No recuerdo proceso electoral más reñido que el de este domingo 5 de
junio de 2016. Pensé escribir este artículo el día Lunes inmediato siguiente.
No he podido, pues aun siendo jueves, los resultados no se conocían de manera
certera. Situación curiosa, pues las dos opciones en pugna son políticamente de
derecha y comparten una concepción (neo)liberal; es más, el candidato de Peruanos
por el Kambio (PPK), el año 2011, dio su apoyo a la candidata de Fuerza Popular
(FP) que ahora le tocó confrontar.
Lo que da un cierto matiz a esas dos ramas de la derecha es que, hasta
donde puede apreciarse, el apoyo democrático de la candidata de la izquierda,
Verónika Mendoza, fue fundamental para la victoria de PPK. Tan así que Mario
Vargas Llosa (http://goo.gl/jWjWLm) se ha visto en la obligación de reconocer
esto: “el hecho decisivo, para rectificar la tendencia y asegurarle a Kuczynski
la victoria, fue la decisión de Verónika Mendoza, la líder de la coalición de
izquierda del Frente Amplio, de anunciar que votaría por aquél y de pedir a sus
partidarios que la imitaran. Hay que decirlo de manera inequívoca: la izquierda, actuando de esta
manera responsable –algo con escasos precedentes en la historia reciente del
Perú– salvó la democracia y
ha asegurado la continuación de una política que, desde la caída de la
dictadura en el año 2000, ha traído al país un notable progreso económico y el
fortalecimiento gradual de las instituciones y costumbres democráticas”.
Hay que decir, además, que la movilización liderada por el colectivo No a Keiko, organización juvenil con una
férrea posición contraria al fujimorismo, enseñó, con dos marchas
multitudinarias a nivel nacional, que a veces la construcción del futuro se
sostiene en una negación principista, en un odio sanador; el no
puede ser, paradójicamente, positivo cuando de la defensa de valores de una
sociedad y la resistencia al olvido se hacen indispensables.
Sin embargo, siendo ya el(los) día(s) siguiente(s), creo que se
requiere empezar a trabajar en la agenda del futuro de estos cinco años
difíciles que nos tocan como país con rumbo al bicentenario de la independencia.
En buena cuenta, en una democracia representativa —sistema que hemos elegido
para el Perú—, los votos de la mayoría o de las mayorías son los que cuentan de
manera fundamental; eso, aunque esa decisión no nos guste tiene que respetarse,
con la condición de que los gobernantes también respeten la voluntad popular y
las reglas de juego democráticas.
La derecha política va a gobernar, pues ha merecido el voto mayoritario
de la población. Esto significa que estos cinco próximos años esa derecha
contará con mayoría parlamentaria y será, además, la encargada de la administración
gubernamental. Más allá de sus diferencias, conforme a la lectura que esos
sectores políticos hacen de estos resultados, la mayor parte de nuestra
población habría votado por mantener el modelo económico. Ya lo ha planteado
con claridad brutal Carlos Bruce (http://goo.gl/1MXA18), quien dijo que “Con el
fujimorismo va a ser más fácil [ponerse de acuerdo], y esperamos que sea más
fácil, porque compartimos el mismo punto de vista en ese sentido”. Claro está
que el fujimorismo muestra una posición recalcitrante y que indica que los
acuerdos a los que lleguen con el gobierno no serán resultado de negociaciones
muy sencillas; el panorama político muestra cierto nivel de conflictividad. Sin
embargo, se puede ver que todos los recursos y voceros del modelo económico lo
defiendes, a pesar de sus contradicciones internas; estos cinco años, la
derecha política tendrá la oportunidad de mostrar, más allá del discurso
gerencial y tecnocrático que maneja, si es una mejor y eficiente administradora
del gobierno y del Estado en general.
Por su parte, la izquierda tiene la posibilidad de constituirse en una
verdadera alternativa de gobierno, no de simple oposición permanente, con miras
al 2021; por ello, en estos cinco años, como señala Marisa Glave (http://goo.gl/Zz7BhZ),
toca al Frente Amplio “mantener un trabajo sólido en la bancada
[parlamentaria], para que esta sea capaz de colocar temas en la agenda, generar
consensos y que sea, al mismo tiempo, una oposición vigilante y fiscalizadora.
Vigilaremos el uso de los recursos del Estado”.
El modelo económico: ¿la paz
de los muertos?
Al mismo tiempo, desde otra perspectiva, los resultados electorales
muestran que el modelo económico y político está cuestionado y, por lo menos,
una cuarta parte del electorado nacional, con especial énfasis en el sur
andino, además de Cajamarca, viene votando en los últimos procesos electorales
de manera consecutiva —y congruente— demandando cambios profundos en la
orientación económica, social y política del país, requiriendo una
diversificación productiva, que quiebre el centralismo económico de las
actividades extractivas, que ahoga a las regiones, especialmente las del sur y
las del oriente. Es más, incluso en el caso de las regiones donde el voto
mayoritario fue por el fujimorismo, el mensaje que se recogería de este (en
palabras de Pablo Quintanilla) es una demanda de mayor presencia del Estado
(según dicho filósofo, el fujimorismo llegó a todo el país, especialmente lugares
muy alejados, con dádivas que le dieron un contenido real a la presencia del
Estado).
Ahora bien, la polarización de estas elecciones ha sido mayor incluso a
las del 2011 y 2006 y se han dado explicaciones simplistas —y muy agresivas—
desde ambos lados del espectro político. Así, por ejemplo, la subida meteórica
de la izquierda liderada por Verónika Mendoza fue explicada como producto del
“resentimiento” o del voto irracional del “electarado”, especialmente del sur
del país. Por su parte, el sólido apoyo al fujimorismo fue explicado desde la
vertiente más de izquierda como producto de la “permisividad” con la corrupción
o la “falta de educación” del electorado de esas regiones o estratos sociales.
Como puede apreciarse, desde ambas posiciones se ataca el punto de
vista de esas “mayorías” del electorado, cuestionándolas por su “incapacidad” o
su “falta de educación”. ¿Somos así una democracia?, ¿goza de legitimidad entre
nosotros este sistema?, ¿respetamos la democracia?
Como decía en su momento Karl Popper (http://goo.gl/Ut9DzV), “Desde
Platón hasta Karl Marx, y aún después, el problema fundamental ha sido siempre
el siguiente: ¿quién debe gobernar un Estado?”. En la democracia, la respuesta
general —y falaz, según él mismo— es “el pueblo”. Ahora bien, el mismo Popper señala
que la pregunta fundamental a plantearse es ahora “¿cómo tiene que estar
constituido el Estado para que los malos gobernantes puedan ser derrocados sin
violencia y sin derramamiento de sangre?”. De acuerdo a este pensador liberal, la
democracia es lo mejor que se tiene para lograr este último fin. Es decir,
lograr que los ciudadanos podamos generar cambios pacíficos y profundos, algo
diametralmente opuesto a la paz de los cementerios.
Si bien lo planteado por Popper está pensado más para las democracias
bipardistas típicas de los países anglosajones, resulta interesante este
concepto que nos permite pensar nuestro país y su democracia desde una
perspectiva distinta, toda vez que el “pueblo” castigaría a sus malos
gobernantes, más que derrocándolos pacíficamente, impidiendo su retorno al
gobierno. Tal es el caso de Alejandro Toledo, de Alan García (en su búsqueda de
un tercer mandato) y, recientemente, del fujimorismo, al que el electorado ha
impedido volver al gobierno, a pesar de que lo “premió” con una arrolladora
mayoría parlamentaria.
Estos resultados son interesantes y deben ser analizados e intentar así
comprender un fenómeno electoral tan complejo e imprevisible como el peruano.
Las elecciones peruanas en
cifras
Respecto a la primera vuelta de las elecciones generales del 2016
podemos señalar las siguientes cifras. Solamente el 81,80% de electores hábiles
participaron en las elecciones, con lo que hubo un ausentismo del 18,20%, casi
una quinta parte de los ciudadanos con derecho a voto en el Perú, debiendo
considerar, además, que el voto es un derecho que debe ejercerse de manera
obligatoria. De los electores que participaron en las elecciones, votaron en
blanco o viciaron su voto un total de 18,12% de los electores. Por tanto, el 36,32%
de electores en el Perú decidieron, de una forma u otra, no apoyar ninguna de
las opciones que participaron del proceso electoral. Cabe preguntarse aquí si
esta actitud puede interpretarse como un descontento con la democracia o,
incluso, una abierta contrariedad con ella. La crisis de las democracias es un
fenómeno global y ya Noam Chomsky (http://goo.gl/MJ73lK), lo ha explicado
afirmando que está cayendo “el apoyo a las democracias formales porque no son
verdaderas democracias. En Europa, las decisiones se toman en Bruselas. En
EEUU, alrededor del 70% de la población —el 70% con ingresos más bajos—- está
totalmente desvinculado del proceso político. Eso demuestra que hay una
correlación enorme entre nivel económico y educativo y movilización política.
No es de extrañar que a la gente no le entusiasme la democracia”. Sin embargo,
lo peculiar en nuestro caso, es que esas mayorías (sectores sociales excluidos en
el Perú y calificadas despectivamente como “ignorantes”) son justamente las que
han generado, con su dinamismo, estos resultados abiertamente contrapuestos,
mientras las élites políticas, económicas y sociales, apuestan por el
inmovilismo en defensa exclusivamente de sus intereses.
Lo cierto es que los resultados electorales obedecen a la voluntad de
solamente el 63,68% de los electores. Cómo piensan los no representados aquí es
una interrogante que no pretendo responder, pero que resulta fundamental explorar.
Dicho en términos más numéricos, del total de electores peruanos (22 901 954),
los votos que se consideraron para la primera vuelta fueron de solamente 15 340
143 electores. De ellos, 6 115 073 ciudadanos (39,86%) dieron su voto a favor
de Fuerza Popular; 3 228 661 (21,05%), a favor de Peruanos por el Kambio; y, 2
874 940 (18,74%), a favor del Frente Amplio. Destaco aquí el concepto de
ciudadanos y las facultades implícitas a estos de elegir a sus representantes.
Un cuestionamiento para con los votantes de Fuerza Popular es que eran,
estadísticamente, los que menor nivel educativo tenían. Y a este
cuestionamiento se le dio cabida incluso en sectores de izquierda, lo que
resulta como un boomerang, toda vez que seguramente si se analiza ese mismo
aspecto respecto a los votantes del sur del país que le dieron tan importante
representación al Frente Amplio con miras al parlamento 2016-2021, serían
también personas con niveles educativos formales menores a los que apoyaron
otras opciones. Ahora bien, los electores que apoyaron a PPK serían los de
mayor nivel educativo, aunque, en el caso de que se hubiera dado una segunda
vuelta entre Fuerza Popular y el Frente Amplio, habrían votado indudable y mayoritariamente,
por la primera, bajo el argumento de que tenía que resguardarse el sistema de
modelos intervencionistas o de izquierda estatista. ¿Marca el nivel educativo,
entonces, una conducta progresista o democrática?
Estos resultados son consecuencia directa del sistema democrático que
tenemos y, por tanto, merecen una mirada respetuosa hacia los electores. Es
decir, no podemos atribuir a los electores, automáticamente, los defectos o
virtudes de los líderes y cúpulas de las organizaciones políticas en pugna;
quizá se trata, en efecto, de nuestra propia psicología social. Como dice
Francisco Miró Quesada Rada (http://goo.gl/eSqJtB), “El cerebro político de los
peruanos está partido en dos. Un lado es autoritario, el otro es democrático.
Seamos de izquierda o de derecha, tenemos una pugna entre los dos lados y espero
que a las finales gane el cerebro democrático”.
Ahora bien, en la segunda vuelta recientemente celebrada, participaron
18 276 818 electores, con lo que hubo un ausentismo de 19,848% (algo de un
punto más que en la primera vuelta). En este caso, al 99,561% de actas
contabilizadas, la ONPE informa que PPK obtuvo 8 564 472 (50,115%) votos
válidos y Fuerza Popular, 8 530 271 (49,885%). Una diferencia de solo 34 201
votos.
La estrechez de la diferencia de los votos de apoyo a cada una de las
candidaturas, más allá del apasionamiento propio del proceso electoral, debe
leerse con mucha atención.
¿Uno, dos, muchos Perú?
Los resultados electorales pueden apreciarse desde la vertiente
antifujimorista, por lo que las preguntas que podrían formularse serían: ¿la
mitad del Perú apoya la política del “roba pero hace obra” o, peor aun, “mata
pero hace obra”?, ¿la mitad de nuestros compatriotas apoyan la corrupción y el
saqueo de los recursos públicos a cambio de una cierta estabilidad económica?
Si apreciamos los resultados desde la perspectiva de la derecha y nos
centramos en el voto del sur andino del Perú, podrían formularse las siguientes
preguntas: ¿la mitad del Perú quiere generar una implosión del sistema
económico, afectando la estabilidad que se ha logrado?, ¿son los electores verdaderos
suicidas que buscan opciones estatistas fracasadas y reniegan de un sistema
económico eficiente?, ¿muestran el resentimiento social y racial de esos
sectores?
Creo que estas elecciones nos dejan como mensaje central el hastío de
la gente con la política y la falta de soluciones a los problemas cotidianos de
la gente. Es decir, la gente reniega de la verborrea política, aquella que no
plantea y menos desarrolla propuestas de solución eficaces a los problemas del
país. Las veces que he podido pernoctar en la isla de Amantani, en el Lago
Titicaca, me quedé sorprendido de que son verdaderas islas naturales y
habitadas. Y me sorprendió mucho, la primera vez que estuve allá, que sus
habitantes contaran en sus domicilios con energía solar. La respuesta que
obtuve cuando pregunté cómo así era posible, fue unánime: el ingeniero
Fujimori. Vuelvo a Pablo Quintanilla: el ex presidente es percibido en muchos
casos como una suerte de Robin Hood, toda vez que llegaba a lugares inhóspitos
y dejaba una señal de esa presencia; no importa, en el imaginario social, si
esas “obras” son solamente dádivas en comparación de los 6 mil millones de
dólares que desaparecieron por la corrupción de su gobierno. Y es que el Estado
es percibido no solo como ausente, sino como un ente opresor que restringe la
libertad de la gente, con un aparato represivo, o que la exprime
económicamente. Por tanto, si el Estado llega y no con las manos vacías, ese es
un quiebre en lo que normalmente espera la gente. Es decir, si el Estado llega
normalmente personificado en la policía, en un juez, en la SUNAT, pero nunca
para defender a las personas, entonces basta que esta regla se quiebre una vez
para que esto perdure en el recuerdo de la población. Como escribe Santiago
Pedraglio (http://goo.gl/OdXozm), “’¿Por qué votaste por Keiko Fujimori?, le
pregunté a un amigo al que no veía en cierto tiempo. ‘Porque estoy agradecido
por la luz y el agua que puso en mi pueblo. Además, nos ayudó con tractores y maquinaria’,
me respondió”. Comprender esa lógica realista permitirá “entender y no
satanizar a quienes votaron por [Keiko Fujimori]". Desde otra perspectiva,
Paulo Drinot (http://goo.gl/L58kBK) dice que el gran reto para las ciencias
sociales “es entender el fujimorismo. No hemos hecho el esfuerzo de estudiarlo
y es un gran error porque no hemos podido explicar el fenómeno en estas
elecciones y en el transcurso de los últimos 20 años. Está claro que el modelo
del clientelismo tradicional no es suficiente para generar ese voto”.
Por tanto, las consideraciones de la gente al ejercer su derecho al
voto no pueden calificarse de manera simplista, más aun en un contexto en el
que la democracia es cuestionada por su ineficacia para lograr soluciones
efectivas para los problemas de la gente. De ahí que resulte esencial que la
izquierda, más allá de ejercer un rol de oposición, replantee su postura para
hacerse el vigía, el centinela que exija al gobierno de PPK el cumplimiento de
los acuerdos que celebró para lograr el apoyo de organizaciones y movimientos
sociales. Esto sin perder de vista la necesidad de consolidarse como
organización política moderna para lograr ser una alternativa de gobierno real,
máxime cuando, siguiendo a Gramsci, debería entender que democracia implica
también la necesidad de reflexionar a partir de la realidad social concreta (la
nuestra), de las propias conductas de nuestra sociedad y los diversos grupos
que la conforman, para construir —desde esa realidad— nuevas posibilidades para
el ser humano.
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