Un crítico y muy bien sustentado artículo sobre la realidad de Cuba, con el que, sin embargo, no comparto varios puntos de vista. Le pertenece a Fernando Berckemeyer y ha sido publicado en Perú 21 hoy.
Turista en Cuba
Fernando Berckemeyer
Venir a Cuba es inocularse el virus del cinismo. A la vena. Desde el aeropuerto te reciben, omnipresentes, los letreros, libros, canciones, fotos y uniformes que recuerdan la romántica leyenda del comienzo del mundo en el que estás entrando (porque la Cuba castrista es, como las civilizaciones antiguas, una sociedad creada sobre un mito original): el de los jóvenes guerrilleros desembarcados del corajudo barquito en el que casi no llegaron, a iniciar su revolución contra una dictadura corrupta para instaurar en Cuba una sociedad igualitaria, solidaria y humana. “…con tu querida presencia, comandante, 'Che’ Guevara…”.
Hasta que llegas al hotel y empieza a hacerse patente, hasta volverse grotesco, lo que venías sospechando en el camino por el estado de las construcciones debajo de los letreros. Porque acá adentro no se hospeda jamás un cubano, que el sueldo promedio equivale a 25 dólares mensuales y eso no alcanza en ninguno de los hoteles de la isla más que para algo más que dos almuerzos. Dos almuerzos que, por otro lado, estarán llenos de ingredientes que, como la Internet, los carros posteriores a los 50s, o las aspirinas, solo puede conseguirse acá, o en las tiendas donde compran los altos mandos y los diplomáticos, en “cucs”, la moneda inventada para los turistas y privilegiados de Cuba por el último régimen con apartheid del mundo.
Sales a caminar por la ciudad y descubres el capitalismo más salvaje del planeta. No hay nada que, en voz baja, no esté en venta para quien tenga cucs: incluyendo los cuerpos de todos las/los cubanas/os que se te acercan en la calle a ofrecerte, también, puros, cuartos, sombreros, ron, y a sus hermanos y hermanas mayores y menores, y hasta a la abuela, si es necesario.
Todos te piden algo: te sientes como un recién desembarcado en una isla donde todos son náufragos. Y claro, si la “tarjeta de racionamiento” mensual alcanza solo para 10 días y el sueldo promedio es lo que es, hay que ver quién les tira la primera piedra. La cosa es que resulta siendo La Habana, y no Nueva York, donde no puedes caminar tranquilo por culpa del comercio. Acá nadie, absolutamente nadie –y hemos recorrido 600 km de la isla– no tiene su negocio paralelo para llegar al fin de mes. Con lo que el fracaso del sistema que prohíbe el negocio propio te salta a la cara en cada cubano que encuentras. Y tú no entiendes cómo sigue la familia real reinando, aunque se te hace más fácil cuando ves las casas donde viven en Miramar los del partido y todos los silvios y los pablos de la isla, y cuando te encuentras por doquier a un pueblo amodorrado que hace 50 años no tiene incentivo alguno para esforzarse en producir ni crear nada. Y al final lo único honesto en toda la isla parece ser la respuesta que, dice la chispa cubana, dan los niños habaneros cuando se les pregunta qué quieren ser de grandes: “turista”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario