda, se difuminará en los recuerdos. Se requiere de trabajo político constante, a nivel nacional, con presencia de los líderes nacionales y regionales, para nutrirse de las demandas de la población, para conocer o reconocer ese país que pareciera ser nuevamente ancho y ajeno, para hacerse conocer también. El reto para la izquierda es enorme y ojalá esté a la altura de ese reto. Creo que en el Frente Amplio debe abrirse espacio a una izquierda liberal también que permita tender puentes y, sobre todo, que permita que se gestiones de manera adecuada, desde la izquierda, al Estado, con toda su complejidad.
Ahora a asimilar estos tristes resultados electorales. La democracia es esto. Nos guste o no. El pueblo decidió.
sábado, 5 de septiembre de 2015
21 anécdotas de colegial: la irreverencia juvenil desde Huamanga
Los jóvenes de hoy no vivieron la realidad lacerante que nos tocó expiar a quienes sobrevivimos nuestro país en las dos últimas décadas del siglo pasado. La mayor parte del país estuvo atrapada entre “la convulsión del terror de Sendero en Ayacucho” (p. 55), así como en todo el país, y “la inflación alucinante del gobierno de Alan García” (p. 67), la misma “que causaba estragos” en la economía de la mayor parte de las familias. Estuvimos atrapados, entonces, en medio del terror político y económico de aquellos años, a los que se suma la decadencia institucional y moral que se agudizó durante el fujimorato. Eso, en este tiempo de cierta bonanza y mejora en algunos indicadores del país, se aprecia como una realidad ajena, casi de ciencia ficción. Sin embargo, es muy necesario promover la memoria.
Edwin Flores (Ayacucho, 1970) nos recuerda que, sin embargo, a pesar del panorama de terror de ese tiempo, en la misma ciudad de Huamanga, “nada podía impedir que naciera el romance entre dos jóvenes enamorados” (p. 55) y todos se adecuaron a las condiciones de vida de aquel entonces para seguir viviendo. Terca vida que se abre espacio por cualquier intersticio que se presente.
La lectura del libro que presenta Flores, 21 anécdotas de colegial, ha sido reveladora para mí, como alguien que vivió aquel tiempo aciago, pues pone en evidencia una mirada distinta, por momentos jocosa e irónica, de un tiempo y un lugar que, desde las perspectivas políticas y sociológicas, se presenta casi como un cementerio omnipresente. No pretende el autor —y tampoco pretendo yo— negar lo oscuro y doloroso de aquel tiempo, que aún deja abierta una herida profunda en este territorio que constituye nuestro país. Sin embargo, Flores ha tenido el valor de mostrar esa otra cara de la Ayacucho de ese tiempo, donde miles de jóvenes tuvieron que vivir su adolescencia y sus primeros amores, la efervescencia de sus hormonas juveniles, los ritos propios del enamoramiento y el aprendizaje conflictivo de la adultez. Sus anécdotas me hicieron recordar pasajes de mi propia vida, de mi adolescencia en el Cusco y también de cuando ya era un migrante universitario en Lima, mis retornos a la ciudad que me vio nacer.
Aunque Flores no haya tenido pretensiones literarias, tiene fragmentos que son un deleite para el lector, pues descubre lo poderosa que es la vida, y más aun la juventud, en un espacio que, entre dos fuegos, pretendía negar la alegría, el jolgorio, la vitalidad de la gente que se encontraba en medio. Por más tenebrosos que hayan sido ese tiempo y ese espacio, el motor vital de la juventud se escurría por los resquicios que existieran, por mínimos que estos fueran. La vida se movía incesante, aunque sea reptando y agazapada, pero se movía.
Flores nos hace viajar en el tiempo a través de chicherías, en las fiestas de promoción, nos hace sentir vívidas aventuras de acróbata que se introduce en la habitación de la enamorada, por una ventana; nos hace recordar, a partir de sus vivencias en Ayacucho, la zona de mayor convulsión de esos años, las vivencias de las y los jóvenes de cualquier urbe peruana, en la que encuentran espacio para explorarse, para compartir las experiencias, para descubrir la sensualidad y el deseo, para aprender el lenguaje del roce lento, de la travesura descubridora (esto nos permite darnos cuenta que la vida en Huamanga no era tan diferente de la del Cusco o aun de la de Lima). Es el caso de la anécdota titulada como "Mal amigo" en la que narra cómo una amistad entrañable entre dos muchachos se quiebra por un malentendido generado, adrede, por una hermosa y maliciosa adolescente; o aquella en que la enamorada, luego de haber pelado y lavado rocotos, le prodiga al enamorado urgido unas muy picantes caricias, que ni el hielo calmaría. Se desprende también cierta irreverencia hacia los dogmas del catolicismo y nos muestra sacerdotes profundamente humanos.
Aparece también el conflicto entre padres e hijos que, en el caso de "El terno de papá", muestra su máxima expresión al concluir el personaje con esa frase demoledora respecto al terno: "ese pendejo nunca más lo podrá usar".
Edwin Flores (Ayacucho, 1970) nos recuerda que, sin embargo, a pesar del panorama de terror de ese tiempo, en la misma ciudad de Huamanga, “nada podía impedir que naciera el romance entre dos jóvenes enamorados” (p. 55) y todos se adecuaron a las condiciones de vida de aquel entonces para seguir viviendo. Terca vida que se abre espacio por cualquier intersticio que se presente.
La lectura del libro que presenta Flores, 21 anécdotas de colegial, ha sido reveladora para mí, como alguien que vivió aquel tiempo aciago, pues pone en evidencia una mirada distinta, por momentos jocosa e irónica, de un tiempo y un lugar que, desde las perspectivas políticas y sociológicas, se presenta casi como un cementerio omnipresente. No pretende el autor —y tampoco pretendo yo— negar lo oscuro y doloroso de aquel tiempo, que aún deja abierta una herida profunda en este territorio que constituye nuestro país. Sin embargo, Flores ha tenido el valor de mostrar esa otra cara de la Ayacucho de ese tiempo, donde miles de jóvenes tuvieron que vivir su adolescencia y sus primeros amores, la efervescencia de sus hormonas juveniles, los ritos propios del enamoramiento y el aprendizaje conflictivo de la adultez. Sus anécdotas me hicieron recordar pasajes de mi propia vida, de mi adolescencia en el Cusco y también de cuando ya era un migrante universitario en Lima, mis retornos a la ciudad que me vio nacer.
Aunque Flores no haya tenido pretensiones literarias, tiene fragmentos que son un deleite para el lector, pues descubre lo poderosa que es la vida, y más aun la juventud, en un espacio que, entre dos fuegos, pretendía negar la alegría, el jolgorio, la vitalidad de la gente que se encontraba en medio. Por más tenebrosos que hayan sido ese tiempo y ese espacio, el motor vital de la juventud se escurría por los resquicios que existieran, por mínimos que estos fueran. La vida se movía incesante, aunque sea reptando y agazapada, pero se movía.
Flores nos hace viajar en el tiempo a través de chicherías, en las fiestas de promoción, nos hace sentir vívidas aventuras de acróbata que se introduce en la habitación de la enamorada, por una ventana; nos hace recordar, a partir de sus vivencias en Ayacucho, la zona de mayor convulsión de esos años, las vivencias de las y los jóvenes de cualquier urbe peruana, en la que encuentran espacio para explorarse, para compartir las experiencias, para descubrir la sensualidad y el deseo, para aprender el lenguaje del roce lento, de la travesura descubridora (esto nos permite darnos cuenta que la vida en Huamanga no era tan diferente de la del Cusco o aun de la de Lima). Es el caso de la anécdota titulada como "Mal amigo" en la que narra cómo una amistad entrañable entre dos muchachos se quiebra por un malentendido generado, adrede, por una hermosa y maliciosa adolescente; o aquella en que la enamorada, luego de haber pelado y lavado rocotos, le prodiga al enamorado urgido unas muy picantes caricias, que ni el hielo calmaría. Se desprende también cierta irreverencia hacia los dogmas del catolicismo y nos muestra sacerdotes profundamente humanos.
Aparece también el conflicto entre padres e hijos que, en el caso de "El terno de papá", muestra su máxima expresión al concluir el personaje con esa frase demoledora respecto al terno: "ese pendejo nunca más lo podrá usar".
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martes, 15 de octubre de 2013
La discreción de una novela
Las trescientos ochenta y tres páginas de la última novela de Mario Vargas Llosa, El héroe discreto, son —a decir verdad— una perfecta coartada que atrapa al lector
—especialmente a los vargasllosianos como yo— sobre la base de un cóctel de ingredientes melodramáticos, un casi ausente erotismo, la reiteración de algunos personajes que, por la nostalgia de otras obras, nos envuelven en sus pequeñas historias. No puedo decir, sin embargo, que me haya parecido una de sus grandes novelas. Ni remotamente.
Desde mi punto de vista, se trata de una nueva demostración de que los tiempos de las grandes novelas, de esos arrebatos de asalto al cielo protagonizados por el escritor, quedaron atrás, quizá en definitiva. La trama se vale del recurso recurrente a las historias paralelas que Vargas Llosa maneja con absoluta destreza; él sabe que este recurso le es infalible y lo usa, a veces de manera abusiva y puramente formal, sin que la sustancia de las historias se nutra necesariamente de esa confusión de espacio y tiempo. Lo que debiera mostrarse como un juego provocador por parte del escritor hacia el lector termina siendo el protocolo de una técnica previamente establecida, casi en un laboratorio.
Los personajes han madurado en extremo, no resultan ya atractivos, pues todos parecen haber pasado por el mismo proceso y se muestran como adorables señoronas. Se añora la arquitectura de personajes como Zavalita, el Sargento Lituma de La Casa Verde, Pantaleón o Mayta. Zavalita no volvió a aparecer más; Lituma sí, pero llegó a un nivel de acartonamiento deplorable en Lituma en los Andes. Aparecieron otros personajes que fueron la base de la nueva arquitectura: Don Rigoberto y Doña Lucrecia, La niña mala. Quizá un breve paréntesis en el abandono de su vocación deicida lo encontramos con La fiesta del Chivo y El sueño del celta. No obstante, Don Rigoberto, Doña Lucrecia y Fonchito parecen haberse apoderado del universo vargasllosiano, con la frivolidad que ello implica, pese a los arrebatos culturales de aquel.
En El héroe discreto nos encontramos con una repetitiva trama de la historia de Don Rigoberto y su familia, con los excesos de melodrama que, claro, nos atrapan, pero no por su fuerza, ni por convicción del argumento, sino por la miel que destilan: nos presenta con ellos la única parte erótica, pero el grueso de la obra está constituida más bien por el "drama" que se gesta tras el apoyo de Rigoberto, artista frustrado y cómodo pensionista, a su ex jefe y amigo, Ismael, en su decisión de desposar a la sirvienta; la versión culturosa de la telenovela "Natacha". Doña Lucrecia le dice en algún momento, agudizando los efectos, que si ella se muriera le parecería una buena idea que Rigoberto desposara a Justiniana, mientras Rigoberto alucina un beso y unas caricias lésbicas entre su mujer y la empleada. Mientras más crítico de la postura política del gobierno venezolano, más cercano a los culebrones propio de esas tierras; irónica paradoja.
En paralelo bastante previsible, va la historia de Felícito Yanaqué, su austera vida, y el amor intenso hacia la "cortesana" Mabel. Basta recordar un párrafo de la conversación entre ambos personajes para graficar esa relación , mejor dicho, esa trama:
"—¿Por qué lloras, viejito? ¿No te gustó, pues?
—Nunca en mi vida he sido tan feliz —le confesó Felícito, arrodillándose y besándole las manos—. Hasta ahora yo no sabía lo que era gozar, te lo juro. Tú me has enseñado la felicidad, Mabelita".
Es este el héroe discreto que da título a la novela, algo así como los Añaños para su razonamiento político. Este héroe ha sido extorsionado y, pese a los temores, se niega a ceder ante los delincuentes, cumpliendo con la promesa que le hizo a su padre de que nunca se dejaría pisar con nadie. Aunque este personaje protagónico resulta bien construido, se muestra artificial en algunos pasajes, como el de las conversaciones con sus hijos, especialmente con Miguel, el entenado que le "enchufaron" y que, en complicidad con su amante, traman un secuestro bastante evidente. En el caso de Mabel, incluso hay una inconsistencia en la biografía de este personaje, pues se indica contradictoriamente que habría sido violada repetidamente por su padrastro (p. 210), aunque se diga también que esto habría quedado únicamente en tentativa (p. 213).
Volviendo a la familia de Don Rigoberto, la situación que más interés despierta es si Edilberto Torres, el "amigo" de Fonchito resulta ser real o no; la duda queda aunque, aparentemente, todo fue un arranque de imaginación de ese niño casi genio que es el hijo. Los diálogos entre este y su padre, así como los que entabla con Edilberto Torres, son realmente poco verosímiles.
Me seduce una situación paradójica (¿oxímoron?) que encuentro profundamente atractivo: Don Rigoberto no ha cesado en su vida de construir "islas o fortines de cultura en medio de la tormenta, invulnerables a la barbarie del entorno [...]". Esta idea me recordó de inmediato las metáforas que usó permanentemente Ernesto Sábato; sin embargo, vuelve al rato el Vargas Llosa de La utopía arcaica y lanza su sentencia feroz: "En este país no se puede construir un espacio de civilización ni siquiera minúsculo", pues, a criterio del decepcionado Rigoberto, la barbarie "termina por arrasarlo todo". Luego, casi de inmediato, vuelve a las metáforas existenciales, aunque la idea del progreso sea su sustento central: "la idea de que la civilización no era, no había sido nunca un movimiento, un estado de cosas general, un ambiente que abrazara el conjunto de la sociedad, sino diminutas ciudadelas levantadas a lo largo del tiempo y el espacio que resistían el asalto permanente de una fuerza instintiva, violenta, obtusa, fea, destructora y bestial que dominaba el mundo [...]".
Casi como Felicito Yanaqué, que de manera conjunta con Rigoberto, constituiría su alter ego, manifestó Vargas Llosa, según señala La República, que en el Perú se vive un "genuino periodo de progreso", que ha permitido el crecimiento de empresarios de origen humilde, así como de la clase media, agregando que este crecimiento trae algunos precios que deben pagarse, como el aumento de mafias, la inseguridad y la delincuencia.
Casi como Felicito Yanaqué, que de manera conjunta con Rigoberto, constituiría su alter ego, manifestó Vargas Llosa, según señala La República, que en el Perú se vive un "genuino periodo de progreso", que ha permitido el crecimiento de empresarios de origen humilde, así como de la clase media, agregando que este crecimiento trae algunos precios que deben pagarse, como el aumento de mafias, la inseguridad y la delincuencia.
Para redondear el melodrama, está otro personaje inevitable: la bruja Adelaida: "En la vida siempre es así. Las cosas buenas tienen siempre su ladito malo y las malas su ladito bueno".
En síntesis, esta última y muy esperada novela de nuestro gran Mario Vargas Llosa —hoy un hombre sin lugar a dudas feliz— es una obra entretenida, de fácil lectura, una bonita historia (o conjunto de bonitas historias) y con un final feliz, pero bastante discreta.
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viernes, 3 de mayo de 2013
Breve reseña sobre el documental The corporation, de Marck Echbar
En
este documental se plantea, inicialmente, como objetivo, evaluar por qué una
institución que antes era insignificante y que, legalmente, tiene poco poder,
hoy tiene una presencia omnímoda en nuestra sociedad. Asimismo, de manera
colateral evaluar por qué se da una falta de control público sobre dicha
organización.
El asunto de los límites
¿Qué es una corporación?
Hay
diferentes miradas sobre la corporación, unas positivas y otras negativas. En
el documental se presentan varias de esas concepciones.
Así,
por ejemplo, se señala que una corporación es un grupo de individuos que
trabajan juntos por lograr una variedad de objetivos, de los que el más
importantes es generar utilidades para los dueños. Asimismo, se señala que la
corporación moderna nació en la era industrial y centra sus objetivos en
maximizar la productividad de la hora/hombre en todos los rubros.
Históricamente,
la corporación nació como una organización perfectamente auditable por el
Estado y para fines específicos, siempre en atención al interés público. Sin
embargo, durante la Guerra Civil y la revolución industrial, el poder de las
corporaciones empezó a crecer por la demanda explosiva de ferrocarriles. Desde
una perspectiva legal, las corporaciones entendieron que requerían de más poder
y aprovecharon en EEUU de la enmienda N° 14 de la Constitución (pensada para
lograr la equidad en el trato a las personas negras) para introducir la
concepción de las corporaciones como “personas”. Esto fue aceptado.
Desde
otra perspectiva, se ha planteado que las corporaciones son organizaciones
monstruosas que salieron del control de sus creadores y que los están
destruyendo.
La corporación como
persona jurídica
Se
asumió legalmente que la corporación ya no es un conjunto de personas con
responsabilidad, sino que es una persona en sí misma, con muchos deberes y
derechos de una persona. Pero se trata de personas inmortales, que no tienen
una conciencia moral, y que están diseñadas para generar ganancia en el corto
plazo y beneficiar solamente a sus accionistas y no a la comunidad ni a la
fuerza laboral. Es más, las corporaciones buscan externalizar los costos que el
“público incauto” le permita; es una “máquina de externalizar”.
Esto
se puede apreciar, por ejemplo, en las bajísimas remuneraciones que pagan en
países pobres; han generado la “ciencia” de la explotación, pues han logrado
maximizar la utilidad del tiempo de trabajo.
Uno
de los entrevistados señala que en nuestra búsqueda de riqueza y bienestar
hemos creado algo que nos va a destruir. Otro, agente de bolsa de valores,
menciona incluso al Perú como el país en el que se está contaminando un pueblo
por explotar el cobre que ellos venden.
Patología del comercio
El
diagnóstico de psicopatía calza en las corporaciones, en tanto personas
jurídicas: indiferencia a los sentimientos, no mantiene relaciones duraderas,
indiferencia por la seguridad de otros, mentir por lucro, incapacidad para
sentir culpa, falta de conformidad con las normas sociales en lo que respecta
al comportamiento legal. Por tanto, cabe planear la cuestión de si la
corporación fue creada a imagen y semejanza de un psicópata, ¿quién tiene la
responsabilidad moral de sus acciones? Una corporación es una estructura legal
artificial
Obligaciones monstruosas
Puede
asumirse que todo ser humano es una “persona moral”. Pero todas las personas en
determinadas circunstancias podrían operar una cámara de gas o ser un
santo. Hay que distinguir el rol de las
instituciones del de las personas. Es por ello que buenas personas (padres,
esposos, patrones) terminan siendo directivos monstruosos de una corporación.
Una
de las consecuencias más funestas de esta diferencia entre las personas y las
instituciones es que en la devastación hay una oportunidad para hacer buenos
negocios.
El asunto de los límites
Con la desregulación, la privatización y el
comercio libre estamos viendo otro cerco, otra apropiación privada de espacios
comunes. La apropiación de esos espacios comunes (tierra, agua, aire) no es
creación de riqueza, es la usurpación de la riqueza. ¿Quién crea la riqueza?,
¿esta se da solamente cuando es privada?, ¿cómo se llama el agua limpia, el
aire puro y un ambiente seguro?, ¿no son riquezas?, ¿por qué se llama riqueza
solo cuando una entidad lo cerca y lo convierte en propiedad privada? Durante
los últimos siglos se han pasado más cosas al dominio público.
Noam
Chomsky: la privatización es tomar una institución pública y dársela a una
tiranía irresponsable.
Un
ejecutivo de Nike manifiesta su punto de vista favorable a que la propiedad
privada se generalice en el mundo sobra cada porción de espacio. Esa sería una
solución a los problemas actuales.
Entrenamiento básico
Al
igual que otras instituciones (como las iglesias, la escuela, los partidos políticos,
etc.), la corporación nos da unas virtudes, un rol social, que es el del buen
consumidor. Se exalta el rol del consumidor, su poder. Noam Chomsky afirma que las
corporaciones deben lograr consumidores no pensantes que consumen lo que no
necesitan (“filosofía de la nimiedad”). Y debe a través del mercadeo captarse a
esos consumidores y qué mejor desde niños.
Las
corporaciones nos están enseñando a pensar de cierta forma desde hace mucho
tiempo. Y cuando se trata de la propia corporación, nos enseñan que esta es una
institución inevitable, eficiente, indispensable y responsable del progreso y
de la buena vida.
Gerencia perceptiva
“Es
una metodología que nos ayuda, cuando trabajamos con los clientes, a pasar por
un proceso sistemático y poderlos ayudar a identificar cuántos recursos tienen,
cuáles son las barreras para su éxito”.
Desde
la perspectiva de la “gerencia receptiva” se ha trabajado la idea de que las
corporaciones usan el dinero de los contribuyentes para hacer buenas obras; eso
mejora su imagen, desde luego, pero a la vez reduce sus impuestos.
Una celebración privada
Naomi
Klein señala que la apropiación del espacio público por publicidad es más que
publicidad, es producción. Las corporaciones del futuro, más que productos,
producen marcas. Y es un proyecto sumamente invasivo, se quieren construir
refugios privatizados marcados. Como si la civilización fuera una serie de
intercambios exclusivamente comerciales.
Hoy,
conforme a los criterios de la Corte Suprema de los EEUU se pueden patentar
todo tipo de seres vivos, excepto los humanos. Si la humanidad no reacciona, en
unos diez años unas pocas compañías serán dueñas de los genes de la evolución
de nuestra especie.
En
esa línea, se puede apreciar que las corporaciones tienen una larga historia de
justificar los gobiernos tiránicos. El fascismo llegó al poder en Europa con la
ayuda de las grandes corporaciones. Hubo un pacto entre las grandes
corporaciones de EEUU y la Alemania Nazi.
El
poder de las corporaciones, si se las compara con hace 50 o 60 años, ha
crecido, porque por al haberse convertido en entidades globales, los gobiernos
han perdido la posibilitad de controlarlas. “El gobierno y la industria se
consultan y trabajan juntos”.
¿Por
qué hoy en día las corporaciones hablan de responsabilidad social? Es mejor, en
todo caso, que el discurso sea en ese sentido y no en el contrario; ahora bien,
esto de la responsabilidad social es una propuesta propia de las corporaciones.
¿Por qué tiene que decidir que es “socialmente responsable” ellas? Ese no es su
campo. Eso le corresponde al gobierno.
Naomi
Klein señala que en las corporaciones hay grietas y fisuras. De esa manera, se
afirma que lo que se necesita es estudiar las raíces de la forma legal que creó
esta bestia y tenemos que pensar quién puede hacerlos responsables.
Como
individuos debemos aceptar la responsabilidad de nuestras acciones colectivas.
Los
pueblos de Licking y Order hicieron historia al aprobar Ordenanzas que eliminan
los derechos de las corporaciones como “personas”.
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