jueves, 24 de octubre de 2019

La reforma agraria humanizada



Rara avis, en el Perú, la exhibición, en tan corto tiempo y en varias salas, de películas con un mensaje contrario alestablecimientoy al pensamiento único que nos imponen, machaconamente, los medios de comunicación y el discurso político y social neoliberal. Y asombrosa la acogida que han tenido en el público, al menos en Lima. Se trata de El viaje de Javier Heraud, documental de Javier Corcuera, La pasión de Javier, película de Eduardo Guillot, y La revolución y la tierra, documental de Gonzalo Benavente.


Las secuelas de la guerra vivida entre 1980 y el año 2000, además de la profunda crisis económica que vivimos en esos tiempos, han marcado a la sociedad peruana a tal nivel que se ha instalado en el imaginario social una aversión casi absoluta a todo aquello que esté relacionado con “socialismo” y, peor aún, con “comunismo”. Por tanto, el desarrollo de una línea de pensamiento o de una estética a ese lado del espectro político implica un camino, si no imposible, cuesta arriba, sumamente pronunciado.

Llama la atención, por tanto, la acogida que han tenido estos filmes. Escribiré, más adelante, en relación con las dos películas sobre la vida de Javier Heraud. Hoy me dedico a trazar algunas ideas, compartir algunas emociones que me suscitó La revolución y la tierra.

La película la vi en una sala en el centro comercial San Miguel. Día miércoles, sala llena. Y leo que ha sido así en otras salas también, incluso el día en que jugó la selección peruana. Tatiana me sugiere que quizá ese hecho traumático de nuestra historia suscita una curiosidad mayúscula en todos los sectores de nuestra sociedad; sea los que se beneficiaron de ella, sea los que resultaron perjudicados o incluso aquellos sectores en los que no tuvo mayor incidencia. ¿La atracción de lo prohibido, de lo que por décadas permaneció oculto?, ¿la saturación con un discurso monocorde e imperante?

El filme tiene gran calidad fotográfica. Se mezclan imágenes antiguas con otras modernas y actuales; esas imágenes son un viaje en el tiempo y calan vívidas los recuerdos, lo que nos contaron, lo que ignoramos. El hilo conductor de la historia que pretende contarnos Benavente resulta bastante persuasivo, coherente y estructurado; aunque se trata de contar una historia vasta y compleja, el resultado final es esclarecedor frente al tabú —cargado de diatribas— que se tejió en torno a Velasco; se nos permite un acercamiento al ser humano, más allá del personaje idílico o demoníaco. Además, el manejo del sonido es destacable, especialmente las piezas musicales elegidas, varias de ellas de un rock fuerte y explosivo, compuesto por jóvenes de esa época.

Con adecuado criterio, la investigación nos presenta, en primer lugar, el contexto político, económico y social en el que se vivía en el Perú (y en América Latina) desde, por lo menos, mediados del siglo XX; la paradoja, en el caso del Perú, de una sociedad nacida de la independencia, pero en la que la mayoría de los habitantes del Perú —andinos o de ascendencia andina— vivían en una situación de miseria y de servidumbre (una esclavitud a penas disimulada), quizá incluso peor a la que se vivió en la época colonial. Habría sido durante la república que muchos latifundistas se apropiaron de tierras extensas y a costa del campesino al que le fueron arrebatadas. ¿Apropiación original?

El latifundista y/o gamonal pasó a ser propietario de esas tierras y, por tanto, quienes las habitaban eran simplemente posesionarios, que tenían que trabajar las tierras del “dueño” y este, magnánimo, les otorgaba, en compensación, una pequeña extensión de tierras para su subsistencia. La evidente injusticia de este sistema casi feudal entró en crisis y los campesinos empezaron a organizarse para exigir la devolución de sus tierras ancestrales (proceso de “recuperación”) e, incluso, en algunos casos, procedieron a ocuparlas, parcialmente al menos, de manera directa.

En segundo lugar, se nos presenta un esbozo del contexto internacional, que resulta también importante. El comunismo como sistema antagonista del capitalismo había avanzado. Muy cerca, en Cuba, en enero de 1959, había triunfado la revolución cubana y se procedió a implementar la reforma agraria, aun a costa de propietarios estadounidenses. La experiencia exitosa del Movimiento guerrillero 26 de julioprendió rápidamente y amenazó al establecimiento regional; esto dio lugar a que las élites políticas y económicas temieran que el riesgo de que movimientos similares al cubano triunfaran en otros países era inminente si se mantenían las inequidades y desigualdades que se vivían en ese momento; por tanto, existía un consenso en la necesidad de sacrificar algunos privilegios para una mejor redistribución de la riqueza. Por tanto, con JF Kennedy se buscó promover algunas medidas que redujeran las brechas de desigualdad y aminorando el riesgo de estallidos sociales; es locuaz la escena en la que su mujer, Jacqueline Kennedy, en un español masticado, pronuncia un discurso con un tono evidentemente “socializante”. 

En esa línea está Fernando Graña, dueño de la Hacienda Huando, quien manifiesta que la élite, la clase alta peruana, debe implementar de manera ordenada una reforma agraria, para evitar sobresaltos mayores y, por tanto, para mantener el statu quo. Una breve digresión, Vargas Llosa en una entrevista reciente afirma que “La reforma agraria era una necesidad en el Perú sin ninguna duda, había que acabar con el latifundio”, aunque tilda la reforma implementada por Velasco como desastrosa.

Estamos en 1963 y gana las elecciones Belaúnde Terry, quien —acorralado por la oposición destructiva de la alianza entre la Unión Nacional Odriísta y el Apra— aunque convencido de la necesidad de implementar la reforma agraria, lo hace, pero de manera tan tímida que la olla de presión termina estallando, concluyendo con el golpe militar a cargo del protagonista del documental, el general Juan Velasco Alvarado, piurano y criollo él, de origen popular pero ajeno a lo andino.

Las voces que nos narran la historia son múltiples y diversas y, justo por ello, el mosaico final es complejo e incierto. Nelson Manrique nos plantea que la reforma agraria significó arrebatarle a Sendero Luminoso el terreno fértil en que podría haberse desarrollado; Hugo Neyra, enfático, concluye que, si no se hubiera dado esta, la guerra la habría ganado Sendero Luminoso, pues habrían podido legitimar su discurso frente a millones de campesinos. Sin embargo, hay una señora de familia terrateniente que manifiesta que el Perú retrocedió mucho con la reforma; a propósito, un dato que me llamó poderosamente la atención es que de los bonos de la reforma agraria se cumplió con el pago de la mayor parte (más del 80%), aunque, claro está, en esto también se privilegió el pago a favor de ciertos grupos de poder. ¿Quiénes han quedado en la condición de impagos? Esto merecería estudiarse a fin de que no se dilapiden los escasos recursos públicos.

Desde una orilla distinta y actual, una joven politóloga nos dice que ella pudo estudiar en la Universidad gracias a la reforma agraria, pues sino habría seguido la historia servil de sus antepasados. Un joven sociólogo manifiesta que es justo que los hijos de los que fueron los “pongos” se sientan orgullosos de lo que han logrado hoy, gracias a que son independientes y ya no siervos. Un viejo campesino, con orgullo, manifiesta que ya no hay hacendados y que hoy ellos son independientes. Pero también está el señor que trabajó en Huando, con los Graña, y habla con profunda nostalgia de esas épocas, de las que narra los lujos en que vivían, pero también las condiciones de vida favorables que permitían a sus trabajadores; un mayordomo nostálgico de las épocas de bonanza de los patrones. ¿Qué posición es la que hoy predomina a nivel social?, ¿el punto de vista del hombre independiente o la del nostálgico mayordomo?

Carlos León cuenta que entrevistó al hijo de Velasco y este le dijo que el general lloró frente a él, pues podía entender que gente a la que había perjudicado con sus reformas lo odiara, lo que no entendía es que la gente que había beneficiado no lo hubiera defendido. Y a pesar de ello, el funeral de Velasco tuvo una asistencia multitudinaria.

La mayor virtud del documental es que coloca en el escenario del debate público el impacto de las medidas de Velasco en el Perú para un balance, ya no del pasado sino de las perspectivas hacia el futuro. ¿Seremos capaces como sociedad de hacer una evaluación de ese hito histórico?, ¿será posible restañar las heridas que aún subsisten?

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