jueves, 20 de junio de 2024

De dónde venimos los cholos y el sueño del pongo

El libro de Marco Avilés, titulado De dónde venimos los cholos, es un interesante testimonio de un Perú "provinciano", que por azares de nuestra historia, ahora está radicado en Lima y disfruta hoy de un profundo optimismo.


El libro está estructurado como un viaje a través de nuestro país. Dicho viaje empieza en Abancay, ciudad en la que nació el autor y de la que se mudaron a Lima, después del accidente automovilístico en el que falleció su madre, dejando sepultada en ella "nuestra historia anterior". Un hecho trágico que expulsa a la gente de su lugar. Y, luego, ya en Lima, ser forasteros en plenitud: "Los cholos blanquiñosos nos camuflábamos. Los cholos oscuros sufrían". Una categoría que se va dividiendo en subcategorías. Los "blanquiñosos" aparentemente eran personas en mejor situación también en los Andes, pues eran los terratenientes. Es más, Avilés nos relata que su abuela "era una viuda de carácter fuerte que recorría sus propiedades resguardada por un séquito de indios desnudos. La cargaban en andas como a una reina medieval"; esto, más que un testimonio fiel parece una hipérbole para presentarnos más dramáticamente la situación de los "cholos oscuros" o "indios".

De los parajes cálidos de Abancay, Avilés nos lleva hasta Chumbivilcas, para apreciar en esa región lejana del Cusco, una costumbre violenta como es el Takanakuy. Esta costumbre que es definida por uno de los protagonistas de esta historia como "catarsis popular", pero que en concepto del propio Avilés parece no ser suficiente, "que acaso es demasiado civilizado para apaciguar odios más profundos", nos presenta además un escenario social en que la pobreza, la violencia, el alcoholismo, afectan a una población de manera general. Pensemos que ahora Chumbivilcas tiene importantes proyectos mineros en desarrollo, los que, con su dinámica, han cambiado el rostro de ese espacio geográfico y cultural.

Siguiente parada: Churubamba. También en el Cusco, aunque más cerca de la ciudad milenaria. Otra vez el alcoholismo como el vicio que afecta a comunidades indígenas desde épocas antiguas. La reforma Agraria como un proceso que buscó devolver la propiedad de la tierra a los indios y que precedió a la llegada del capitalismo. Y este, a su vez, al fútbol. En este relato se tiene palabras de elogio para el trabajo cooperativo de los comuneros, que en competencia buscaban desarrollar más labores los de los otros equipos.

La Plaza Roja desde el Ausangate

 

El escritor cusqueño Luis Nieto Degregori lanzó el 2023 una obra teatral en la que nos presenta un mundo desconocido —casi de manera absoluta— en el Perú y, lo más audaz, desde una perspectiva ajena a la metrópoli capitalina. Se trata de La Plaza Roja desierta… Obra de teatro en once sueños, publicada en versión digital bajo el sello de El Zorro de Abajo ediciones.





¿Algún dramaturgo o alguna compañía tendrá la osadía de llevarla a los escenarios? No solo valdría la pena, sino que nos permitiría mirar a partir de esas historias subjetivas, la historia del mundo y dentro de ella, la del Perú y a del Cusco, como oteando el horizonte desde la cima del majestuoso Ausangate, ora límpido, ora cargado de nubes oscuras.

Es una historia cargada de claroscuros, verdades que se insinúan o a veces se gritan, subterfugios que esconden o a penas disimulan situaciones que los personajes no terminan de aceptar o entender. Esta obra está ambientada en diversos escenarios de la ciudad de Moscú, en dos hilos temporales paralelos; uno, en los años setenta del siglo XX, con Gabriel y sus amigos como estudiantes universitarios en la todavía poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y, el otro, en el año 2005, con el retorno de Gabriel a esa ciudad, con cincuenta años, y el reencuentro con sus amigos, en la Rusia renaciente de este milenio. No obstante, la sensación de estar al borde del abismo es permanente.

Nieto nos presenta la historia de Gabriel, un joven cusqueño que, al terminar colegio, se fue becado a estudiar ingeniería en la Universidad de Moscú. Sin embargo, luego decide su cambio a la facultad de Filología, lo que le permitiría hacer algo más cercano a su sueño de ser escritor. Es un muy buen estudiante, casi brillante, tan es así que al graduarse fue quien hizo el discurso en representación de los estudiantes extranjeros. Se licenció con una tesis en ruso sobre Mario Vargas Llosa que quedó en algún estante, empolvándose, y sin traducción. Además, las autoridades universitarias le otorgaron el permiso para que pudiera, con la beca correspondiente, realizar sus estudios de Maestría sin interrupción, aunque él decide regresar por un año al Cusco, para ver a su familia. Después, no pudo —o no quiso— regresar a la URSS. Desde entonces, Moscú lo persigue en sus sueños o pesadillas y resume esa sensación afirmando que “Aquí, en los años de universidad, me sentía un cisne. En Perú, con el tiempo, ese cisne se convirtió de nuevo en un pato feo del montón…”; en otro momento, exclama que “¡Necesitaba volver a Moscú! Creo que la época más feliz de mi vida fueron nuestros años de universidad. ¡Nunca he vuelto a conocer tal sensación de plenitud!”. ¿Ese cúmulo de emociones contradictorias del estudiante migrante, entre la morriña lacerante y el no encajar en ningún lugar?, ¿la imposibilidad de vivir un nosotros a plenitud?

La obra muestra el desencanto de Gabriel y los otros personajes con la realidad de la sociedad soviética, caracterizada por una serie de carencias materiales y un omnipresente aparato estatal y represivo, como cara real de la utopía socialista, aunque gracias a Gabriel puede contrastarse con la realidad del Perú y del Cusco, donde no solo hay carencias económicas para gruesos sectores sociales pobres, sino que de manera general la educación y la cultura no reciben mínima atención, lo que no permite ni por asomo compararlas con la educación y la cultura en Rusia. Y también muestra a los moscovitas en 2005, orgullosos de una ciudad que ya no es más la antigua ciudad provinciana, aunque conscientes de los grandes cambios, la aparición de los nuevos ricos —rusos poco formados e incultos—, y también los oligarcas, que se enriquecieron gracias al impensable desplome soviético. ¿Esa situación no tiene semejanzas con la del Perú?, ¿no vivimos acosados por oligarquías antiguas y nuevas que, en su apropiación incesante, van reduciendo lo público al desmadre auto regulatorio de hoy?

Durante sus años estudiantiles, Gabriel conoce a una serie de jóvenes rusos, entre ellos Nikita, con quien entabla una amistad profunda. Están también Ania, Valentina y Vera.

Gabriel y Ania tienen una relación e incluso viven juntos, pero ella prefiere mantener esto en secreto, pues el resquemor hacia los extranjeros en esa sociedad hace que las rusas puedan ver afectadas sus expectativas personales, económicas, profesionales y políticas, si se involucran sentimentalmente con algún extranjero. Gabriel sufre por ello, encerrado en la paradoja de rebelarse contra la propia realidad del machismo en su familia y en su ciudad, el Cusco.

A su regreso, unos veinticinco años después, Gabriel busca primero a Valentina, para ir explorando las posibilidades de verse con Ania y con Vera. Y por supuesto, con Nikita.

Ania lo visita en su hotel y cada uno cuenta algunos pasajes de su historia personal, comparten algunos recuerdos, se formulan reclamos. Ella es una satisfecha profesora principal en la universidad, casada y con dos hijos. Gabriel confiesa que se casó dos veces, que no tiene hijos, que es un escritor poco conocido en el Perú, pues para ser famoso “tienes que vivir en Lima y yo no vivo en Lima. Después de trabajar unos años en una universidad de Ayacucho, regresé a vivir en Cuzco…”. El peso del centralismo limeño es agobiante y hoy pesa incluso más que antes.

Ania le increpa a Gabriel no haber tenido el valor de decidir entre ella o Vera. Gabriel le recuerda que no fue ese su dilema, sino que “tenía que decidir entre volver a la maestría y olvidarme de mis sueños de ser escritor o renunciar a la maestría y probar suerte en la literatura”. Y dice, más adelante, que “No me fue bien como escritor y con el tiempo empecé a arrepentirme de no haber vuelto a Moscú”. Como para cerrar su historia, se besan y hacen el amor. Gabriel sigue atrapado por las nostalgias cruzadas y experimenta una frustración lacerante.

El reencuentro en una cena con todos sus amigos los muestra como las personas ya iniciando el tránsito a la vejez, compartiendo sus recuerdos, sus logros, sus satisfacciones. Gabriel les cuenta que está escribiendo una obra de teatro sobre jóvenes universitarios como ellos, aunque aclara que no es sobre ellos. Valentina le dice, cuando Gabriel comenta sus bloqueos para escribirla, que “¡Buena señal si te cuesta sufrimiento! Ya se sabe, tienes que escribir con tu propia sangre si quieres expresar los verdaderos dramas de tu tiempo…”.

En el Acto Final, Gabriel desvela la realidad de la historia. Los diez sueños anteriores, son solo eso, sueños, producto de la imaginación y el deseo de Gabriel de retornar a Moscú y de no haberse atrevido a ello, pues para sus cincuenta años planificó un viaje a París y luego a Moscú, pensando que eso lo ayudaría a recuperar las ganas de escribir. Sin embargo, extendió su estadía en París, desistiendo de ir a Moscú. Concluye al fin que el viaje “no arregló nada en mi vida”.