miércoles, 28 de agosto de 2024

Una distopía pretérita y recurrente

Un golpe seco y contundente en nuestra mayor vulnerabilidad. Golpes que nos ahogan. Nos provocan náuseas y, además, generan un rechazo visceral hacia lo que de rutinario tiene nuestro mundo: el canibalismo. Eso es Cadáver exquisito, de Agustina Bazterrica, novela publicada en 2017.


De entrada, se nos advierte sobre el poder de las palabras y el lenguaje, sobre el uso que de él se hace “para suprimir cualquier cuestionamiento”. Afirma que “hay palabras que encubren el mundo”, palabras que “son convenientes, higiénicas. Legales”. Y es que en nuestras sociedades, todo requiere de las palabras como medio para imponer, seducir, legitimar, legalizar el orden de cosas. Las palabras construyen el mundo o ayudan a definirlo, por lo menos.

La novela cuenta la historia de la sociedad argentina, bonaerense, en un momento en el que los gobiernos del mundo alcanzaron el consenso para legalizar el canibalismo como fuente de las proteínas que requiere consumir el ser humano, pues un virus mortal atacó a todos los animales, que resultaron por ello incomestibles, teniendo que ser aniquilados. El protagonista sospecha que, en verdad, esa es una justificación y que, más bien, las élites mundiales buscaron, con esa medida extrema, reducir la superpoblación e incluso reimpulsar la industria de la alimentación.

Alguno de los personajes afirma que “desde que el mundo es mundo nos comemos los unos a los otros. Si no es de manera simbólica, nos fagocitamos literalmente”. El ser humano como una especie antropofágica por naturaleza. Los inmigrantes, marginales y pobres fueron los primeros en convertirse en ganado humano. Una distopía real y que se ha repetido de modo incesante, mientras los discursos de la felicidad nos siguen mostrando un mundo primoroso, de mentira.

Marcos, el protagonista de la novela, trabajador de un frigorífico muy capaz y eficiente, ha vivido, primero, el extravío de su padre en la demencia, quizá como forma de salvarse de ese mundo, y, luego, la muerte de su hijo recién nacido. Su matrimonio se ha quebrado por el dolor. Él ve a personas que se rompieron, que no tienen como recomponerse, entre ellas su esposa. “También quisiera poder quebrarse […], pero su derrumbe nunca termina de suceder”. Un descalabro infinito que le cambia el color al mundo y que incluso abre la posibilidad del pensamiento crítico.

Si bien Bazterrica es vegetariana, lo que quizá explique el despliegue imaginativo de esta novela como censura del consumo cárnico, nos muestra, por otro lado, una radiografía plena y realista de la sociedad humana bajo el sistema capitalista, que ha sido capaz de reducir todo a la condición de simple mercancía, incluso el ser humano. Ese contexto permite entender, por ejemplo, propuestas políticas desquiciadas como la legalización del comercio de niños, que el actual presidente argentino presentó durante su campaña, sin que eso generara desasosiego o alguna incomodidad, por lo menos, entre sus electores; o planteamientos de académicos como Gary Becker (Premio Nobel de Economía) quien señalaba que todo en el comportamiento humano es susceptible de un análisis económico, para lo cual basta que se combinen tres supuestos: comportamiento maximizador, equilibrio de mercado y preferencias estables. Tal vez por ello en ese mundo distópico el jefe de Marcos en el frigorífico es descrito con la frialdad del análisis económico: “Sólo le interesan los humanos comestibles, las cabezas, el producto. Pero no le interesan las personas”. En ese escenario, entonces, en la industria del ganado humano corresponde desarrollar dicha actividad pecuaria buscando la maximización de los beneficios y la minimización de los costos, considerando que la necesidad de proteínas garantiza la estabilidad de la demanda de carne humana en el mercado, logrando poco a poco que esta se estabilice gradualmente en la preferencia de los consumidores. Terrorífico pero absolutamente propio de esa racionalidad económica.

La sociedad en la que se desarrolla la novela es una no muy diferente a la nuestra, en la que la seguridad del futuro para la gente se ha diluido y reina una incertidumbre total que obliga a la gente a cuidar sus empleos o fuentes de ingresos. Más allá de las preferencias cognitivas o morales de cada persona, nuestras sociedades son una jungla en la que uno debe hacer lo que pueda para sobrevivir. Un colega de Marcos en el frigorífico, encargado de aturdir al ganado humano, antes de su sacrificio, comenta con él que, “cada vez que sentía remordimientos pensaba en sus hijos y en cómo les estaba dando una mejor vida gracias a ese trabajo […] Le dijo que cada uno tiene una función en esta vida y que la función de la carne era ser sacrificada y luego comida”.

Reitero que, en ese reino de incertidumbre que el capitalismo neoliberal ha impuesto, no existe seguridad para nadie, pues, como le dice a Marcos la dueña de una carnicería, “Hoy soy la carnicera, mañana puedo ser el ganado”. Por tanto, es el reino en el que cada uno debe luchar por sobrevivir, por seguir siendo parte de ese universo de seres humanos que comen y evitar a todo costo ser parte de los humanos comestibles.

Marcos está sobrepasado, se da cuenta que todo lo que se está viviendo, el hecho de que se hayan acostumbrado como sociedad a esas prácticas antropofágicas en un entorno industrializado, es algo atroz y, sin embargo, la gente no es crítica y se acomoda a esa realidad, la acepta y, al final, hasta la disfruta. No hacerlo podría enajenar las mentes críticas, como sucedió con su padre, quien sucumbió en la demencia senil como si fuera un refugio donde protegerse de la realidad. Quisiera escapar, que desaparezca todo, pero la realidad es la realidad y, en un final inesperado (aunque me parece no del todo bien estructurado), Marcos, sirviéndose de un espécimen hembra del ganado humano especial que le fue regalado, acicateado por un impulso de egoísmo extremo, en colusión final y resignada con su esposa, buscan servirse de esa cabeza embarazada para intentar suturar sus heridas y, quién sabe, recuperar al hijo muerto, recuperarlo en una nueva vida.

jueves, 20 de junio de 2024

De dónde venimos los cholos y el sueño del pongo

El libro de Marco Avilés, titulado De dónde venimos los cholos, es un interesante testimonio de un Perú "provinciano", que por azares de nuestra historia, ahora está radicado en Lima y disfruta hoy de un profundo optimismo.


El libro está estructurado como un viaje a través de nuestro país. Dicho viaje empieza en Abancay, ciudad en la que nació el autor y de la que se mudaron a Lima, después del accidente automovilístico en el que falleció su madre, dejando sepultada en ella "nuestra historia anterior". Un hecho trágico que expulsa a la gente de su lugar. Y, luego, ya en Lima, ser forasteros en plenitud: "Los cholos blanquiñosos nos camuflábamos. Los cholos oscuros sufrían". Una categoría que se va dividiendo en subcategorías. Los "blanquiñosos" aparentemente eran personas en mejor situación también en los Andes, pues eran los terratenientes. Es más, Avilés nos relata que su abuela "era una viuda de carácter fuerte que recorría sus propiedades resguardada por un séquito de indios desnudos. La cargaban en andas como a una reina medieval"; esto, más que un testimonio fiel parece una hipérbole para presentarnos más dramáticamente la situación de los "cholos oscuros" o "indios".

De los parajes cálidos de Abancay, Avilés nos lleva hasta Chumbivilcas, para apreciar en esa región lejana del Cusco, una costumbre violenta como es el Takanakuy. Esta costumbre que es definida por uno de los protagonistas de esta historia como "catarsis popular", pero que en concepto del propio Avilés parece no ser suficiente, "que acaso es demasiado civilizado para apaciguar odios más profundos", nos presenta además un escenario social en que la pobreza, la violencia, el alcoholismo, afectan a una población de manera general. Pensemos que ahora Chumbivilcas tiene importantes proyectos mineros en desarrollo, los que, con su dinámica, han cambiado el rostro de ese espacio geográfico y cultural.

Siguiente parada: Churubamba. También en el Cusco, aunque más cerca de la ciudad milenaria. Otra vez el alcoholismo como el vicio que afecta a comunidades indígenas desde épocas antiguas. La reforma Agraria como un proceso que buscó devolver la propiedad de la tierra a los indios y que precedió a la llegada del capitalismo. Y este, a su vez, al fútbol. En este relato se tiene palabras de elogio para el trabajo cooperativo de los comuneros, que en competencia buscaban desarrollar más labores los de los otros equipos.

La Plaza Roja desde el Ausangate

 

El escritor cusqueño Luis Nieto Degregori lanzó el 2023 una obra teatral en la que nos presenta un mundo desconocido —casi de manera absoluta— en el Perú y, lo más audaz, desde una perspectiva ajena a la metrópoli capitalina. Se trata de La Plaza Roja desierta… Obra de teatro en once sueños, publicada en versión digital bajo el sello de El Zorro de Abajo ediciones.





¿Algún dramaturgo o alguna compañía tendrá la osadía de llevarla a los escenarios? No solo valdría la pena, sino que nos permitiría mirar a partir de esas historias subjetivas, la historia del mundo y dentro de ella, la del Perú y a del Cusco, como oteando el horizonte desde la cima del majestuoso Ausangate, ora límpido, ora cargado de nubes oscuras.

Es una historia cargada de claroscuros, verdades que se insinúan o a veces se gritan, subterfugios que esconden o a penas disimulan situaciones que los personajes no terminan de aceptar o entender. Esta obra está ambientada en diversos escenarios de la ciudad de Moscú, en dos hilos temporales paralelos; uno, en los años setenta del siglo XX, con Gabriel y sus amigos como estudiantes universitarios en la todavía poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y, el otro, en el año 2005, con el retorno de Gabriel a esa ciudad, con cincuenta años, y el reencuentro con sus amigos, en la Rusia renaciente de este milenio. No obstante, la sensación de estar al borde del abismo es permanente.

Nieto nos presenta la historia de Gabriel, un joven cusqueño que, al terminar colegio, se fue becado a estudiar ingeniería en la Universidad de Moscú. Sin embargo, luego decide su cambio a la facultad de Filología, lo que le permitiría hacer algo más cercano a su sueño de ser escritor. Es un muy buen estudiante, casi brillante, tan es así que al graduarse fue quien hizo el discurso en representación de los estudiantes extranjeros. Se licenció con una tesis en ruso sobre Mario Vargas Llosa que quedó en algún estante, empolvándose, y sin traducción. Además, las autoridades universitarias le otorgaron el permiso para que pudiera, con la beca correspondiente, realizar sus estudios de Maestría sin interrupción, aunque él decide regresar por un año al Cusco, para ver a su familia. Después, no pudo —o no quiso— regresar a la URSS. Desde entonces, Moscú lo persigue en sus sueños o pesadillas y resume esa sensación afirmando que “Aquí, en los años de universidad, me sentía un cisne. En Perú, con el tiempo, ese cisne se convirtió de nuevo en un pato feo del montón…”; en otro momento, exclama que “¡Necesitaba volver a Moscú! Creo que la época más feliz de mi vida fueron nuestros años de universidad. ¡Nunca he vuelto a conocer tal sensación de plenitud!”. ¿Ese cúmulo de emociones contradictorias del estudiante migrante, entre la morriña lacerante y el no encajar en ningún lugar?, ¿la imposibilidad de vivir un nosotros a plenitud?

La obra muestra el desencanto de Gabriel y los otros personajes con la realidad de la sociedad soviética, caracterizada por una serie de carencias materiales y un omnipresente aparato estatal y represivo, como cara real de la utopía socialista, aunque gracias a Gabriel puede contrastarse con la realidad del Perú y del Cusco, donde no solo hay carencias económicas para gruesos sectores sociales pobres, sino que de manera general la educación y la cultura no reciben mínima atención, lo que no permite ni por asomo compararlas con la educación y la cultura en Rusia. Y también muestra a los moscovitas en 2005, orgullosos de una ciudad que ya no es más la antigua ciudad provinciana, aunque conscientes de los grandes cambios, la aparición de los nuevos ricos —rusos poco formados e incultos—, y también los oligarcas, que se enriquecieron gracias al impensable desplome soviético. ¿Esa situación no tiene semejanzas con la del Perú?, ¿no vivimos acosados por oligarquías antiguas y nuevas que, en su apropiación incesante, van reduciendo lo público al desmadre auto regulatorio de hoy?

Durante sus años estudiantiles, Gabriel conoce a una serie de jóvenes rusos, entre ellos Nikita, con quien entabla una amistad profunda. Están también Ania, Valentina y Vera.

Gabriel y Ania tienen una relación e incluso viven juntos, pero ella prefiere mantener esto en secreto, pues el resquemor hacia los extranjeros en esa sociedad hace que las rusas puedan ver afectadas sus expectativas personales, económicas, profesionales y políticas, si se involucran sentimentalmente con algún extranjero. Gabriel sufre por ello, encerrado en la paradoja de rebelarse contra la propia realidad del machismo en su familia y en su ciudad, el Cusco.

A su regreso, unos veinticinco años después, Gabriel busca primero a Valentina, para ir explorando las posibilidades de verse con Ania y con Vera. Y por supuesto, con Nikita.

Ania lo visita en su hotel y cada uno cuenta algunos pasajes de su historia personal, comparten algunos recuerdos, se formulan reclamos. Ella es una satisfecha profesora principal en la universidad, casada y con dos hijos. Gabriel confiesa que se casó dos veces, que no tiene hijos, que es un escritor poco conocido en el Perú, pues para ser famoso “tienes que vivir en Lima y yo no vivo en Lima. Después de trabajar unos años en una universidad de Ayacucho, regresé a vivir en Cuzco…”. El peso del centralismo limeño es agobiante y hoy pesa incluso más que antes.

Ania le increpa a Gabriel no haber tenido el valor de decidir entre ella o Vera. Gabriel le recuerda que no fue ese su dilema, sino que “tenía que decidir entre volver a la maestría y olvidarme de mis sueños de ser escritor o renunciar a la maestría y probar suerte en la literatura”. Y dice, más adelante, que “No me fue bien como escritor y con el tiempo empecé a arrepentirme de no haber vuelto a Moscú”. Como para cerrar su historia, se besan y hacen el amor. Gabriel sigue atrapado por las nostalgias cruzadas y experimenta una frustración lacerante.

El reencuentro en una cena con todos sus amigos los muestra como las personas ya iniciando el tránsito a la vejez, compartiendo sus recuerdos, sus logros, sus satisfacciones. Gabriel les cuenta que está escribiendo una obra de teatro sobre jóvenes universitarios como ellos, aunque aclara que no es sobre ellos. Valentina le dice, cuando Gabriel comenta sus bloqueos para escribirla, que “¡Buena señal si te cuesta sufrimiento! Ya se sabe, tienes que escribir con tu propia sangre si quieres expresar los verdaderos dramas de tu tiempo…”.

En el Acto Final, Gabriel desvela la realidad de la historia. Los diez sueños anteriores, son solo eso, sueños, producto de la imaginación y el deseo de Gabriel de retornar a Moscú y de no haberse atrevido a ello, pues para sus cincuenta años planificó un viaje a París y luego a Moscú, pensando que eso lo ayudaría a recuperar las ganas de escribir. Sin embargo, extendió su estadía en París, desistiendo de ir a Moscú. Concluye al fin que el viaje “no arregló nada en mi vida”.

lunes, 19 de diciembre de 2022

Cantos de sirena

 

Quise sumergirme en tus profundidades,
pero siento que me ahogo en el piélago
de tu silencio;
un día me atrajiste a las grietas espléndidas y
oscuras de los arrecifes entre tus piernas,
seguí, seducido, las notas de tus cantos. 

Quedé atrapado, ciego y enloquecido.

Fueron tus cantos de sirena,
esos silbidos que aún hieren mis oídos
como látigos invisibles.
Este hombre del frío y de las nieves eternas,
pretendió un día sumergirse en la infinitud 
de tus mares,
doncella del desierto y
de los valles cálidos junto al mar del norte,
pero me perdí en tu fondo tibio y húmedo,
esa posada que hoy añoro
no solo con nostalgia sino hasta con codicia;
quizá fue en esa caverna,
tórrida y húmeda,
en la que extravíe mi rumbo,
atrapado en las ciénagas al final de tus muslos.

No puedo salir, aunque no esté ahí.

Y después de mis pesadillas,
cuando despierto y no respondes mis llamados
de náufrago, sé que soy el peregrino
que anhela
beber de tus labios, de las aguas de tu cuerpo,
ese rehén al que, sin embargo,
niegas, juguetona, una sola mirada, una sola palabra.
Desde entonces, deambulo en este desierto abrasador.

Siendo yo de allá arriba, de las punas y los glaciares.

Tienes que saber, sin embargo, que no sé cómo ni por qué,
un día tus cantos, sirena, serán inaudibles
y, entonces, como un Ulises resurrecto y atado al mástil de mi barco, 
lograré el retorno a mi nido,
huiré a pesar de la magia de tus cantos.

miércoles, 2 de junio de 2021

Bicentenario y el mal menor

En varios pasajes de la serie El último bastión, sobre el proceso de independencia del Perú, se repite una indignada preocupación por lo que parecería ser el destino del país: elegir siempre entre dos desgracias. ¿Es esa nuestra tragedia?

 

Abismo, la primera a la derecha | Verba Volant


Desde por lo menos el año 2001, en los procesos electorales del post fujimorato, se repite la letanía de que los balotajes marcan la elección entre dos males, como si electores asépticos tuvieran que elegir entre políticos sépticos. Sin embargo, el manejo económico ha sido ortodoxo en la receta nacida del Consenso de Washington. Desde entonces, según el discurso oficial y el pensamiento único difundido por los medios de comunicación, el Perú estaba a un paso de ingresar a la OCDE, el club de países ricos. Cualquier disenso que cuestionara esa verdad era tildado de populista, “chavista” o, incluso, de “comunista” o “terrorista”.

 

En una mirada retrospectiva, creo que una enseñanza valiosa del “sacro modelo económico” ha sido la importancia de mantener la disciplina fiscal en el manejo económico del país. No obstante, lo positivo del libre mercado no puede cegarnos en cuanto a las graves falencias del modelo, por las que un 30% de la población vive en situación de pobreza. El Covid-19 ha desnudado por completo los mitos que describían al Perú como ese país de ensueño. En este país subdesarrollado y de mentalidad colonial, los intereses de las élites colisionan profundamente con los intereses de la mayoría. Los niveles de desigualdad son cada vez más groseros. El prometido chorreo del gobierno de Alejandro Toledo, el “primer mal menor”, nunca llegó a humedecer el estival paisaje de la pobreza.

 

El 2006, la mayoría eligió a Alan García, quien había quebrado el país años antes, claro, “con la nariz tapada” y solo para evitar que el “chavismo” tomará por asalto el país. La matriz económica siguió respetándose, pero los niveles de corrupción de ese “segundo mal menor”, han dejado secuelas graves en la institucionalidad del país por los niveles de corrupción a los que se llegó. ¿Mal menor? Quizá para los poderes fácticos.

 

El 2011 se repitió la monserga de que debíamos elegir entre el SIDA y el cáncer, sin mínima empatía por personas convalecientes con esas enfermedades, quienes, además, no eligieron padecerlas. Esta retórica catastrofista fue impulsada por Mario Vargas Llosa. Con su apoyo luego de la firma de una Hoja de Ruta, el “tercer mal menor”, Ollanta Humala, fue elegido Presidente. Ese quinquenio, más allá de la letanía aprista de la “reelección conyugal” o la “pareja presidencial”, fue de un impulso importante de programas sociales que ayudaron a mejorar la situación de las poblaciones más vulnerables, sin dejar de lado la ortodoxia económica, lo que, quienes creyeron en el proyecto nacionalista desde el año 2006, sintieron como una traición; quizá eso explique la baja votación reciente por Humala.

 

El 2016, la segunda vuelta enfrentó a dos candidatos del stablishment. La retórica electoral varió y el riesgo tolerable para las élites era la probable vuelta del fujimorismo. El Marqués y Premio Nobel invocó a la candidata de la izquierda, Verónika Mendoza, su apoyo al “estupendo” candidato Kuczynski. Mendoza aceptó apoyarlo e hizo posible lo imposible: la derrota del fujimorismo por unos pocos miles de votos.

 

¿Hemos elegido los peruanos “entre dos desgracias” en estos cuatro procesos electorales? Desde la perspectiva del statu quo hemos elegido al mal menor. Sin embargo, cuando se analiza las cosas desde la perspectiva de las demandas de las grandes mayorías, es claro que no, pues lo único que se ha ido haciendo es generar pequeños orificios de oxigenación a una olla de presión a punto de estallar. La agenda conservadora se impuso, a pesar de todo, incluso en la elección del 2011, y las élites han tenido éxito en administrar una crisis que se remonta, por lo menos, a los últimos 30 años.

 

Hoy nos encontramos, pandemia de por medio, en el balotaje que definirá la presidencia para el quinquenio que se inaugura en la fecha en que se cumplen 200 años de la declaración, en Lima, de la independencia del Perú por José de San Martín. Se nos dice que tenemos que elegir entre “perder el ojo izquierdo o perder el ojo derecho”. El escenario está más polarizado que antes. Pasaron a la segunda vuelta los candidatos de Perú Libre, el profesor Pedro Castillo, y de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, ambos con un apoyo minoritario. Muestra de una dispersión democrática y evidencia de la total crisis de representatividad que afecta nuestra endeble democracia.

 

La resaca apocalíptica se instaló otra vez entre nosotros. Lo trágico devino en farsa: contrito, Vargas Llosa soslayó su “antifujimorismo” por la democracia y la libertad e incluso advirtió —paradojas liberales— de un eventual golpe de estado por militares de derecha en caso el candidato Castillo obtuviera una victoria. Sus adláteres, incluso los más ilustres, son ahora vocingleros defensores del fujimorismo.

 

¿No será más bien que nuestra tragedia es pretender que debemos elegir entre cínicos y santos?  En este nuevo balotaje es claro que el rol más facilista es ponerse de costado y afirmar que, de nuevo, estamos frente a dos desgracias. Esa es una falacia. 

 

Nos encontramos frente a una alternativa que nos invita a mantener las cosas como están en el ámbito económico, sin importar que eso signifique la impunidad para la candidata fujimorista y la vuelta a la escena política y gubernamental de siniestros personajes conocidos desde los noventa, pero muy vigentes en la última década también y que, con cinismo, volvieron a hacer de nuestro país una chacra de corrupción y violación de derechos humanos. Se han sumado a ellos diversos grupos de poder que no han escatimado recursos, lo que se aprecia fácilmente en la feroz y millonaria campaña de terror que se viene desarrollando, aun a costa de pisotear honras, recurriendo a mentiras, utilizando la desgracia de los migrantes venezolanos e invisibilizando —quizá porque nos los ven— a los pobres y marginados del Perú.

 

Es cierto, del otro lado tenemos a un grupo político nebuloso, profundamente incierto. Sin embargo, creo que se abre también la posibilidad de que ese orden establecido de cosas se despercuda y se produzcan cambios que logren una mejora para los sectores más vulnerables y para las mayorías de este país, sin que ello signifique que se instaure en el Perú el “comunismo”. Es tan simple, pero a la vez complejo, se trata de la posibilidad de tener un Perú que se reconozca plurinacional y que intente superar esa condena centenaria de ser un país exportador de piedras, sin ningún interés por la ciencia, la tecnología y la educación. Quizá la incertidumbre sea el anuncio de cambios que pueden mejorar las cosas. En todo caso, si eso no fuera así, la debilidad de ese eventual gobierno nos permitirá establecer los controles que no permitan un salto al abismo.

 

Quizá nuestra tragedia, muchas veces disfrazada, es que debemos elegir entre la certidumbre funesta de lo ya conocido o la incertidumbre fresca de lo desconocido.

jueves, 9 de abril de 2020

Poema

Ha transcurrido tanto tiempo, vieja.
Y ya no quiero siquiera
acordarme que te amaba
y que jamás, por temor,
te confesé ese secreto.

Ha cesado nuestra locura
y ya no sé porqué decían
que la locura era irreversible:
deambulamos plenamente conscientes,
dolidos en cada tarde.
¡Cuánto hemos envejecido!

¿Recuerdas las noches junto al fuego?,
ardíamos los dos en un crisol
y la marea interna
en torbellinos desenfrenados
nos sacudía arrastrándonos
por sendas desconocidas.
Para el frío eras mi calor,
para la sed era yo tu lluvia,
para nuestra edad
éramos niños los dos.

Y hoy, mirándonos de nuevo,
me duelen los costados del alma,
me duelen los años pasados,
esa dicha que no ha de volver más.

Lima, 19 de octubre de 1995. 

martes, 31 de marzo de 2020

El pánico, la salud y las libertades

Tengo un sentimiento de culpa apocalíptico pesando sobre mis espaldas, pues, a pesar de las cifras de terror que nos muestran, casi en tiempo real, el número de personas infectadas y las muertes que se producen a diario en el mundo y en el Perú por el Covid-19, mi pensamiento se resiste o, al menos, desconfía del consenso de gobiernos de izquierda y derecha, democráticos y autoritarios, respecto a las medidas que se vienen adoptando y que incluyen el denominado “aislamiento social”, para combatir el virus, bajo el argumento de que es ético y necesario privilegiar la vida y la salud por encima de la economía. Esta, como lo he manifestado antes, es una falsa dicotomía. A esa culpa, debo añadir el pavor que siento (como agnóstico, además) de que alguien cercano y querido sea afectado por el malhadado virus.

La peste negra

La retórica política sobre el virus se ha insuflado de terminología guerrerista, quizá como acicate para vencer al “enemigo invisible”. En una pequeña entrevista a Alain Touraine en El País (28.03.2020), él niega que lo que estamos viviendo sea una guerra y afirma que es, más bien, “una ausencia de actores, de sentido, de ideas, de interés incluso: la única preferencia del virus es hacia los viejos. Tampoco hay remedio ni vacuna. No tenemos armas, vamos con las manos desnudas, estamos encerrados solos y aislados, abandonados. No hay que estar en contacto y hay que encerrarse en casa”. Recuerda que un vacío similar se vivió en los años previos a la segunda guerra mundial, vacío que llenó Hitler.

Martín Caparrós (New York Times, 30.03.2020) afirma que hoy “te convencen de que en tu casa estás seguro, o casi: de que alcanza con no salir, con no mezclarte. Es, también, un privilegio de clase: muchos trabajadores no pueden permitírselo, necesitan ir a sus empleos. Esa es, si acaso, la guerra verdadera”. Clases sociales y desigualdad.

Insisto en la necesidad de que es indispensable, para un debate serio y racional, atender a los hechos y a las voces de los científicos y expertos, más que a opiniones. El Ministro de Salud peruano, Víctor Zamora, en entrevista con IDL Reporteros, afirma que el Covid-19 “tiene 90 días en el mundo. Lo que sabemos de esta enfermedad es el conocimiento que se ha generado en esos 90 días […] Aquí no se puede aplicar la medicina o política pública basada en evidencias. Porque las evidencias son pocas y débiles”. Pese a ello, como nos dice Edmundo Paz Soldán (La Tercera de Chile, 30.03.2020), “la ciencia lucha por hacerse oír en medio de las interpretaciones políticas y se enfrenta a una dura pulseada con nuestras creencias religiosas, nuestras supersticiones irracionales tan bien cultivadas a lo largo de los siglos”.

Por ello, para enriquecer el debate es importante leer voces científicas disidentes como la del virólogo Pablo Goldschmidt (entrevista en Infobae, 28.03.2020), quien plantea varios puntos que cuestionan la información que, con tono monocorde, difunden los medios masivos de comunicación: que la única forma de combatir al temible virus es recluyéndonos en nuestros hogares. El referido científico precisa que la denominada pandemia por la OMS no justifica que se haya paralizado el mundo e incluso teme que el miedo que se nos inocula pueda ser el origen de nuevos totalitarismos. El Ministro Zamora afirma que si el Perú tuviera la capacidad de diagnosticar rápidamente, no se hubiera tenido que parar el país. Pero no tenemos una red primaria potente, ni investigadores rápidos. Por eso se justifica la medida del aislamiento.

Políticos y personajes de izquierda y derecha, privilegiados social y económicamente, piden, siempre políticamente correctos, que nos cuidemos, quedándonos en casa, que bien vale este ¿pequeño? sacrificio por salvarnos de la enfermedad. Privilegiados, pues tienen medios económicos o un trabajo estable por el que seguirán percibiendo sus remuneraciones, aun sin hacer nada. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, como se informa en la BBC (30.03.2020), enLatinoamérica cerca del 50% de los trabajadores está en el sector informal y para ellos, “la restricción de salir a la calle es económicamente devastadora”; Rubén Lo Vuolo precisa que “no podemos culpar a la gente que tiene que salir a la calle para subsistir por no quedarse en casa”. ¿Pequeño sacrificio una situación devastadora? Solo desde el privilegio.

El gobierno peruano de manera acertada, oportuna, en línea con las recomendaciones de la OMS y en base a la experiencia de China, ha tomado la decisión de paralizar la economía prácticamente por un mes, con la finalidad de achatar la curva de contagios y mortalidad por el coronavirus, considerando fundamentalmente la menesterosa realidad de la salud pública que el neoliberalismo y la corrupción han dejado en el Perú. Se afirma que hay que seguir la experiencia exitosa del gobierno chino; es decir, mano firme para cumplir y hacer cumplir esas medidas restrictivas. El Ministerio del Interior informa que se han producido 26 mil detenciones de infractores del aislamiento social obligatorio y que estos serán denunciados ante el Ministerio Público, recargando así el ya colapsado sistema judicial peruano. ¿No habría otras medidas, implacables y efectivas, que se cumplan realmente?, ¿por qué insistir en una formula tantas veces probada y fracasada como la penalización ad infinitum, generando mayor desperdicio de recursos?, ¿multas?, ¿trabajo comunitario? En ciertos mercados de San Juan de Lurigancho e Iquitos, mucha gente sigue su vida como siempre, al margen de la ley y del Perú formal.

Son pocos gobiernos en el mundo los que han intentado navegar contra la corriente y, menos aún, los que lo hacen con fundamentos científicos. La misma BBC (30.03.2020) nos informa que Maja Fjaestad, viceministra de Salud de Suecia, señala que su gobierno ha buscado “inhibir la propagación del virus, proteger a los grupos vulnerables y no sobrecargar el sistema de salud, pero al mismo tiempo […] quiere reducir las consecuencias económicas y (proteger) a nuestras industrias con diferentes paquetes de estímulo del Ministerio de Finanzas". E insiste que “es importante que abordemos tantos los problemas económicos como los de salud, de lo contrario nos iremos a la bancarrota". Afirmar esto en el Perú sería para los censores de la moral pública un sacrilegio, casi una blasfemia. Tampoco ayuda que políticos impresentables como Trump, Johnson o Bolsonaro hayan apostado, con argumentos fundamentalistas, por la economía; habría que agregar al buen López Obrador quien ha tenido declaraciones risibles si no fueran, además, irresponsables.

La joven Ministra de Economía y Finanzas peruana, María Antonieta Alva, afirma que "El impacto económico de lo que está sucediendo no tiene precedentes y el plan económico que tenemos que aplicar es un plan sin precedentes" y ascendería a más de 25 mil millones de dólares, el equivalente a un 12% del PBI. Esto es encomiable y constituye el plan más ambicioso de Latinoamérica según expertos internacionales. ¿Cómo se aplicará en un país afectado profundamente por redes de clientelismo y corrupción?

Zamora plantea que hay incertidumbre respecto a si esta enfermedad genera o no una inmunidad suficiente. Si no, concluye, “el mundo viviría parado. O aceptaríamos que cada cierto tiempo tendríamos que dar nuestra cuota demográfica”. En este punto Paz Soldán nos advierte de ese futuro que nos amenaza: “Se vienen años de fronteras, cuarentenas y confinamientos”. Desolador.

Quizá en este punto valga recordar las palabras que Alejandra Pizarnik, la poeta suicida, ponía en uno de sus personajes: "Nadie pierde la salud más pronto que los que toman demasiados cuidados por conservarla".